miércoles, enero 24, 2007

Islas

Me pregunto porqué se organizan lecturas en voz alta ante públicos, la mayoría de las veces, abúlicos. Me pregunto también porqué queremos ser leídos. O por qué escribimos libros sobre otros libros que después serán fuente de apoyo para la escritura de otros libros. Por qué escribe cada quien lo que escribe, esa pequeña ínsula de obsesiones que a veces se agotan, tragados por el mar o a veces crecen y forman continentes. Ser lenguaje es una actividad que agota. Ser lo que se escribe también. Cuando voy a talleres literarios siempre estoy con la duda de qué hizo la vida con tal o cual persona para que le dieran ganas de escribir sobre las guerras mundiales o sobre las costas tamaulipecas o sobre el terror, o la ruptura del lenguaje. ¿Vale en realidad algo para que sea escrito? y en sí, ¿por qué escribir?
Hace un par de meses un amigo me invitó a dar una charla en un auditorio de la Feria del Libro Infantil y Juvenil. En realidad, yo no era más que el tercer sustituto de esa charla. Un primer escritor había dicho que sí y luego, que no. Otro segundo escritor dijo que sí, y después que no y entonces aparecí yo. Dije que sí. Cuando llegué a la FILIJ busqué el auditorio. En el mapa de actividades venía el nombre de ese primer escritor. En el autorio, estaba el nombre de ese segundo escritor. Cuando me presenté tuve que decir que yo no era ni uno, ni el otro, tal vez, ni escritor. En realidad, me molesta el nombre de "escritor". Lo escucho y vuelvo a ver a todos lados como si dijera: ¿yo? ¿me hablan a mí? ¿en serio me escogieron a mí para jugar en el equipo?
Mi amigo dijo: que se vea que sí te gusta escribir. Los escritores que vinieron en lunes, el martes y el miércoles terminaron diciéndoles que si querían hacer algo productivo con sus vidas, mejor ni se les ocurriera tomar la pluma. Nada más asentí. Y busqué ese gusto por escribir. Creo que pasan los años y las certezas desaparecen. Se queda uno sólo con la superficie del deseo, con la vaga sensación de que dentro del cofre del tesoro están los doblones. Y lleva el cofre, por lo mismo, a todas partes. Cuando te publican o alguien te dice que sí le gustó lo que escribiste, ves el cofre y dices, ok, está bien, ahí tengo mi dinero. Pero curiosamente, al agitarlo, no se escucha nada. Entonces se tiene miedo de abrirlo, de saber que has andado por la vida intentando ser algo que no eres.
Me dirán los optimistas: el tesoro es el lenguaje: el tesoro es la imaginación: el tesoro es...
Me dirán los pesimistas: ¿a quién le importa todo esto?
Esa respuesta es la que me gusta. Aunque no deja de parecerme curioso ese saber porqué escriben los demás, esas insulas golpeadas por el mar de la indiferencia.

1 comentario:

Elena Méndez dijo...

http://www.homines.com/
palabras/ceulemans/
index.htm