Salvo Reyes, el resto tendría una agitada vida de cárceles y exilios, mítines, revoluciones y contrarevoluciones. Villistas, carrancistas o comunistas, las ideologías de las que participaron y por las que fueron encerrados son hasta cierto punto parte de esa vida literaria que también se vuelve parte de la vida y la obra como escritor. No concibo El Apando sin las prisiones de Revueltas en Lecumberri o La sombra del caudillo sin la participación de Guzmán en la rebelión Dela huertista o como diputado de la Convención de Aguascalientes. Incluso el pesimismo de Vasconcelos en La flama o su idea de que prefería ver a su pueblo muerto por la bomba H que seguir siendo ignorante, es fácil encontrarlo en su decepción de aquella presidencia hurtada con fraude electoral.
Pero más allá de las tendencias, ausencias o confirmaciónes de los autores, cada uno de ellos fue a su manera un maestro del lenguaje. En parte los ateneístas terminaron convirtiéndose en todo aquello contra lo que pelearon de jóvenes, parafraseando el poema de Pacheco y leyendo el juicio de Domínguez Michel sobre su obra. Sin embargo, me quedo con su capacidad como escritores, esa que al menos Guzmán fue dejando conforme se convertía en consejero de presidentes:
"La prosa y la lectura, Luis, son como la música: ritmo en las notas al escucharlas. Hay que teclear la máquina de escribir como si acariciara un piano y, así, dominar la fuerza rica y expresiva de nuestro lenguaje, dándole belleza y sincronía. Al igual que la música, la buena prosa debe ser también un ejercicio perfecto de respiración rítmica (...) La pobreza en el manejo del idioma, una palabara inadecuada, un punto o una coma en el lugar equivocado estropean la partitura, en este caso la sintaxis, y lo que se lee y se escucha suena como una trompetilla, allí donde debiera fluir el castellano como un concierto de Mozart".
Luis Gutiérrez..."como acariciar un piano", Martín Luis Guzmán. Unomás uno.
Algo del decálogo de Martín Luis Guzmán:
- Saberse interesar en todas las cosas (...) desde (...) como un afilador una la muela, hasta las más recónditas alternativas del ánimo.
- Sentir el impulso, cultivándolo para hacerlo eficaz, de buscar en lo más cercano y más propio, o sea, en lo nacional, la expresión de esencias universales.
- Tener conciencia del oficio y el arte de escribir.
- Tener siempre a la vista que, hasta cierto punto y artísticamente, fondo y forma son una misma cosa.
- No envanecerse con la propia obra considerándola inmejorable.
- No olvidar nunca que hasta lo mejor que se hizo es simpre perfectible.
- Dejar libre al crítico, íntegramente, su radio de acción. No enojarse con él; consentir en que su esfuerzo, cuando aquilata una obra, es tan respetable como el esfuerzo de quien la creó.
Así sigue Martín Luis Guzmán.