Sagrado es un luchador alto, el cuerpo bien trabajado en el gimnasio. Cuando el anunciador lo presenta dice que su profesión es exorcizar a los rudos con tus técnicas divinas. Sagrado viste con una túnica blanca por la que asoman las botas negras y con ribetes plateados. Su máscara es negra con una cruz visigoda que baja de la frente, extiende sus maderos a la altura de los ojos y termina por enterrarse en el mentón. Lo acompañan Rey Misterio Junior y La Máscara. Frente a ellos tienen a Máscara Azteca, Loco Max y Alan Stone.
En un momento de la lucha Sagrado recibe unas patadas voladoras que lo cimbran en la lona y lanza un quejido que se va elevando hasta nosotros a pesar de los gritos que ciñen el ánimo de la arena México. Entonces, como si fuera un sentimiento que rompe sus límites, como una desesperación que se desgaja en gritos, una impotencia que se libera, el público comienza a gritar: ¡Sa-gra-do! ¡Sa-gra-do! ¡Sa-gra-do! Y en el cuadrilátero Sagrado alcanza a mover la mano, se incorpora con lentitud alentado por la batahola de aplausos, silbidos y mentadas de madre a Máscara Azteca y comienza a dar pelea. Lo mismo levanta por los aire al Loco Max que agarra a patadas a Máscara Azteca. Le clava unas patadas en las rodillas a uno que le aplica una quebradora al otro. En movimientos rápidos lanza a uno contra las cuerdas y cuando éste regresa lo recibe con una zancadilla. Los espectadores aúllan de la emoción al ver el ir y venir de los rudos y los poderosos golpes de Sagrado. Pero justo cuando la victoria es más cercana aparece Alan Stone, ataca por la espalda a Sagrado mientras que La Máscara y Rey Misterio junior son sometidos por los demás. Sagrado pierde después de las tres palmadas y llega un ¡Uuuuuuuhhh! que desciende de las gradas provocando en el público una reacción que lo anima a mentar la madre, rocíar cerveza, lanzar palomitas al ring.
El luchador es así, vale más bien, en tanto es capaz de hacer reaccionar al público. El carisma natural, como para todo en la vida, cuenta. Sin embargo en la lucha libre la mejor actuación, el mejor carisma la dan los golpes. Y cuando los golpes se convierten en llaves y contrallaves se vuelven arte. Las llaves son esa capacidad para dañar no con tu fuerza sino con la del otro. El luchador debe de ser ágil de cuerpo y mente para convertir un manotazo en una casita o unas patadas voladoras en un volantín o una pasada por lo alto en una desnucadora. La lucha libre es un lugar donde la imaginación está también latente. Mitad teatro, mitad realidad, la lucha libre sigue prometiendo al espectador una gran dosis de misterio que tiene más que ver con el desarrollo de la lucha que con las máscaras. Uno sabe ya el guión de la lucha pero no necesariamente va a ocurrir.
Cada lucha libre es una variación de la misma historia. Asistimos como espectadores a un cuento contado una y otra vez pero ¡ah!, siempre contado de la misma manera. ¿Y cómo accedemos a esta historia? Como en todas las demás artes: involucrándonos. En la lucha libre es necesario tomar un bando. La indiferencia es peligrosa. Hay que ver al luchador como héroe o como villano y reaccionar ante él, ante su carisma y sus dotes como gladiador. ¿Dónde nace el principio de la admiración al luchador? En el momento donde sabes que si a ti te dieran un golpe como esos tardarías mucho en levantarte.
Recuerdo aquella primera temporada grande de El Vampiro canadiense en la México. Al igual que en el baile donde se necesita soltarse para disfrutarlo, arriba del cuadrilátero se necesita se necesitar andar leve para ir y venir con decisión. En ese entonces ver luchar al Vampiro era como ver un tronco recién cortado por los leñadores: pesado, sin vida. Al Vampiro lo golpeaban, lo zarandeaban, lo dejaban caer de la tercera cuerda, le aplicaban desnucadoras pero... ¡Ah! que el Vampiro no sonriera al público porque empezaba su remontada aunque no supiera luchar nada de nada. Ahí estaba la reacción. Luego aprendió a luchar un poco más, afortunadamente.
El luchador para provocar una reacción debe primero provocar empatía. Los técnicos se ganan al público con su andar feliz, con tomarse fotos con los niños pero sobre todo por respetar la regla del uno contra uno. Los luchadores rudos se ganan al público mediante el escándalo. Lo ganan mediante el odio, que también es una forma de querer. Si el luchador no provoca no funciona. Puede ser un gran gladiador pero si es como una esponja sin chiste así va a pasar a la historia.
