viernes, diciembre 08, 2006

Cómo escribir una obra maestra

Es curioso como, al empezar a escribir, se quiere conocer los secretos para llegar un día a poder crear una obra maestra. Se admiran los libros, después a los autores y es frecuente oír en charlas de jóvenes escritores, un listado de aquellas obras que unos u otros quisieron haber escrito. Yo tengo también mi lista, por supuesto, pero por simple pudor ni la menciono.
Y para escribir una obra maestra se piden las recetas, los tips, también la forma de acortar el camino. Se asiste a talleres y se sigue a pie juntillas las ordenanzas del "maestro", las visiones críticas de los compañeros del taller. Se leen todos los decálogos posibles del cuento, se analizan todas las lecturas críticas, se analiza la estructura, se lee la tradición, esa vasta anciana generosa pero también que sólo enseña a regañadientes.
Cuando se tiene acceso a escritores que se admira, llámese Antonio Lobo Antunes, Gabriel García Márquez o Saramago, sólo por mencionar a los que están vivos hoy ocho de diciembre del 2006, se les pregunta con una especie de rubor (claro, si el joven autor tiene aún un poco de cándor y no ha mandado a estos y muchos otros autores a la hoguera de sus vanidades), cómo le hizo para escribir sus novelas, qué miró, cómo enlazó los personajes, cómo motivó tales escenas.
Y el gran autor calla, imagino que un poco ruborizado, imagino que con un suspiro de indolencia pero el autor calla.
Nadie va a decir cómo se escriben sus obras maestras.
Hace días vino Mario Bellatín a leernos un texto que trata sobre su comodidad o incomodidad por ser catalogado como un escritor raro (decía que le molestaba, pero indudablemente se sentía a sus anchas en esa taxonomía). Cuando se le preguntó de dónde venía su tradición Bellatin calló. Dijo que no existía tal tradición, que la tradición en realidad parte de las combinaciones. Pero Bellatín no dijo de dónde venía su tradición.
El problemas con las obras maestras es que hay algo sobre ellas que no se enseñan en los talleres ni en los decálogos del perfecto cuentísta: la obra maestra es orgánica primero que nadie con uno mismo. La obra maestra, si es acaso existe también una obra multigenérica, multiracial, multicrítica sólo es en relación consigo mismo.
Un amigo se jacta de que siempre escribe obras maestras. Lo dice con suficiente tranquilidad y orgullo. Yo le creo. Siempre me parece que esa obra maestra lo afecta primero que nadie a él, le dice cosas a él, lo lleva al paroxismo y a la tranquilidad primero que nadie a él. Y ¿cómo entendernos a nosotros mismos, cómo ver una realidad, cómo enamorarse de los eucalíptos o de los asesinos en serie si son actos íntimos, no negociables al portador, actos en los que nadie tiene asomo por muy bueno que sea el otro escritor y tenga las mejores intenciones?
¿Y la crítica? Bueno, de algo tienen que vivir los críticos. Ojalá escribiéramos obras maestras primero para nosotros y al verlas viéramos poco de otros autores en ella, claro, parte de esa tradición necesaria, pero más de nuestras asfixias, transgreciones y esperanzas. Uno se escribe siempre: decir que escribimos ficción también es mentira.