1
Publica el diario deportivo Récord el sábado 2 de abril un especial del Juan Pablo II. El especial está avocado a las interacciones entre el Papa y el deporte. Las fotos muestra a Su Santidad (apelativo con el que se le dice también en el mundo católico) junto a un modelo a escala de un Ferrari con el que Michael Shumacher gano su quinto campeonato mundial y Ferrari el campeonato de cronstructores. Se ve un Papa ya agobiado por un cansancio que imagino se le fue llenando de polvo desde el momento cuando regaló su primer sonrisa mundo desde el balcón del Palacio Apostólico hasta convertirse en ese polvo que ahora ya es y seremos todos. Juan Pablo II con ese tipo de gestos le dijo al mundo que además de Papa era un hombre al que todos se le podían acercar. Y al hacerse hombre, creo, dio inicio a un papado que mantendrá su nombre durante siglos.
2.
¿Qué somos los hombres más que un puñado de polvo y recuerdos? Como un reguero de sangre y nervios somos. Todo nos acontece, todo nos duele. Publica el mismo diario Récord varias fotografías del Papa durante su juventud. A mi no me interesa verlo con sus vestimentas papales, su cruz dorada y el sello de oro, esos carcajs que también lo alejan de toda la humildad que predicó Cristo a su iglesia. Del Papa me quedo con una imagen donde se le ve joven, con una capucha de algodón en la cabeza, lentes de marco negro, guantes de lana, cuerpo esmirriado y esquis en los pies. A su alrededor un paraje nevado no lo amilana. Qué recuerdo de nieve tuvo el Papa en su agonía no lo sé. Qué polvo de esos días guardaba aún en su botines lo ignoro.
3.
Fui a la avenida Aviación Federal porque me dijeron que por ahí iba a pasar el Papa. No soy católico pero eso no evita que pueda ver con admiración a un hombre que trajo esperanza a muchos sin ella. Cuando llegué una multitud de ancianas y niños, de mujeres con infantes al brazo y de vendedores de esquites, paletas y rosarios hacía valla sobre los alrededores de la avenida. Boulevard Puerto Áereo estaba copado por trolebuses y microbuseros. La gente nutría las calles. Por acá pasaba el vendedor de mangos cuya esposa vendía el rosario de los cinco continentes. La religión también es comercio. Me aposté en el paso a desnivel de Boulevard y Aviación federal. Cada cinco minutos el cielo se llenaba del estruendo con la llegada y la partida de los aviones en el aeropuerto Benito Juárez (curioso que el Papa partiera de México desde el aeropuerto con el nombre de un acérrimo rival de la Iglesia Católica). A lo lejos, bajo ese sol tibio, volaban los helicópteros. Una mujer dijo atrás de mi, por allá anda el Papa. Luego, abajo, pasaban coches con guardias de seguridad y cada diez minutos llegaban camiones del ejército a dejar soldados para hacer las vallas. Antes de que el Papa cruzara frente a nosotros pasaron motos de tránsito y después un autobús con dignatarios vaticanos. Luego el aire se fue haciendo festivo. Allá venía el papamóvil. Una viejita se metió a empujones a un lado mío y extendió un rosario comprado momentos atrás. Dijo, ya ni lo veo, pero que cuando pase bendiga mi crucifijo. Arriba los helicópteros se fueron acercando y la gente agitaba sus banderas blanquiamarillas. Luego la guardia se puso en firmes y el papamóvil pasó a paso medio lento por Avenida Aviación Federal. Vi al Papa. Iba sentado y lo imaginé cansando, fastidiado. Su joroba lo inclinaba hacia un lado del asiento. No alzó la mano en ningún momento. Apenas pasó el papamóvil los bordes de gente se colapsaron y se unieron en medio de la avenida como las aguas del Mar Rojo y todos seguimos al Papa en un estruendo de gritos y correr salvaje. Llegamos hasta la malla del aeropuerto y ahí nos quedamos como huérfanos, detenidas las manos en los rombos de la malla. No tardaron en llegar más vendedores de rosarios, de libros de oración, vendedores de tlayudas y sopes. La gente aguardaba encima de los cofres de las camionetas. Allá adentro, el Papa era despedido por Vicente Fox y recuerdo que López Obrador estaba también ahí. Cuando el avión partió, como un toque de corneta, la gente se fue disgregando entre las calles, movilizándose con lentitud, satisfecha la fe, redondo el estómago, cansada la frente después de estar, mucho, más de cuatro horas de pie esperando al Papa que nunca más volvería.