El ejemplo más claro es el de Rodolfo Guzmán Huerta quien debutó en los cuadriláteros en 1934, pero su leyenda comenzó a tejerse el 26 de julio de 1942 en la legendaria Arena México. Aquella noche el luchador que había empezado con luchando bajo los motes de Hombre Rojo, Enmascarado, Murciélago II y Demonio Negro, aparecía con una nueva y albo traje, debajo de una brillante máscara plateada. Había nacido Santo, el Enmascarado de Plata. Ya estaba entonces ahí una reacción sólo con el nombre y la indumentaria que con los años ha ido cambiando hasta ser la hermosa máscara de El Hijo del Santo, igual con el Hijo de Blue Demón. Pero el enmascarado de Plata no logró el éxito sino mucho después cuando sus dotes como luchador quedaron demostradas. Curiosamente, la noche que logró la inmortalidad fue aquella cuando desenmascaró a Black Shadow y al momento de pasar a la historia, curiosamente lanzó a la historia al otro ídolo de la lucha libre mexicana: Blue Demon.
Luchadores. Eres, te presentas, luchas pero cuenta mucho cómo te presentas. La semiótica de la lucha libre se establece con la conjunción de todos estos elementos que tienen como fin la provocación. Si el luchador hace que te levantes de la butaca ha merecido la noche. Se es también en la importancia de las llaves, los vuelos y contrallaves. No cualquiera compone al aire una “campana”, una “ranita”, el “cristo invertido” o la “casita”.
¿Qué es lo que emociona el corazón en un combate? Una buena presentación, un vuelo desde la tercera cuerda, un llaveo y contrallaveo inteligente, una patada voladora pero por sobre todo una llave que no pensabas ver. Cuando un luchador te sorprende con su técnica te conviertes en fan. Ya antes le has dado tu empatía. Ahora, al verlo luchar, te conviertes en su fan, te levantas de la butaca. Y cuando se presenta la piel se eriza y tienes los ojos atentos a verlo avanzar por el ring y cuando alza la mano gritas: ¡Mís-ti-co! ¡Mis-tico! ¡Mis-tico! o ¡Negro! ¡Negro! ¡Negro! Entonces compras su máscara y lo sigues y te tomas fotos con él. Repito: el principio de la admiración al luchador parte de la certeza de que si tú recibieras un golpe como esos no te levantas en un buen rato.
Es por ello que a pesar de la derrota del Sagrado esa noche apenas alzó las manos para despedirse el público de la Arena México se le entregó. El Sagrado conjuga reacción, técnic, coraje, misterio y admiración. El público que asiste a las arenas no le importa si todo es arreglado o si es ficción lo que ve. (Como si leyera la novela de un mundo feliz o de un hombre que no oye ladrar los perros).Existe sí, el razonamiento previo sobre lo que verá pero siempre termina ganando el corazón y el frenesí. Y es el corazón, la ingenua felicidad que te hace gritar: ¡Sa-gra-do! ¡Sa-gra-do! ¡Sa-gra-do! y sentir que tus gritos y silbidos algo de fuerza le dan a tu ídolo y lo hace levantarse de la lona a dar patadas, llaves. Uno sueña entonces que si es una noche afortunada, tus gritos pueden llevar a tu luchador al triunfo.
En un momento de la lucha Sagrado recibe unas patadas voladoras que lo cimbran en la lona y lanza un quejido que se va elevando hasta nosotros a pesar de los gritos que ciñen el ánimo de la arena México. Entonces, como si fuera un sentimiento que rompe sus límites, como una desesperación que se desgaja en gritos, una impotencia que se libera, el público comienza a gritar: ¡Sa-gra-do! ¡Sa-gra-do! ¡Sa-gra-do! Y en el cuadrilátero Sagrado alcanza a mover la mano, se incorpora con lentitud alentado por la batahola de aplausos, silbidos y mentadas de madre a Máscara Azteca y comienza a dar pelea. Lo mismo levanta por los aire al Loco Max que agarra a patadas a Máscara Azteca. Le clava unas patadas en las rodillas a uno que le aplica una quebradora al otro. En movimientos rápidos lanza a uno contra las cuerdas y cuando éste regresa lo recibe con una zancadilla. Los espectadores aúllan de la emoción al ver el ir y venir de los rudos y los poderosos golpes de Sagrado. Pero justo cuando la victoria es más cercana aparece Alan Stone, ataca por la espalda a Sagrado mientras que La Máscara y Rey Misterio junior son sometidos por los demás. Sagrado pierde después de las tres palmadas y llega un ¡Uuuuuuuhhh! que desciende de las gradas provocando en el público una reacción que lo anima a mentar la madre, rocíar cerveza, lanzar palomitas al ring.
El luchador es así, vale más bien, en tanto es capaz de hacer reaccionar al público. El carisma natural, como para todo en la vida, cuenta. Sin embargo en la lucha libre la mejor actuación, el mejor carisma la dan los golpes. Y cuando los golpes se convierten en llaves y contrallaves se vuelven arte. Las llaves son esa capacidad para dañar no con tu fuerza sino con la del otro. El luchador debe de ser ágil de cuerpo y mente para convertir un manotazo en una casita o unas patadas voladoras en un volantín o una pasada por lo alto en una desnucadora. La lucha libre es un lugar donde la imaginación está también latente. Mitad teatro, mitad realidad, la lucha libre sigue prometiendo al espectador una gran dosis de misterio que tiene más que ver con el desarrollo de la lucha que con las máscaras. Uno sabe ya el guión de la lucha pero no necesariamente va a ocurrir.
