martes, diciembre 19, 2006

Para un taco

Cruzo la avenida Chapultepec y voy al puesto de tacos que me gustan. Voy hambriento. Otra gente come bajo la noche y el taquero levanta de la plancha las tortillas calientes, desprende ese vaho tembloroso y rico que suelta el bistek. Déme uno campechano, le digo al hombre y me acomodo bien mi mochila. Estoy por empezar cuando aparece tras de mí un pordiosero. Tiene un ojo cerrado por un golpe. Lleva los pelos enmarañados, sucios, casi rastas. Me extiende la mano y me pide para el taco o un peso, o para el taco ante la mirada vigilante del dueño del puesto. No traigo, mano, le respondo, traigo lo justo. Pero el hombre me insiste. Pero no quiero darle, es cierto. Hoy no quiero darle. Pienso en qué voy a solucionarle su vida o su hambre con un taco y me respondo que en nada, en nada.
El pordiosero está por irse cuando otro comensal dice: "déle su taco al amigo". Y los ojos del pordiosero tienen un brillo distinto, su boca musita un "gracias" vergonzoso, trémulo. El taquero le sirve y le entrega la comida en un papel. Después se aleja rumbo a la avenida mientras veo cómo el hombre que regaló el taco se infla, se siente orgulloso, feliz, contento por su buena acción. Y yo, sí, me siento un poco miserable mientras como, siento mi gula vanidosa, mi no darle un plato de comida a alguien necesitado. Cómo la gratitud también escoge a sus donadores. Anoche no fui escogido.