viernes, noviembre 04, 2005

Un libro de Dagerman

Julia subió al metro y encontró al hombre apoyado en la puerta contraria. Vestía pantalón de mezclilla, camisa blanca y llevaba en la muñeca de la mano una cadena de oro. Había sólo un lugar y se sentó, cansada. Los nervios eran un revoltijo de cansancio que comenzó a deshacerse a base de punciones leves que fueron aflojándole el cuerpo. Por la ventanilla sólo se veía el muro oscuro del túnel y cuando alzó la vista encontró la mirada del hombre puesta sobre ella, como si quisiera reconocerla. Alerta, acomodó el libro en la mano sobre el regazo y se puso derecha, y sintió cómo el rubor le invadía el rostro.
No era un hombre adulto sino más bien un muchacho. Le calculó unos veinticinco años aunque el rostro tenía ciertos rasgos de adultez. Volvió el rostro a la ventana cuando el hombre la observó y apretó bien el libro contra el regazo. El túnel seguía oscuro y por la ventana se reflejaba el interior del vagón: la gente, los respaldos verdes de los asientos y también al hombre
Después de pasar una estación alzó la vista y descubrió al hombre ahora de pie frente a ella. La cadena en la muñeca resplandeció y Julia buscó el rostro del hombre y fijó la atención al vuelo en las cejas, en los labios rosados y una incipiente barba. A veces sentía la mirada de él y sólo podía responder con una opresión que le iba ahuecando el pecho, si una bala de cañón comenzara a expanderse en los pulmones, quitándole espacio para el aire.
Abrió el libro y buscó la página donde se había quedado. Intentó leer las primeras páginas pero no podía asir las frases que hablaban de una cocina y de un hombre que está junto a una bomba de bencina roja: del hombre que matará al niño. El metro llegó a la siguiente estación y Julia alzó la vista para ver si el hombre se había bajado pero lo encontró acomodado en uno de los asientos, su mirada fija: un puñal que se abría paso ante ella. Quiso atisbar una sonrisa pero cuando despegó la mirada de la ventana el hombre le sonreía.
Las manos le sudaban y el calor bajaba de ellas hasta la portada del libro. Se sentó derecha. Juntó las piernas, puso el libro en forma horizontal mientras la bala de cañón en el pecho iba agrandándose. Julia tragó saliva. En la siguiente estación, antes de que terminara el silbato del cierre de puertas, se levantó de forma abrupta y quiso llegar pero no lo logró. Por la ventanilla de las puertas corredizas logró ver la sonrisa en el hombre. Era descarada y complice.
Bajó en la siguiente estación y el hombre bajó con ella. Julia se abrió paso entre la gente y el hombre atrás de ella. Buscó a un policia pero no encontró a nadie y cuando llegó a las escaleras se quedó paralizada porque el hombre había alzado la mano, como saludándola. ¿Será alguien que me conoce?, se preguntó y la pregunta terminó por detenerla en seco. Vio al hombre acercarse hasta ella, la forma como la sonrisa se iba descomponiendo en una palidez y luego en otro tipo de sonrisa. Y tuvo unas ganas secretas de que, de pronto, ese hombre la buscara porque ella le había gustado. Claro, a veces pasaba y apretó el libro con una curiosidad nueva que venía del lado del amor.
—Perdón, pero es que he estado buscando justo ese libro que lleva. ¿Podría vendermelo? ¿Es suyo?
Y Julia entonces se quedó en silencio mientras una breve sonrisa iba apareciendo, primero una sonrisa contenida, después una tranquilidad donde la bala de cañón se volvió de nada, apenas un casquillo frío que comenzaba a desintegrarse en su sangre.