jueves, noviembre 10, 2005

Las nuevas revoluciones

Paris está en llamas. Paris ha dejado de estar en llamas. Todas las noches desde hace doce días, un grupo de jóvenes, oscura la piel, cansado el espíritu de ser perseguido, salen a las calles de la ciudad e incendian coches, escuelas, camiones repartidores. Aquello es una danza del odio que se expresa solo mediante el fuego. Tal vez porque el fuego lo purifica todo y ellos necesitan purificar el aire de tanto racismo y pocas oportunidades. "Nosotros no nos hemos ganado el derecho de ser llamados franceses", dice uno de los incendiarios. "Para nosotros no hay trabajo ni esperanza".
Eso dice el joven de la piel oscura, como agua que ha bebido mucho lodo.
Las revueltas siguen. El fuego hermana los hierros, el cuero de los asientos, invade las instalaciones eléctricas, repta y lame las columnas, cae hambriento sobre los techos de las escuelas, se revuelca sobre los tableros de los coches y salta, purificador, hacia la calle. El fuego huele a rencor. Sabe a victoria al menos por estas doce noches que comienzan a alargarse.
Paris nos ha dado todo, pienso. Nos dio, no la revolución francesa, pero sí las ideas para que germinara la igualdad en los hombres. Paris nos dio a Lavoiser, a Diderot, a Voltaire, D´Alambert y también a Robespierre. Ahora nos da el fuego. Nos da la primicia de que, las siguientes guerras serán hacia el interior de los países, no una guerra vicil de hermanos contra hermanos, sino una guerra civil entre originarios e inmigrantes que conviven en las tomadas calles.
En un mundo donde la mitad muere de hambre y la otra mitad tiene en sus tiendas montones de molocotones, naranjas, plátanos, charolas de carnes frías, licuados embotellados de fresa, plátano y chococale es imposible evitar la migración. La migración es ya, el gran problema de los pueblos.
He oído decenas y decenas de veces el gran racismo de los catalanes, la forma como en España tratan a los latinoamericanos con un racismo a pequeña escala. Y pienso entonces en el fuego, en los chicos inmigrantes que, en un acto a todas luces reprobable, salen a la noche con sus manos como un extensión de la lumbre.
La migración es parte de todos los días, el racismo también; pero hay o debe de haber un momento donde se establezca un listado de necesidades y de acomodo. Pero es imposible ejercerlo porque las sociedades son una gran masa de pocas convenciones y muchas diferencias, donde el diálogo a veces, es imposible. Y ocurre entonces lo de estas doce noches en Paris. Y si Paris no sabe como integrar a sus inmigrantes, no lo podrá hacer nadie. España menos que nadie.