4
El Papa se vendió bien ayer domingo. Voy a Álvaro Obregón a comprar libros. Llego a un puesto donde venden artículos religiosos. Una muchacha se levanta en ese momento y pasa al frente dos platos con la efigie de Karol Wojtyla. Pone atrás, donde estaban los platos, dos imágenes de la Virgen de Guadalupe. Es que hoy todo lo del Papa se está vendiendo muy bien, me dice cuando le pregunto por qué lo hizo. ¿Quiere uno? me pregunta esperanzada. No gracias, le digo, ya traigo muchas cosas.
5.
No hay nada del Papa dentro de la tienda Sears frente al Palacio de Bellas Artes. La gente mira los pantalones, en la sección de perfumería una mujer de vestido verde y zapatos de tacón puntiagudo extiende la mano y la despachadora acerca mecánicamente el perfume y rocía la muñeca de la mujer. Huele muy rico, dice cuando paso. Y sí, huele muy rico.
6.
Oye, ¿No dijeron nada del Papa en Amistad Cristiana?, le pregunto a una amiga. Ella pone cara de enojo. No teníamos qué decir nada del Papa ahí, ni al caso. Somos cristianos. Ni al caso. Bueno, sí, le digo. Pero el Papa era una figura mundial, impulsor de la paz, casi quitó él el comunismo de Polonia y el mundo. Sin su primer visita a Polonia el movimiento Solidaridad de Lech Walesa no habría triunfado. Además, el simple hecho del llanto o conmoción de más de 1,000,000 de católicos en el mundo debe de servir de algo, ¿no lo crees? Mi amiga niega con la cabeza y su enojo es innegable. Él ni al caso en Amistad. Yo me quedo pensando. Es tan solo una vida... ¿no merece silencio al menos una vida, ya sea del Papa o del señor que vende chicharrones afuera de la esquina? La diferencia es que Papa tiene amor automático. Al de la esquina ni su esposa lo puede querer, creo.
7.
Imagino entonces que fue muy genuino tanto amor dado sin importar la fe. Imagino que fueron genuinos los mails donde se me pedía orar por el Papa.
8.
Hoy se ha vendido bien el periódico, me dice el despachador. Ahorita le traigo su periódico. Me quedo así, esperando. Entonces leo el diario La Crónica del domingo 3 de abril. He andado casi todo el día de un lado a otro desde las 10 de la mañana y he caminado tanto y a pesar de eso todos mis nervios se despiertan cuando leo lo siguiente: “Dice Obrador: “Todo mundo está hable y hable del Papa y de que se fue. Ya estoy harto, porque no hablan del desafuero que me quieren hacer”. Abro el periódico y sigo con la nota. AMLO dijo eso. Puedo imaginar perfectamente la soberbia del tabasqueño. En un mundo donde el corazón y la otredad desaparecen me dan ganas de irme a la catedral y de perdido, gritar que nadie vote por AMLO. Vuelvo a ver el despachador y le digo: “Ya leyó lo que dice este sujeto; que quiere más atención”. Entonces el despachador se pasa aire con una gerga y dice que es terrible todo, que AMLO es peor que Chávez y me cuenta que con AMLO todos pierden. La gente en realidad no se informa, me dice. Y los que se informan se informan a medias. La ley es la Ley. Así compro el periódico y bajo al metro. El Papa debe de ser enterrado entre el sexto y el octavo día de su muerte, dicen las reglas vaticanas. Después se pondrá al público. Así se vuelve un hombre, objeto de una maquinaria. El Papa no tendrá una muerte simple y en paz como probablemente la habría tenido de haberse quedado simplemente como párroco en la fría Polonia, vestido con su gorra para el frío, los lentes, los guantes de lana y los esquís a los pies mientras esquía en una apacible mañana de invierno y el futuro le queda lejos, bastante lejos.
