Hervor de riel
No he leído nunca ese libro asombroso que es Muertes históricas de Martín Luis Guzmán. Digo asombroso porque ya, el simple hecho de plantear ante el lector la forma como murieron los héroes de la revolución se me antoja un trabajo decantado y más si el autor es el compañero de Alfonso Reyes y José Vasconcelos en el Ateneo de la Juventud. He oído hablar mucho de ese libro. En especial el relato donde Guzmán cuenta la muerte de Venustiano Carranza se me antoja delicioso. La muerte del caudillo se ve en una larga metáfora donde el tren donde huye se va quedando sin vagones hasta que al final, solo, rodeado de enemigos, el coahuilense termina huyendo hacia la choza donde la muerte lo espera.
Tal vez el libro me gusta desde antes de leerlo porque me llama mucho la atención en sí, la idea: esa forma de intentar retratar como la muerte se agazapa alrededor de quienes fueron nuestros héroes. Tal vez por que en la muerte es donde les quitamos la condición de inmortales para darles una serena o violenta sepultura. Retratar los últimos días es una proeza que se antoja titánica. Hay que meterse bien en los personajes, sentirlos toser o huir asustados para poder darles su dimensión trágica; algo como el cuento Rosas amarillas de Raymond Carver donde nos presenta un humano y enfermo Chejov en el sanatorio donde encontrará la muerte. La primera vez que oía de Muertes Históricas también pensé en algo: ¿cómo sería retratar las muertes históricas también, de personajes norteños o bien, cómo sería retratar ese amplio espectro de las dudas y vacilaciones de los personajes de Nuevo León, atraerlos al lector sin su carga de condecoración o figuras históricas.
Hervor de riel, de Mario Anteo es un libro de relatos que cumplió con ese sueño de mostrar las muertes o fragmentos de las vidas históricas de estos personajes nuevoleoneses. Pinta tu aldea, pinta la historia de tu aldea parecer ser una consigna fácil de argumentar al leer el libro pero no, Hervor de riel va más allá de un regionalismo literario. Mario Anteo ya ha trabajado antes con la novela histórica regiomontana, algo que en parte también hace Hugo Valdés en Monterrey News. Anteo había escrito antes El Reyno en celo, una síntesis y un estudio elaborado, ficcional, literario, un trabajo amoroso hacia la ciudad de Monterrey que con mucho ha de haber servido para calmar un solo amor: el amor por contar la ciudad. Con Hervor de riel, ahora Anteo nos presenta las vidas de seis ilustres regiomontanos: los generales Franciso Naranjo, Bernardo Reyes, Mariano Escobedo, Juan Zuazua; el doctor José Eleuterio Gonzáles y nuestro fraile más famoso y revoltoso: Fray Servando Teresa y de Mier.
Son seis relatos donde estamos frente a un autor que sabe lo que quiere contar. En el primero estamos frente al general Naranjo que es sumamente respetado por los bandos huertistas y villistas en el primer sitio a Monterrey. Con una suerte de alegría sarcástica, el general se encuentra sitiado entre los dos bandos. Ambos bandos lo respetan. Mientras dura la refriega, un hombre entra en casa del general y le dice que Pablo Gonzáles lo ha mandado a liberarlo. ¿Liberarme de quién? Le pregunta el general sorprendido. Así que Naranjo va con Gonzáles y le dice: ¿De quién me vas a liberar? En eso los huertistas cargan y Naranjo sigue a Gonzáles hasta el cuartel en San Nicolás. Cuando Gonzáles se va llegan los huertistas al mando del general Peña y Peña le dice a Naranjo: General, vengo a liberarlo. Naranjo se sume de hombros y regresa feliz a su casa, después de salir a su última batalla.
Así vemos en el libro ese momento histórico cuando Reyes regresa a México a una rebelión condenada al fracaso, leemos los amores frustrados y lerdos de Gonzalitos, leemos el monólogo fantástico de la momia de Fray Servando Teresa y Mier con el cirquero que lo presentaba como un monje torturado por la Santa Inquisición y el juego de los generales Zaragoza, Escobedo y Zuazua que siendo amigos y miembros del Ejército del Norte terminan enemistados y peleando entre ellos. Cada que uno le gana una batalla al otro le dice: vamos uno cero favor mío. Y luego, cuando se emparejan, se dicen: uno a uno, vamos bien.
Sin embargo, el mejor relato, el que más disfruté fue el de Vidal y el General. Vidal es el jardinero de Escobedo; de un Escobedo que ya no quiere saber nada de la vida política y militar después todo lo que vivió en la intervención francesa. Mientras afuera Miguel López, el condenado que entregó a Maximilano escribe a los periódicos para que Escobedo hable y limpie su nombre, el general de Galeana se dedica a ordenar a su criado que vaya a ver qué hay dentro del pozo de agua donde inexplicablemente ha aparecido una sardina de colores brillantes. Escobedo se debate así entre dar a conocer la realidad y ver qué hay en el pozo y cuando Vidal sale, palpita en el suelo, como un pez que se agita entre las rocas, el periódico donde Miguel López pide al general que cuente la verdad.
Así van fusilándose los personajes de Hervor de Riel. Sus contradicciones salen a flote. Para algunos la muerte es apenas cercana o lejana, pero da la impresión de que todo ellos están muriendo a partir de ese momento, sino es que han muerto ya como Fray Servando Teresa y Mier. Es un libro con madurez escrito y con sencillez. Es una prosa pulcra que me hace recordar al leer a aquel Mario Anteo que conocí en Monterrey en los encuentros de escritores y al que cada que podia le obsequiaba libros de la bodega del Consejo para la Cultura de Nuevo León. Leer su libro es como algo que escribe en uno de sus cuentos, Empantanados, donde relata la muerte de Juan Zuazua:
“Y me pega tremendo puñetazo en la mejilla, y despierto en medio de los tiros y un enloquecido clarín dando todas las órdenes del mundo, y mientras saco el revólver de bajo la almohada, un tiro pega en mi frente y es como una explosión de nervios y luego la nada”.
