miércoles, enero 17, 2007

Recordar a nuestros muertos también puede ser un ejercicio de indiferencia. Pero hay días cuando es imposible ser indiferentes, cuando la llaga sí se abre, cuando inclinas la mirada con la verguenza del llanto que no se detiene. Los volvemos a enterrar como ese día. Nos vuelve a dar el golpe de su ausencia, se nos traban las palabras como al momento cuando nos dijeron de su muerte. El resto del día es imposible quitarse la sensibilidad de los cementerios, el golpe frágil en la nuca. La muerte se siente en los dedos, en la saliva, se extiende con pesadez de nuevo en nuestros zapatos, detiene nuestros movimientos.
Pero a veces recordamos a nuestros muertos con la indiferencia del amor de rutina, con la indiferencia con la que llamamos a un compañero de oficina para que traiga el último reporte. Hoy recordé un muerto. Mi único muerto. Qué desfile de lágrimas. Qué disfrute también de la vida. Otro poco, pensé, le he llorado. Qué bien me he sentido por llorarle, por saber que aún sigue siendo en su muerte, todo lo importante que fue para mí en su vida.

1 comentario:

Iliana dijo...

Hola, sobre esta indiferencia, sobre esta especie de rutina al recordar a nuestros muertos recuerdo un poema de Fernando Pessoa:
Después, lentamente olvidaste./ Sólo eres recordado en dos fechas, anualmente:/ cuando hace años que naciste, cuando hace años que moriste./Nada más, nada más, absolutamente nada más./ Dos veces al año piensan en ti./ Dos veces al año suspiran por ti los que te amaron,/ y una que otra vez suspiran si por casualidad se habla de ti.
Me gusta y creo que se acerca a lo que dices.