De niño no había mayor placer que tener un balón a los pies y ver cómo, en la calle, corrían mis primos y vecinos en espera del primer pase lateral. Los héroes eran Bahía, Martelloto y Carlos Hermosillo y nos disputábamos sus nombres en las playeras imaginarias. El futbol era el punto culminante de una tarde de vacaciones después de andar por las calles en las bicicletas o matando mariposas. ¿Por qué jugábamos al futbol? Me atrevo a responder porque el futbol es el juego más simple que existe, el que tiene menos reglas y por ende, el más libre. El futbol es la imaginación del hombre puesta en marcha, el ver las opciones, el atravesar las filas enemigas con un balón en los pies.
Es en su simpleza donde se encuentra la universalidad del juego, en los colores de sus camisetas donde se adhiere el corazón. Como todo en la vida, si no se toma partido no se disfruta del juego. Yo amo los colores del Monterrey desde que lo vi campeonarse frente al Tampico Madero en la final del México 86. Pero hay gente que ama los colores amarillos del América y las historias del Estrella Roja de Belgrado contra el Partizán o los encuentros acérrimos entre el River Plate con el Boca Juniors.
Sólo quien ha tenido un balón a los pies y a dribaldo a un oponente para enfilarze a una portería sabe dónde llama la sangre. Sólo quien se ha detenido un momento frente a una portería vacía y visto cómo el balón se guarece en ella después del tiro y grita el gol, sabe que en ese pequeño acto se encuentra el germen del deseo de miles de fanáticos en todo el mundo.
Con un balón a los pies Maradona dribló a una poderosa defensa inglesa en el Mundial del 86 y con una poderosa defensa vimos a Italia alargar el 0-0 contra Brasil en la final del Estados Unidos 94.
Así como un hombre puede construir su futuro e identidad con las palabras, con sus hechos o bien con sus cuchillos como Miguel Otero Silva, Pancho Villa o Charles Manson, con un balón se puede crear mitologías como las de Garrincha, Sócrates, Puskas, Sánchez y Baggio, verdaderos asesinos del área chica. Dice Vladimir Dimitrevic que en el futbol es donde nace el sentido de lo sagrado. Estoy de acuerdo. Sólo esa fragil sensación de avanzar en terreno abierto rumbo a una portería remite a la búsqueda que nuestros ancestros hacían para alcanzar el fuego.
Desde la infancia el futbol ejerce su mayor atracción. De niño eres adulto en tanto que usurpas un rol y no más. Es por eso que, cuando veo niños jugando al futbol en la calle me dan ganas de quedarme a ver esos pases inexactos, el correr sin orden tras la pelota. Me parece que ese momento es de los más puros en su deseo por ganar o seguir el balón. Me parece que ese momento es cuando se empieza a aprender a ser hombre.