viernes, marzo 11, 2005

Tierra

A Felipe Garrido

Llegas toda llena de silencio y te metes a la cama. Me dices en voz baja que no concibes más una vida aquí. Te digo que ya hemos hecho mucho... que los doctores aún no encuentran nada. Y tu te quedas callada. Me das la espalda y luego te llega esa tos de siempre, una tos cansina, aletargada que desde muchas noches atrás me deja un insomnio marcado. Me levanto y voy a la cocina por una vaso de agua. Tengo la garganta seca y aún a pesar del agua siento como si un gran desierto naciera en mi esófago, traspasara los bordes de mi estómago y me invadiera los intestinos, los nervios y se arrejuntara polvo en la médula de mis huesos. Cuando regreso a la cama sigues ahí mostrándome la espalda. Me meto a la cama y luego toses otra vez y te quedas ahí tosiendo en la noche y yo con el desvelo de siempre amontonándose en mis párpados. Me levanto, como siempre te acomodo las almohadas bajo la cabeza, abro un poco la ventana, te doy las pastillas y dejo una luz encendida porque ultimamente la oscuridad te desespera. Y tú me ves y esbozas una pequeña sonrisa como si te me estuvieras desmoronando, como si trajeras en la boca sólo un reguero de tierra.