No he querido saber pero me enterado hoy que el Centro Mexicano de Escritores oficialmente ha dejado de existir. Si una llama de esperanza había para sostenerlo, ésta ha desaparecido. No he querido saber pero ahora sé, que tal y como dijo Ninett Torres, el Centro marcó para muchos un antes y un después. Ahí varios conocieron a sus esposos y esposas, ahí formaron familias y otros en esa mesa guinda en cuyas cabeceras se sentaban Carlos Montemayor y Alí Chumacero hoy, antes Margarite Sheed y otros, crecieron a la fronda de esa esperanza que te daba saber que ahí... no en ese mesa, no en esos libreros, no en ese café que te aguardaba caliente todos los miércoles; pero sí en ese espíritu, en esa libertad, se podían, sí tú trabajabas lo suficiente, lograr el apoyo de paternas figuras como Juan Rulfo, Juan José Arreola, Jaime Sabines, Ricardo Garibay y Rosario Castellanos quienes miraban por tus hombros dando gestos graves de asentimiento por algo bien escrito o gestos graves de desaprobación por textos mal escritos. El Centro Mexicano de Escritores ha desaparecido y siento que con él se rompe la última raíz del tiempo de los titanes, de los grandes creadores que sol y fuego, a tierras nostras y páramos de sueños, lograban hacer con su escritura la creación de un mito. Hoy la casa ha sido confiscada (solicitada) por la Secretaría de Salud y nada queda más en esos muros de esperanza. Porque en el fondo, toda beca para escribir te da esperanza en una mejor novela, en un mejor cuento. Pienso entonces en mi vuelo al d.f. y la primer comida del Centro Mexicano de Escritores en un restaurante por avenida Miguel Ángel de Quevedo y me sale, aunque no sé cuales sean los rasgos y las necesidades de un requiem literario, decir una endecha humilde acaso, sincera sin lugar a dudas, por esas mesas y esos amigos que hice en mi año de becario. Repaso los nombres: Nora, Mario, Daniel, Manuel, Socorro quienes junto conmigo se sentaban todos los miércoles en esa mesa en esa casa en esa calle en esa colonia de Villa de Cortés que tenía en sus aceras jacarandas que en tiempo de flores el viento le arrancaba sus pétalos lilas y los iba a escombrar, a veces, a las puertas de esas verjas negras, de esos muros en cuya pared estaba la placa que decía: Centro Mexicano de Escritores y becas Juan José Arreola, cuando el nombre y el mito del autor de Confabulario (libro escrito con la beca) se habían extendido con sus raíces de imaginación y sorpresa entre los lectores mexicanos, acaso entre la crítica. No... no sé cómo se debe de hacer un requiem literario por una institución amenazada y amenazante, justa e injusta al mismo tiempo... pero como dice Juan Rulfo en ese libro, en ese cuento que escribió con el apoyo de la beca del Centro Mexicano de Escritores y que parafraseo ahorita, cuando traigo los dedos rápidos y la sensación a flor de piel: "es difícil crecer cuando se sabe que eso de donde unon salió, de donde uno se hizo, está muerto y más que muerto por alguien que aún anda por la vida acobardándose". Así... ha cerrado. Muchos de tipos de becas hay y serán peleadas pero como dice Ninett Torres hoy en el periódico, más que una beca, el Centro era un antes y un después. Yo miro mi antes y miro mi después. Y digo salud por esa casa y esa institución que me cobijó por un año. Digo salud por los amigos que conocí ahí y también por las borracheras después y por las críticas ahí. No sé cómo hacer un requiem por una institución que también puede tener sus asegunes, sus dolencias y soberbias pero sólo sé decir que gracias. Los jóvenes que quedamos y pasamos por esas paredes somos lo últimos de esa cofradía. El Centro no responde por nosotros y nosotros no respondemos por él pero el cordón está ahí. Un día, como sea, seremos parte de ese muro que Martha Dominguez protegía con celo: el muro de los muertos del centro mexicano. Ahí estaban Rosario Castellanos, Sabines, Bianco, Jorge Cantú de la Garza, José Carlos Becerra. Ahí están esperándonos seamos o no seamos escritores. Salud entonces por ellos, por sus libros. Salud por el Centro Mexicano de Escritores aunque esto intente ser un requiem y se queda tan solo como palabras barridas, acaso pétalos de color lila que el aire no tardará en escombrar entre este mar de letras. |
Antonio. Me sobrevivo en vela, mereciendo que al corazón me apunten al matarme. Bonifaz Nuño