Recuerdo con cierta nostalgia aquellas clases de Basic en la preparatoria. Con un diagrama de flujo que incluía rombos, cuadrados y más cuadrados que se unían con flechas para marcar los caminos y las tomas de decisiones, el maestro Del Toro nos mostraba cómo hacer un programa para calcular puntos o bien, el porcentaje de calor en el agua. Desde entonces ese mundo de sistemas me pareció absolutamente indescrifrable. Incluso ahora, que utilizo programas como XML writer, Dreamweber y Xmetal me sigue pareciendo un proceso de lógica en el que me siento excluido y cuyas puertas del Edén están cerradas para mi.
C.P. Snow habla en su ensayo de The Two Cultures sobre la separación del conocimiento humano en dos esferas: la del conocimiento científico y la del conocimiento artístico. Esta escisión de la inteligencia marca las pautas de un mundo nuevo. Sin embargo, creo que en realidad nos encontramos en la actulidad en un mundo de las Tres Culturas: ciencia, arte y sistemas web. ¿En qué momento apareció este último? Imagino que desde el largo proceso de la computadora matemática con la que Pascal se ayudaba para realizar sus experimentos hastas las plataformas Pascal y Linux el viaje de los sistemólogos ha sido, como el de científicos y creadores, un mar de lágrimas.
El dispositivo de Blaise Pascal data de 1642 ¡Imagínense esa primer computadora! Utilizaba una serie de ruedas de diez dientes en las que cada uno representaba un dígito del 0 al 9. Las ruedas estaban conectadas de tal manera que podían sumarse números haciéndolas avanzar el número de dientes correcto. Era un aparato inédito y fuera de tiempo en su época y tan mítico como si hubieramos leído Contrapunto de Huxley en 1800 o se hubiera atisbado el LASER el mismo año.
La historia de los sistemólogos, o geeks, tiene también sus nombres secretos y de héroes que peleaban en la oscuridad del conocimiento humano con el fin de crear una computadora eficaz. Babage con su primer máquina analítica, Leibniz quien adecuó el sistema binario o Von Neuman quien mostró la necesidad de monitores para presentar los datos y los diagramas de flujo que el profesor del Toro intentaba enseñarnos en preparatoria, ocupan un sitial sagrado en el mundo de ordenadores y sistemas donde firewalls, plataformas linux, pascal, visual basic, servidores, LMS y más son las herramientas para construir el mundo nuevo.
Los sistemólogos son los nuevos caballeros de este tiempo. Empotrados en sus relucientes corceles IBM, Hewlet-Packard o Apple salen a la batalla del programa en blanco, dotados con sus 1-0, 0-1 con el cual pueden conquistar ese mundo nuevo, esa América web cuyas orillas apenas pisadas hondean las banderas de los primeros conquistadores. Brian W. Aldiss en su novela Galaxias como granos de arena muestra un futuro donde caballeros andantes con robots de nanotecnología andarán por las calles y los pueblos listos para defender o matar bichos. Imagino de esa manera a los sistemólogos, con sus 0101010101 revoloteando en sus cabezas listos para darle color al mundo nuevo. Y ellos lo saben. Saben que han llegado para quedarse. Se reconocen como los únicos posibles creadores de la matrix, los nuevos ilusionistas de la realidad.
Los sistemólogos saben que con su lenguaje se definirá el mundo del futuro que se acerca cada día más gracias a ellos. El resto, si no aprendemos, pasaremos a ser los verdaderos primates de nuestro tiempo: los funcionales orgánicos, los del pensamiento no escalado ni codificado. Estamos así, en el mundo de las tres culturas. Nuevamente Hécate entre nosotros, la diosa de los caminos que se bifurcan, o Quimera, el monstruo mitológico que tenía una cabeza de cabra, de león y serpiente o Cerbero, el perro de tres cabezas que custodia la entrada al infierno. ¿Qué forma tomarán los sistemólogos? ¿Hacia qué camino dirigirá Hécate su mirada ahora que ve a los nuevos caballeros con sus laptops y biblias de usabilidad? No lo sé. Sólo sé una cosa y a esa me apego. Son las palabras sabias de Dulce María Loynaz. Dice la poeta cubana que si el mundo perdiera el canto de las aves ahí estarían los poetas para traerlo a los hombres. Dice la poeta cubana que si el mundo perdiera el color de las flores ahí estarían los poetas para volver a darle color a la vida. Pero que si el mundo perdiera a los poetas entonces sí, adios flores, el canto de las aves y el color del mar. Ahí entonces la oscuridad, por muchos sistemólogos que pudieran, no lograrían crear el calor que anida en la poesía, ese latir de la sangre tan humano y tan carente de bits.