Hoy me extendí sobre la cama. Lentamente me fui quedando desnudo. Me pareció entonces que mi cuerpo era una maquinaria perfecta. Oía mis latidos, sentía el suave rubor de la sangre. Mis rodillas obedecieron al acto, la palma de mi mano se abrió y se cerró a mi voluntad. Entonces ahí, callado, tibias mis articulaciones, mis nervios en compás de espera pensé en la mujer que amo, en los hijos que no tengo, en los amigos que a un lado mío departen sus barajas de felicidad y de tristeza y sólo entonces maldije mi muerte tres veces. Muerte mía que desaparecerá mi cuerpo, que no me dejará ni siquiera una pizca del recuerdo de la mujer que aparece en mis ojos, de los amigos con quienes brindo. Muerte esta tan personalizada. Tan vasta.