Publica el diario deportivo Récord el sábado 2 de abril un especial del Juan Pablo II. El especial está avocado a las interacciones entre el Papa y el deporte. Las fotos muestra a Su Santidad (apelativo con el que se le dice también en el mundo católico) junto a un modelo a escala de un Ferrari con el que Michael Shumacher gano su quinto campeonato mundial y Ferrari el campeonato de cronstructores. Se ve un Papa ya agobiado por un cansancio que imagino se le fue llenando de polvo desde el momento cuando regaló su primer sonrisa mundo desde el balcón del Palacio Apostólico hasta convertirse en ese polvo que ahora ya es y seremos todos. Juan Pablo II con ese tipo de gestos le dijo al mundo que además de Papa era un hombre al que todos se le podían acercar. Y al hacerse hombre, creo, dio inicio a un papado que mantendrá su nombre durante siglos.
2.
¿Qué somos los hombres más que un puñado de polvo y recuerdos? Como un reguero de sangre y nervios somos. Todo nos acontece, todo nos duele. Publica el mismo diario Récord varias fotografías del Papa durante su juventud. A mi no me interesa verlo con sus vestimentas papales, su cruz dorada y el sello de oro, esos carcajs que también lo alejan de toda la humildad que predicó Cristo a su iglesia. Del Papa me quedo con una imagen donde se le ve joven, con una capucha de algodón en la cabeza, lentes de marco negro, guantes de lana, cuerpo esmirriado y esquis en los pies. A su alrededor un paraje nevado no lo amilana. Qué recuerdo de nieve tuvo el Papa en su agonía no lo sé. Qué polvo de esos días guardaba aún en su botines lo ignoro.
3.
Fui a la avenida Aviación Federal porque me dijeron que por ahí iba a pasar el Papa. No soy católico pero eso no evita que pueda ver con admiración a un hombre que trajo esperanza a muchos sin ella. Cuando llegué una multitud de ancianas y niños, de mujeres con infantes al brazo y de vendedores de esquites, paletas y rosarios hacía valla sobre los alrededores de la avenida. Boulevard Puerto Áereo estaba copado por trolebuses y microbuseros. La gente nutría las calles. Por acá pasaba el vendedor de mangos cuya esposa vendía el rosario de los cinco continentes. La religión también es comercio. Me aposté en el paso a desnivel de Boulevard y Aviación federal. Cada cinco minutos el cielo se llenaba del estruendo con la llegada y la partida de los aviones en el aeropuerto Benito Juárez (curioso que el Papa partiera de México desde el aeropuerto con el nombre de un acérrimo rival de la Iglesia Católica). A lo lejos, bajo ese sol tibio, volaban los helicópteros. Una mujer dijo atrás de mi, por allá anda el Papa. Luego, abajo, pasaban coches con guardias de seguridad y cada diez minutos llegaban camiones del ejército a dejar soldados para hacer las vallas. Antes de que el Papa cruzara frente a nosotros pasaron motos de tránsito y después un autobús con dignatarios vaticanos. Luego el aire se fue haciendo festivo. Allá venía el papamóvil. Una viejita se metió a empujones a un lado mío y extendió un rosario comprado momentos atrás. Dijo, ya ni lo veo, pero que cuando pase bendiga mi crucifijo. Arriba los helicópteros se fueron acercando y la gente agitaba sus banderas blanquiamarillas. Luego la guardia se puso en firmes y el papamóvil pasó a paso medio lento por Avenida Aviación Federal. Vi al Papa. Iba sentado y lo imaginé cansando, fastidiado. Su joroba lo inclinaba hacia un lado del asiento. No alzó la mano en ningún momento. Apenas pasó el papamóvil los bordes de gente se colapsaron y se unieron en medio de la avenida como las aguas del Mar Rojo y todos seguimos al Papa en un estruendo de gritos y correr salvaje. Llegamos hasta la malla del aeropuerto y ahí nos quedamos como huérfanos, detenidas las manos en los rombos de la malla. No tardaron en llegar más vendedores de rosarios, de libros de oración, vendedores de tlayudas y sopes. La gente aguardaba encima de los cofres de las camionetas. Allá adentro, el Papa era despedido por Vicente Fox y recuerdo que López Obrador estaba también ahí. Cuando el avión partió, como un toque de corneta, la gente se fue disgregando entre las calles, movilizándose con lentitud, satisfecha la fe, redondo el estómago, cansada la frente después de estar, mucho, más de cuatro horas de pie esperando al Papa que nunca más volvería.
