Me dice un amigo con cierta amargura: — Ya salieron las becas del FONCA. —¿Y? —No me la dieron. Curioso, voy y compro el periódico para ver a quién sí se la dieron (o la obtuvieron, o se la ganaron, o la merecieron) y leo los nombres. Al menos a dos amigos y una amiga sí se las dieron. —¿A quién conoces? —me pregunta este amigo. —A dos tres —y le digo los nombres. —Temporada de becas —le digo—. Estas como cazador con la escopeta pum pum pum disparando a todo lo que se mueva. —Pero es que sí le tenía fe a este proyecto. Estaba contento con este proyecto, según yo era claro, conciso; pero ya ves pinche Toñillo, esto de las becas es un azar. Y pienso entonces en tanta y tanta gente que como mi amigo hoy sábado y ayer viernes hicieron llamadas para saber si habían sido seleccionados en la Fundación para las Letras Mexicanas o en el Fondo Nacional para la Cultura y las Artes y que, al no salir, sintieron que eso era un revés, un momento congelado donde todas las palabras se les desinflaban y las historias que andaban ahí en la oscuridad se quedarán en la oscuridad. Y pienso entonces que las becas son como insecticidas; si no te matan porque no te las dan te hacen más fuerte. Son como parte de esa selección natural. Al dártelas no te hacen mejores (lo digo hoy que me preguntaba porqué no me habían depositado el dinero del FONCA, beca que se termina ya pronto), te hacen mejores cuando, al no dártelas, tú sigues escribiendo y lees y sabes que siempre habrá otro año y porqué no, es un tiempo increíble lleno de magia para encontrar otras historias. —Pinches jurados —agrega mi amigo entre triste y burlón. —Pues ahí será para la otra —le digo. Las becas son siempre para la otra. Los libros, sin embargo, son para siempre. Eso no implica que esté contento por mis dos amigos y mi amiga que sí fueron becarios. Eso no implica que me de cosa por mis amigos y amigas que no fueron seleccionados. Pero los libros, recuerden, esos son verdaderamente los imprescindibles. |
Antonio. Me sobrevivo en vela, mereciendo que al corazón me apunten al matarme. Bonifaz Nuño