El mar para los hombres ha sido y aún es una frontera. El común de la gente nos acercamos a él con un respeto cargado de miedo y asombro. En él se vacían nuestros pensamientos, de él proviene a veces la respuesta cuando contemplamos azorados su ancho vientre azul que viene y va rebotando en la playa. El mar es también una prolongación de nosotros. A él llevamos nuestros dolores y ambiciones, el odio con el que andamos y el amor con el que vivimos y a veces, la conjunción de ambos. Frente al mar uno sólo puede sobrevivirlo. El combate es una empresa perdida. Recuerdo el inicio de "La isla del doctor Moreau" donde tres hombres erran en una balsa de plástico. Dos son expertos marines del ejército norteamericano, el otro apenas es un oficial de comunicaciones. No hay agua suficiente para todos y los dos marines pelean entre ellos para poder quedarse con agua. No prestan atención en el oficial, es demasiado débil. El ganador podrá deshacerse de él con suma facilidad. En lo más recio del pleito los marines se hieren al mismo tiempo y caen. Sólo el oficial sobrevive y llega a la isla del dichoso doctor.
Sin embargo, a pesar de esto, el hombre siempre ha visto en el mar el puente y guiado por su afán de descubridor lo ha ido conquistando poco a poco. ¿Quién fue el primer navegante de la historia? Eso no se sabe aunque muchas mitologías mediterráneas los nombran. baste el ejemplo de ese Ulises pata de perro que llegó a conocer todas las islas del Egeo pero que no era en sí ni el primero de los marinos conocidos. Si al principio la historia del mar se vio cerrada a la historia de los descubrimientos del hombre tendremos que el primer mar ha sido y será el Mediterraneo donde fenicios construyeron sus flotas, donde frente a las islas de Sicilia se enfrentaron las armadas cartaginesas y romanas. Ese mar era sólo lo que la vista humana alcanzaba. Más allá de las columnas de Hércules se encontraba el fin del mundo como se decía.
Pero una vez que el hombre pasó esos dominios vinieron las grandes rutas de descubrimiento: Colón llegó a América, los portugueses bajaron hasta el Cabo de Hornos, los ingleses iniciaron sus expediciones hacia más allá del mar blanco donde habitaban bestias distintas y seres de otros tiempos. Así iniciaron las grandes rutas comerciales, la India Company, las pesadas flotas de galeones españoles que en caravana, pesadas y macizas salían del puerto de Veracruz y de La Habana con sus tesoros de plata y coronas de emperadores depuestos hacia Europa.
Y como el mar es una extensión del hombre, así como en tierra había revolucionarios y amores perseguidos, ladrones y más, también el mar fue una extensión de esas cualidades del hombre. Y así aparecieron los piratas, los exploradores, los científicos. Quién fue también el primer pirata del mundo no se sabe. Es curioso como los iniciadores son gente desconocida. Y la piratería nació para quedarse. Los más conocidos son, sin embargo, los queridos corsarios del caribe que enarbolaban la Joly Roger. Con sus barcos apodados "Ravenge" y sus treinta o cuarenta cañones en eslora lo mismo saqueban mercantes que barcos de guerra.
Ser pirata es ejercer la arte del descaro. Teach o Barbanegra lo mismo encarcelaba a otro capitan pirata que evitaba la entrada a puertos como Charlestón. Rackman asolaba el caribe y Vane las costas africanas. Sin embargo son pocos los piratas que se salían de la norma del saquear, matar y beber.
Rafael Bernal en su libro "Gente de mar" nos cuenta las historias de gente que entronizó sus vidas y sus amores en el océano. Habla, claro, de los piratas; pero con un prosa sin tropiezos y un manejo de la tensión formidables (elementos que ya había dejado muy claros en su novela de culto policiaco "El Complot mongol"), también nos cuenta la historia de Missón y Caracciolo, dos piratas buenos que robaban para sostener la primer república socialista en las playas de Madagascar, allá por el siglo XVII. Misson y otro pirata, Tew, se dedicaba a admistrar la flota pirata mientras Caracciolo, ex monje dominico, instruía a holandeses, ingleses, africanos y franceses que vivían en armonía en la ciudad de Libertatia. Estos tres piratas tenía el apodo de los buenos, ya que solo confiscaban el cargamento sin matar a nadie, sin decir blasfemia contra Dios y sobre todo, casi nunca se emborrachaban en altamar, cosa que sus otros congéneres hacian con singular insistencia y que fue, en muchos casos, causa de su perdición y pasaporte a la horca.
Bernal también nos cuenta la célebre historia de las mujeres piraras Anne Bonny y Mary Read quienes sojuzgaron mercantes en el caribe y que finalmente terminaron muertas. Sin embargo, de todas las historias que Bernal cuenta en su libro, me quedo con la historia del piloto de una de las Naos de China que salían de Acapulco hacia Manila. El piloto Gerónimo de Galvez tiene una mujer morisca, Isolina. Isolina ama a su piloto. Sólo se pueden ver dos meses al año y cuando al Nao regresa a Acapulco, Isolina es de las primeras mujeres que salen al puerto a recibir el barco. Sin embargo, un día, un joven hidalgo, Sebastian de Plana ve a Isolina, la ama, la secuestra y la viola. Isolina regresa a casa, escribe un carta para Gerónimo y después se mata. A partir de entonces empieza una historia de venganza. Galvez busca a De Plana, contrata espías de un lado y del otro del océano y cuando finalmente lo encuentra lo reta a duelo. De Plana es sólo un hombre cobarde que pierde la batalla y cae de lo alto de un mástil a donde había huido en la refriega. Galvez lo saca del barco y lo deja en una callejuela supurante de Manila y no se va hasta que De Plana muere. Así, el piloto regresa a Acapulco y después de viajar por la Nueva España vay muere en la tumba de Isolina.
Es una historia de hombres de mar, solamente, pero toda historia de un hombre crece y rebasa los bordes. Hay historias de amor, sabotaje y bandidos que ni el mar puede detener y que salen de sus fronteras para llegar a nosotros, no intactas, pero sí oliendo a arena fresca y a sal.