Como se desvela el sol al amanecer así he ido descubriendo las heridas y fracturas que el 19 de septiembre dejó en esta ciudad que amo mucho. Incluso hoy, cuando camino por sus calles y descubro la pétra soledad de edificios abandonados y puestas las banderillas de la destrucción en sus columnas y pisos no dejo de sorprenderme. Revivir el temblor de 1985 es un ejercicio de la mirada y del corazón porque es imposible no sorprenderte ante las historias que aún flotan en el aire; como el de aquella mujer embarazada que terminó bajo los escombros y a quien le abrieron el vientre para sacar a su hijo o el del hombre del Súper Leche que perdió esposa e hijos en los movimientos telúricos.
Vivir veinte años después el terremoto de 1985 en la ciudad de México es también andar con una sensación de fragilidad en la calle, los elevadores y al momento de abrir los ojos en la mañana y recordar que hoy es 19 de septiembre. Es ver las imágenes donde una ciudad se ha vuelto irreconocible, es pasar frente al Centro Médico Nacional y recordar siempre la historia de esos bebés que fueron rescatados de entre las vigas y los techos desplomados. Veinte años después el dolor y la consternación siguen siendo los mismos, sigue siendo la misma actitud de reserva y miedo, de silencio honroso, por todos los que perdieron la vida, por la grama del parque del Seguro Social en la esquina de Cuauhtemoc y Viaductos que se llenó de sacos blancos. Veinte años después sigue siendo un momento de inclinar la mirada cuando te cuentan de gente que vio cómo se colapsaba el Edificio Nuevo León en Tlatelolco y quedaban sobre la avenida como un montón de fichas.
Así, como un amanecer que se revela poco a poco, he ido conociendo las historias e imaginando esas filas de gente que deambulaban por la ciudad sin saber a dónde ir; he logrado oír el sonido de las sirenas que ululantes, corrían a todas partes de la ciudad como glóbulos rojos en arterias colapsadas. Y me han dicho: aquí se cayó un hotel, yo perdí a mi hermano, un amigo perdió familia y todo, a mi madre la rescataron del Metro Pino Suárez sobre el que cayó el edificio del Infonavit.
Y yo escucho. Solamente escucho y guardo las palabras y las pienso y las repaso en silencio cuando veo la majestuosa composición de edificios de cristal en el Paseo de la Reforma, cuando veo la cúpula dorada del Palacio de Bellas Artesy comparo esa primera vez que vi el edificio Nuevo León en la calle. Se había partido en dos a la altura del quinto piso y el resto se fue para abajo como quien hunde una mano sobre una caja de leche. Era tan amplia la tragedia, me cuenta Gladys, que me sentía mal porque yo no había perdido ni hijos, ni casa, ni escuela.
Así, han pasado veinte años. Hoy, en el zócalo el presidente Vicente Fox y Encinas, el jefe de gobierno del Distrito Federal hicieron un minuto de luto por los fallecidos en el temblor. Ululaban las sirenas y al fondo de la imagen de la televisión se veía la ciudad de México en su andar cotidiando, repuesta en muchos aspectos. Tocaban los cornetas la marcha de duelo y se veía al fondo la ciudad de México con sus semáforos del verde al rojo y la bruma sobre los cerros. Así he ido descubriendo el 19 de septiembre. Primero con azoro, después con tristeza y finalmente con fragilidad y es un amanecer del que no quiero saberlo todo, porque imagino, sería como ese despertar el 20 de septiembre de 1985 cuando al abrir los ojos se descubría el cielo raso y a los lados, ese olor a muerte, a los lados, esas vigas como mondadientes, esas calles destruidas que ahora son otra vez.