La historia de Blangadesh, nación asiática cercada por el gigante indio, es una cronología de divisiones, ciclones que pasan y devoran lo que da la tierra arrastrando de paso casas, vidas y la siempre errática esperanza de la gente. Nación cercada por la pobreza, reconocida como la más africana de Asia debido a sus bajos índices de expectativa de vida y alta morbilidad, es el estado más musulman del mediano oriente y es, en esta alta actividad religiosa, donde también se centra el origen de sus divisiones.
La vida moderna del estado, también conocido como Bengala, parecer ser un guión copiado de las grandes actividades políticas de la vecina india, con dirigentes asesinados en fila india -literalmente- y guerras contra países no tan vecinos como Pakistán. Y es el fondo de todas estas diferencias donde nacen otras al amparo de la discordia y de esta necedad del hombre por hacer que otros piensen lo que ellos piensen.
Y para lograr eso, se sabe, todos los medios son necesarios.
Tan sólo el pasado 17 de agosto, de forma sistemática, memoriosa y cruel, las principales ciudades del estado de Blangadesh se vieron sacudidas por la explosión de más de 400 bombas que entre las 11:00 y la 11:30 hrs. locales explotaron en zonas comerciales, oficinas gubernamentales, aeropuertos y centrales de camiones. Es difícil imaginar cómo el terror creaba en cadena, a partir de bombas de menor impacto, un tsunami de proporciones decembrinas cuyo miedo invadía la tranquilidad de los hogares y se batía, colosal e invicto en las esquinas de las calles y al fondo de los autobuses. Al menos dos personas murieron por estas detonaciones, entre ellos un niño que tomó una bomba y que le explotó en las manos.
Sólo entre la pobreza se puede dar los fenómenos más terribles de la desesperación humana. (entre al riqueza se dan los fenómenos más egoistas y soberbios). Contra los pobres y sobre los pobres. Tan sólo en Dacca, la capital del estado bengalí, donde vive la mayor cantidad de slums, es donde se llevan a cambio destrucciones de casas, desalojos, agua envenenada con arsénico. Sólo entre y contra la pobreza, donde la desesperanza es mayor y el odio se incuba vengativo, detonaron la mayoría de las bombas.
No logro ni imaginar cómo esas detonaciones fueron sembrándose con calma, como semillas de venganza que dormían entre hierros, bajo durmientes de trenes, en botes de basura, bajo los labavabos en las escuelas, en las farolas de luz y en cajones de escritorios para después florecer con su mensaje de fuego y violencia. Fueron 400 bombas las que sembraron su polen de lumbre entre las calles. Las primeras indagaciones sobre los atentados apuntan al grupo islámico Jamaat ul Muyajidín que exige que la nación sea pura y entre en las reglas de la verdad islámica. Y otras apuntan a que fue un boicot de la liga Awami contra la primer ministra Jaleda Zia. Quien sea que lo haya hecho ha logrado que un poco de su terror salga de las fronteras de Blangadesh e irradie el mundo como un erupción que disparse su ceniza por el orbe.
Porque hoy, aún con la medida de la indiferencia de la gente, en el margen oscuro de la información, esas 400 bombas saben en el mundo a una intolerancia que se vive en todas las ciudades y en todos los gobiernos; que se vive incluso entre compañeros de una misma oficina: una intolerancia racista, energúmena, diva; que va explotando 400 veces todos los días.