Cada lucha libre es una variación de la misma historia. Asistimos como espectadores a un cuento contado una y otra vez pero ¡ah!, siempre contado de la misma manera. ¿Y cómo accedemos a esta historia? Como en todas las demás artes: involucrándonos. En la lucha libre es necesario tomar un bando. La indiferencia es peligrosa. Hay que ver al luchador como héroe o como villano y reaccionar ante él, ante su carisma y sus dotes como gladiador. ¿Dónde nace el principio de la admiración al luchador? En el momento donde sabes que si a ti te dieran un golpe como esos tardarías mucho en levantarte.
Recuerdo aquella primera temporada grande de El Vampiro canadiense en la México. Al igual que en el baile donde se necesita soltarse para disfrutarlo, arriba del cuadrilátero se necesita se necesitar andar leve para ir y venir con decisión. En ese entonces ver luchar al Vampiro era como ver un tronco recién cortado por los leñadores: pesado, sin vida. Al Vampiro lo golpeaban, lo zarandeaban, lo dejaban caer de la tercera cuerda, le aplicaban desnucadoras pero... ¡Ah! que el Vampiro no sonriera al público porque empezaba su remontada aunque no supiera luchar nada de nada. Ahí estaba la reacción. Luego aprendió a luchar un poco más, afortunadamente.
El luchador para provocar una reacción debe primero provocar empatía. Los técnicos se ganan al público con su andar feliz, con tomarse fotos con los niños pero sobre todo por respetar la regla del uno contra uno. Los luchadores rudos se ganan al público mediante el escándalo. Lo ganan mediante el odio, que también es una forma de querer. Si el luchador no provoca no funciona. Puede ser un gran gladiador pero si es como una esponja sin chiste así va a pasar a la historia.
El ejemplo más claro es el de Rodolfo Guzmán Huerta quien debutó en los cuadriláteros en 1934, pero su leyenda comenzó a tejerse el 26 de julio de 1942 en la legendaria Arena México. Aquella noche el luchador que había empezado con luchando bajo los motes de Hombre Rojo, Enmascarado, Murciélago II y Demonio Negro, aparecía con una nueva y albo traje, debajo de una brillante máscara plateada. Había nacido Santo, el Enmascarado de Plata. Ya estaba entonces ahí una reacción sólo con el nombre y la indumentaria que con los años ha ido cambiando hasta ser la hermosa máscara de El Hijo del Santo, igual con el Hijo de Blue Demón. Pero el enmascarado de Plata no logró el éxito sino mucho después cuando sus dotes como luchador quedaron demostradas. Curiosamente, la noche que logró la inmortalidad fue aquella cuando desenmascaró a Black Shadow y al momento de pasar a la historia, curiosamente lanzó a la historia al otro ídolo de la lucha libre mexicana: Blue Demon.
Luchadores. Eres, te presentas, luchas pero cuenta mucho cómo te presentas. La semiótica de la lucha libre se establece con la conjunción de todos estos elementos que tienen como fin la provocación. Si el luchador hace que te levantes de la butaca ha merecido la noche. Se es también en la importancia de las llaves, los vuelos y contrallaves. No cualquiera compone al aire una “campana”, una “ranita”, el “cristo invertido” o la “casita”.
¿Qué es lo que emociona el corazón en un combate? Una buena presentación, un vuelo desde la tercera cuerda, un llaveo y contrallaveo inteligente, una patada voladora pero por sobre todo una llave que no pensabas ver. Cuando un luchador te sorprende con su técnica te conviertes en fan. Ya antes le has dado tu empatía. Ahora, al verlo luchar, te conviertes en su fan, te levantas de la butaca. Y cuando se presenta la piel se eriza y tienes los ojos atentos a verlo avanzar por el ring y cuando alza la mano gritas: ¡Mís-ti-co! ¡Mis-tico! ¡Mis-tico! o ¡Negro! ¡Negro! ¡Negro! Entonces compras su máscara y lo sigues y te tomas fotos con él. Repito: el principio de la admiración al luchador parte de la certeza de que si tú recibieras un golpe como esos no te levantas en un buen rato.
Es por ello que a pesar de la derrota del Sagrado esa noche apenas alzó las manos para despedirse el público de la Arena México se le entregó. El Sagrado conjuga reacción, técnic, coraje, misterio y admiración. El público que asiste a las arenas no le importa si todo es arreglado o si es ficción lo que ve. (Como si leyera la novela de un mundo feliz o de un hombre que no oye ladrar los perros).Existe sí, el razonamiento previo sobre lo que verá pero siempre termina ganando el corazón y el frenesí. Y es el corazón, la ingenua felicidad que te hace gritar: ¡Sa-gra-do! ¡Sa-gra-do! ¡Sa-gra-do! y sentir que tus gritos y silbidos algo de fuerza le dan a tu ídolo y lo hace levantarse de la lona a dar patadas, llaves. Uno sueña entonces que si es una noche afortunada, tus gritos pueden llevar a tu luchador al triunfo.