domingo, febrero 17, 2008

Suazo

Recibo un comentario anónimo donde se me reprocha haber dicho cosas feas de Humberto Suazo, el ahora delantero estrella del Monterrey, cuando en enero del 2008 era ya casi un indiseable en el equipo y para muchos seguidores de los rayados. Hoy, con seis goles y líder de la tabla de goleo, hablar mal de él es casi un absurdo. ¿Qué ocurrió con Suazo cuando se dio cuenta que no le quedaba de otra más que seguir con los rayados hasta que saliera una nueva oportunidad de irse? No lo sé, pero con seguridad, algo que pocas veces ocurre: sensatez y trabajo y dedicarse sólo a lo que sabe hacer.
Aplaudo eso, porque casi siempre estamos más que acostumbrados a echarle la culpa a los demás por nuestros problemas y Suazo, bueno, dejó de quejarse de la ciudad, dejó de pelearse con sus compañeros de equipo (recuerden sus agarrones con Ervitti), se trajo a su familia y empezó a producir goles. Como rayado, claro que estoy contento. Como rayado disfruto que meta goles. Vamos, hasta me pareció de una profunda sorpresa y buena onda que festejara su gol contra el Morelia alzando el brazo y apuntado a De Pinho por la jugadota que había hecho. Sólo eso marca hasta cierto punto su nueva comunión con el equipo.
Una vez retractado de mis comentarios, me llama la atención hasta qué punto los aficionados se apropian de los jugadores de un equipo. Qué vacío personal nos llenan los jugadores para, anónimante, pero al menos hacerlo, defenderlos con ardor, con pasión, tal vez hasta la muerte. Bueno, eso pienso pero mejor me callo, ya que todos los domingos busco con algo de ansiedad cómo le ha ido a Aguirre en el Atlético de Madrid, cómo le va a Salcido con el PSV, si el Sttugart ya salió de la mala racha (al menos ganó este domingo) Y cuando gana el Monterrey, ahí estoy buscando el record para leer la nota.
Somos fans por naturaleza. Los jugadores de futbol del mundo o quienes atraen fama algo de Blanche Dubois debend de tener sin darse cuenta: siempre han dependido de la amabilidad de los extraños, como hace rato, Suazo, ha dependido de la gustosa amabilidad de un anónimo.

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