Tal vez el libro me gusta desde antes de leerlo porque me llama mucho la atención en sí, la idea: esa forma de intentar retratar como la muerte se agazapa alrededor de quienes fueron nuestros héroes. Tal vez por que en la muerte es donde les quitamos la condición de inmortales para darles una serena o violenta sepultura. Retratar los últimos días es una proeza que se antoja titánica. Hay que meterse bien en los personajes, sentirlos toser o huir asustados para poder darles su dimensión trágica; algo como el cuento Rosas amarillas de Raymond Carver donde nos presenta un humano y enfermo Chejov en el sanatorio donde encontrará la muerte. La primera vez que oía de Muertes Históricas también pensé en algo: ¿cómo sería retratar las muertes históricas también, de personajes norteños o bien, cómo sería retratar ese amplio espectro de las dudas y vacilaciones de los personajes de Nuevo León, atraerlos al lector sin su carga de condecoración o figuras históricas.
Hervor de riel, de Mario Anteo es un libro de relatos que cumplió con ese sueño de mostrar las muertes o fragmentos de las vidas históricas de estos personajes nuevoleoneses. Pinta tu aldea, pinta la historia de tu aldea parecer ser una consigna fácil de argumentar al leer el libro pero no, Hervor de riel va más allá de un regionalismo literario. Mario Anteo ya ha trabajado antes con la novela histórica regiomontana, algo que en parte también hace Hugo Valdés en Monterrey News. Anteo había escrito antes El Reyno en celo, una síntesis y un estudio elaborado, ficcional, literario, un trabajo amoroso hacia la ciudad de Monterrey que con mucho ha de haber servido para calmar un solo amor: el amor por contar la ciudad. Con Hervor de riel, ahora Anteo nos presenta las vidas de seis ilustres regiomontanos: los generales Franciso Naranjo, Bernardo Reyes, Mariano Escobedo, Juan Zuazua; el doctor José Eleuterio Gonzáles y nuestro fraile más famoso y revoltoso: Fray Servando Teresa y de Mier.
Son seis relatos donde estamos frente a un autor que sabe lo que quiere contar. En el primero estamos frente al general Naranjo que es sumamente respetado por los bandos huertistas y villistas en el primer sitio a Monterrey. Con una suerte de alegría sarcástica, el general se encuentra sitiado entre los dos bandos. Ambos bandos lo respetan. Mientras dura la refriega, un hombre entra en casa del general y le dice que Pablo Gonzáles lo ha mandado a liberarlo. ¿Liberarme de quién? Le pregunta el general sorprendido. Así que Naranjo va con Gonzáles y le dice: ¿De quién me vas a liberar? En eso los huertistas cargan y Naranjo sigue a Gonzáles hasta el cuartel en San Nicolás. Cuando Gonzáles se va llegan los huertistas al mando del general Peña y Peña le dice a Naranjo: General, vengo a liberarlo. Naranjo se sume de hombros y regresa feliz a su casa, después de salir a su última batalla.
Así vemos en el libro ese momento histórico cuando Reyes regresa a México a una rebelión condenada al fracaso, leemos los amores frustrados y lerdos de Gonzalitos, leemos el monólogo fantástico de la momia de Fray Servando Teresa y Mier con el cirquero que lo presentaba como un monje torturado por la Santa Inquisición y el juego de los generales Zaragoza, Escobedo y Zuazua que siendo amigos y miembros del Ejército del Norte terminan enemistados y peleando entre ellos. Cada que uno le gana una batalla al otro le dice: vamos uno cero favor mío. Y luego, cuando se emparejan, se dicen: uno a uno, vamos bien.
Sin embargo, el mejor relato, el que más disfruté fue el de Vidal y el General. Vidal es el jardinero de Escobedo; de un Escobedo que ya no quiere saber nada de la vida política y militar después todo lo que vivió en la intervención francesa. Mientras afuera Miguel López, el condenado que entregó a Maximilano escribe a los periódicos para que Escobedo hable y limpie su nombre, el general de Galeana se dedica a ordenar a su criado que vaya a ver qué hay dentro del pozo de agua donde inexplicablemente ha aparecido una sardina de colores brillantes. Escobedo se debate así entre dar a conocer la realidad y ver qué hay en el pozo y cuando Vidal sale, palpita en el suelo, como un pez que se agita entre las rocas, el periódico donde Miguel López pide al general que cuente la verdad.
Así van fusilándose los personajes de Hervor de Riel. Sus contradicciones salen a flote. Para algunos la muerte es apenas cercana o lejana, pero da la impresión de que todo ellos están muriendo a partir de ese momento, sino es que han muerto ya como Fray Servando Teresa y Mier. Es un libro con madurez escrito y con sencillez. Es una prosa pulcra que me hace recordar al leer a aquel Mario Anteo que conocí en Monterrey en los encuentros de escritores y al que cada que podia le obsequiaba libros de la bodega del Consejo para la Cultura de Nuevo León. Leer su libro es como algo que escribe en uno de sus cuentos, Empantanados, donde relata la muerte de Juan Zuazua:
“Y me pega tremendo puñetazo en la mejilla, y despierto en medio de los tiros y un enloquecido clarín dando todas las órdenes del mundo, y mientras saco el revólver de bajo la almohada, un tiro pega en mi frente y es como una explosión de nervios y luego la nada”.
Una explosión de nervios su libro.