Aquella terrible columna, con sus armas cargadas, hizo alto frente a la puerta del cuarto y sin más espera, y sin saber quién daba las voces de mando, oímos distintamente: "¡Al hombro! ¡Presenten armas! ¡Preparen! ¡Apunten...!" Como tengo dicho, el señor Juárez estaba en la puerta, hizo hacia atrás la cabeza y esperó... Los rostros feroces de los soldados, su ademán, la conmoción misma, lo que yo amaba a Juárez... yo no sé... se apoderó de mí algo de vértigo o de cosa de que no me puedo dar cuenta... rápido como el pensamiento, tomé al señor Juárez de la ropa, lo puse a mi espalda, lo cubrí con mi cuerpo... abrí mis brazos... y ahogando la voz de ¡fuego! que tronaba en aquel instante, grité: "¡Levanten las armas!, ¡levanten las armas!, ¡los valientes no asesinan...! y hablé y hablé. Yo no sé qué hablaba en mí que me ponía alto, poderoso, y veía, sentía que lo subyugaba, que desbarataba el peligro, que lo tenía a mis pies... Repito que yo hablaba y no puedo darme cuenta de lo que dije... A medida que mi voz sonaba, la actitud enfrente, y con quien me encaré diciéndole "¿Quieren sangre? ¡Bébanse la mía...!", ¡alzó el fusil... los otros hicieron lo mismo... Entonces vitoreé a Jalisco!
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