¿Ves esas estrellas? le preguntó el padre al hijo y le cedió el lugar en el ojo del telescopio. Esas tres estrellas que brillan más que todas son el cinturón de Orión. Orión era un gran cazador y tenía dos perros que siempre lo acompañaban. Y entonces el niño dejó de ver por el telescopio y siguió con la mirada el dedo de su padre que dibujaba a un hombre y a dos perros entre el laberinto de estrellas. El can mayor, le dijo el hombre, sale siempre antes que el cazador y lo sigue y el can menor lo aguarda. El padre siguió hablando entonces de las estrellas y que en el cielo podían formarse, si se quisiera, las imágenes de toda una generación. Le habló entonces de la importancia de los luceros porque durante mucho tiempo fueron la guía de los marinos que peleaban contra el extravío en los mares desconocidos. También para el amor eran importantes porque toda estrella era digna de ser regalada a una mujer, pero no todas las mujeres eran dignas de recibir una estrella. El padre guardó silencio y cuando vio al niño le preguntó: ¿Quieres ver otras? Entonces el niño reaccionó y le dijo: Me gusta cómo hablas. Y entonces el hombre comprendió que el niño no había mirado en ningún momento las estrellas.