4
El Papa se vendió bien ayer domingo. Voy a Álvaro Obregón a comprar libros. Llego a un puesto donde venden artículos religiosos. Una muchacha se levanta en ese momento y pasa al frente dos platos con la efigie de Karol Wojtyla. Pone atrás, donde estaban los platos, dos imágenes de la Virgen de Guadalupe. Es que hoy todo lo del Papa se está vendiendo muy bien, me dice cuando le pregunto por qué lo hizo. ¿Quiere uno? me pregunta esperanzada. No gracias, le digo, ya traigo muchas cosas.
5.
No hay nada del Papa dentro de la tienda Sears frente al Palacio de Bellas Artes. La gente mira los pantalones, en la sección de perfumería una mujer de vestido verde y zapatos de tacón puntiagudo extiende la mano y la despachadora acerca mecánicamente el perfume y rocía la muñeca de la mujer. Huele muy rico, dice cuando paso. Y sí, huele muy rico.
6.
Oye, ¿No dijeron nada del Papa en Amistad Cristiana?, le pregunto a una amiga. Ella pone cara de enojo. No teníamos qué decir nada del Papa ahí, ni al caso. Somos cristianos. Ni al caso. Bueno, sí, le digo. Pero el Papa era una figura mundial, impulsor de la paz, casi quitó él el comunismo de Polonia y el mundo. Sin su primer visita a Polonia el movimiento Solidaridad de Lech Walesa no habría triunfado. Además, el simple hecho del llanto o conmoción de más de 1,000,000 de católicos en el mundo debe de servir de algo, ¿no lo crees? Mi amiga niega con la cabeza y su enojo es innegable. Él ni al caso en Amistad. Yo me quedo pensando. Es tan solo una vida... ¿no merece silencio al menos una vida, ya sea del Papa o del señor que vende chicharrones afuera de la esquina? La diferencia es que Papa tiene amor automático. Al de la esquina ni su esposa lo puede querer, creo.
7.
Imagino entonces que fue muy genuino tanto amor dado sin importar la fe. Imagino que fueron genuinos los mails donde se me pedía orar por el Papa.
8.
Hoy se ha vendido bien el periódico, me dice el despachador. Ahorita le traigo su periódico. Me quedo así, esperando. Entonces leo el diario La Crónica del domingo 3 de abril. He andado casi todo el día de un lado a otro desde las 10 de la mañana y he caminado tanto y a pesar de eso todos mis nervios se despiertan cuando leo lo siguiente: “Dice Obrador: “Todo mundo está hable y hable del Papa y de que se fue. Ya estoy harto, porque no hablan del desafuero que me quieren hacer”. Abro el periódico y sigo con la nota. AMLO dijo eso. Puedo imaginar perfectamente la soberbia del tabasqueño. En un mundo donde el corazón y la otredad desaparecen me dan ganas de irme a la catedral y de perdido, gritar que nadie vote por AMLO. Vuelvo a ver el despachador y le digo: “Ya leyó lo que dice este sujeto; que quiere más atención”. Entonces el despachador se pasa aire con una gerga y dice que es terrible todo, que AMLO es peor que Chávez y me cuenta que con AMLO todos pierden. La gente en realidad no se informa, me dice. Y los que se informan se informan a medias. La ley es la Ley. Así compro el periódico y bajo al metro. El Papa debe de ser enterrado entre el sexto y el octavo día de su muerte, dicen las reglas vaticanas. Después se pondrá al público. Así se vuelve un hombre, objeto de una maquinaria. El Papa no tendrá una muerte simple y en paz como probablemente la habría tenido de haberse quedado simplemente como párroco en la fría Polonia, vestido con su gorra para el frío, los lentes, los guantes de lana y los esquís a los pies mientras esquía en una apacible mañana de invierno y el futuro le queda lejos, bastante lejos.