viernes, septiembre 23, 2005

Leavander

A los hombres nos gusta el box. Nos gusta ver cómo dos hombres estan dispuestos a subir al ring y mediante una danza de músculos y jabs se acaba al oponente. Nos gusta por que inclusive en el hombre contemporáneo que sabe de Matisse y el viaje a la luna sigue existiendo ese grito descomunal de rabia y ansiedad de dar un buen golpe. Porque sigue existiendo en nosotros, por más que lo intentemos ocultar, esa necesidad de a veces, decirle al otro: Yo soy el más fuerte.
Y el box es el mejor deporte para eso. El box es la forma civilizada de la crueldad más que del ludismo. Cuando ves a un hombre en un ring tirar jabs y rectas algo en la sangre te llama porque te llama y hace que te levantes del asiento, aprietes las quijadas o cierres los puños. Los boxeadores pelean por ti. Tú eres parte del boxeador. Las reglas se respetan. Es un deporte como todos los demás. Vean un combate, no uno soso donde los boxeadores se abrazan a cada rato. Vean un intercambio de puños, un desfile interminable de golpes, esa máquina bien aceitada, esos pistones que entran, salen, muelen, nublan los ojos, abren las cejas, deforman el rostro del otro luchador y que este, en lugar de irse a la esquina, se lance al frente y dé, nuble, abra, deforme el rostro del otro al menos por un fracción de segundo. Vean eso y sabrán. Pueden horrorizarse pero también puede simplemente dar un paso hacia adelante. Si lo hacen, ya están dentro.
¿Cuantos golpes puede recibir un hombre y sostenerse en pie? ¿Cincuenta? ¿Cien? ¿Doscientos? ¿Con cuántos combates se logra llegar a una vejez con inteligencia y no con una enfermedad mental como la que carcome la memoria y la voz del campeón Mohamed Alí? Y las arenas se llenan, la prensa persigue a los luchadores, el box cambia vidas, los campeones son recordados porque muestran inteligencia, valentía, aguante y crueldad. El campeón es como el niño ese al que le temías en la salida. Era entrón, no se dolía de los golpes futuros como tanto cobarde que anda por ahi. En el fondo hay una verdad universal. Hay un momento, por terrible que sea, donde es imposible entenderse con la palabra. Ese es el guión de nuestra historia, el guión de los imperios fracasados, de los héroes de antaño. Ese es en un punto la gran rebeldía del hombre contemporáneo que ya no puede: la violencia, como en la película de Un día de furia.
El box es nuestro actual forma del culto a la contundencia y velocidad. Sigue siendo primitivo pero nos sigue gustando porque seguimos siendo el mismo hombre que no entendía las estrellas, ni la luna, ni el sol, ni el ir y venir de la marea, el mismo hombre que en la oscuridad de las cavernas escuchaba el aullido del lobo y se apretaba sudoroso, babeante, alerta, a sus compañeros. Ese mismo hombre para quien el lenguaje era algo inexplicable pero ya sabía defenderse con sus puños.
Estos días ha muerto Levander Jonson, campeón mundial de peso ligero de la Federación Internacional de Boxeo. Perdió el título ante el pugilista mexicano "Matador" Chavez. ¿Cuantos golpes puede recibir un hombre y sostenerse en pie? Levander recibió más de 400 golpes. Y no se sostuvo. Al finalizar la pelea ambos peleadores se abrazaron. Al morir Levander horas después la familia eximió a "Matador" Chavez de la muerte del luchador. "Matador" Chavez ha dicho que cada que suba al ring peleará por el recuerdo de Levander. Es aquí donde en la rudeza del box aparece el hombre de hoy. ¿Desaparecerá el box? No. Porque para desaparecerlo habría que eliminar ese grano de violencia que nos agiganta y que también nos define.
También somos recordados por la violencia que ejercemos en nuestra vida como por nuestro amor. Salud Levander. Todo mundo dirá que peleaste bien. Y en el fondo todos agradecemos a los que combaten dignamente.