miércoles, marzo 02, 2005

La palabra que no es tuya

La palabra es lo que nos identifica, lo que nos libera. Con ella amamos cuando amamos y las últimas órdenes son siempre las menos incuestionables y las únicas. Mucho se ha dicho sobre esa unión de lexema y gramema, sobre esa unidad básica del lenguaje. Nacemos carentes de ella y con los años la aprendemos y las aprehendemos. Esta es una idea clara entonces. Nos definen nuestras palabras. Una vez dejé abierto el messanger en un café internet. Alguién se puso a platicar con mis contactos. Más de uno les dijo de inmediato que ese, quien tecleaba abruptamente y sin mi sintaxis, no era yo. No eres Antonio, le dijeron. Luego el usurpante terminó diciendo, no, no soy Antonio y se retiró del ruedo.
Las palabras tienen sus maneras y sus usos, sus formas. Sus cambios. Hay un cuento de una niña que se llama Pero. No le gusta que la llamen Pero. Siempre, dice, soy como algo que quiere y no quiere ser. Así que va con un escritor y le dice, quiero que me cambies el nombre. El escritor le dice, se puede, pero sólo puedo utilizar las letras de tu nombre para cambiarlo y que signifique algo. Ella no lo duda. Hazlo, le dice. Así que el escritor, este médico de las palabras decide hacer un cambio aquí, otro allá y la niña termina llamándose Peor.
Mi reino por un significado dice en otro cuento. Mi reino por algo que signifique. La palabra es una significación por sobre todas las cosas. Es como un envoltorio de un dolor, un amor o una idea. Hay palabras claras como un beso y abstractas como una teoría y palabras juguetonas y palíndromas o mutantes como palitroche que nada dicen.
Palitroche es otro cuento donde una niña quiere saber qué significa la palabra Palitroche. Así que va a la ferretería y dice: deme cinco palitroches para la casa. El ferretero se queda con la boca abiertas. ¿Palitroches? No sé que son los palitroches, ve con el frutero que a lo mejor él sabe qué son. Así que la niña va. Deme medio kilo de palitroches. El frutero se rasca la ceja mientras hace una mueca. Yo no tengo palitroches. Así la niña va de profesión en profesión. Tengo un palitroche terrible, le dice a un doctor, me estoy muriendo pero el doctor después de analizarla encuentra que es la niña más sana que conoce. Al final la niña encuentra algo y lo nombra como un Palitroche con el que será feliz para siempre.
Hay otro cuento. "Mundos fantásticos" donde un hombre de esos que nunca dejan de brillar construye un parque. Uno de los juegos es donde la gente se puede contar cuentos. Hay un gran bloque de palabras con preposiciones, adverbios, verbos, sustantivos, adjetivos. El niño va entonces y toma los cubos con las palabras y las deposita en una caja. Al momento, una computadora las analiza, las ordena y termina contándo un cuento sólo con las palabras que se introdujeron al cubo. El niño escucha así, maravillado, parte de su creación con un lenguaje que no es suyo pero es definitivamente para él.
Cabrera Infante es un maestro del lenguaje. Sus parodias del lenguaje son fabulosas y se pueden ver muy bien en Tres Tristes Tigres o en La Habana para un infante difunto. Cabrera juega, jugó con las palabras. Las amoldó a su gusto, las gelatinizó, las materializó, las hizo suyas y luego las devolvió a los lectores. Esta palabra que no es tuya la vuelvo mía, se dijo. Todo escritor debería antes de escribir hacer una concepción previa de las palabras que debe utilizar. La historia se mueve con ellas. La poesía es el lenguaje, el erotismo del lenguaje como dice Octavio Paz. Hay que amar las palabras, entenderlas, apreciarlas y no amontonarlas, distorcionarlas, apretarlas como un rompecabezas mal armado. Hay que tratarlas con un celo de cuidados intensivos para desanudarlas de sus significados y luego, atraerlas de nuevo, distintas, brillantes, pulidas. Es lo que hizo Cabrera Infante en muchas de sus novelas. Es lo que hizo Martín Luis Guzmán quien prefirió querer las palabras con su orden y estructura.
La palabra así, que no es tuya, que tú me das, tú, otro, otra, la tomo yo, la asimilo, la saboreo y luego con ella, te acaricio.