lunes, abril 14, 2025

A mí, lo que me dieron los libros de Mario Vargas Llosa fue una disciplina lectora. No recuerdo en qué momento tomé aquel ejemplar de La ciudad y los perros, pero sin duda fue animado por la lectura de P, quien alababa, cada que podía, el inicio de la novela -Cuatro -dijo el jaguar. Con eso me bastó para adentrarme en esas tramas caudalosas de MMV. Las distintas perspectivas de los personajes, los narradores en distintos sitios, la trama entreverada, la confusión de quien hablaba y sobre todo la brutalidad en los actos de la novela me produjeron una sensación de estar en casa, es decir, de leer a alguien que iba a ser para mí. Años después, el maestro C, me lo dijo: -Tienes que buscar a tus maestros propios. Y, aunque no he escrito nada, ni por asomo a lo que MMV ha hecho, de alguna manera está en mi ideal de escritura escribir una novela que sea así, aunque no lo haya hecho ni lo haya intentado. De ese calibre aunque no se parezca a nada de eso. Por esas fechas, inicio del siglo XXI, me iba los sábados a leer a un restaurante por la zona de La Fe. Llegaba a las diez de la mañana y leía de tirón hasta la 1:30, 2:00, cuando por lo general entraba al cine en la misma plaza. Y leer a MMV fue parte de mi rutina. Sólo lo leía los sábados. Y así, tras terminar La ciudad y los perros, decidí tener mi temporada MMV. Leí, en ese año y medio, antes de irme a la cdmx, La casa verde, Conversación en la catedral, La tía Julia y el Escribidor, Historia de Mayta, Los jefes, los cachorros, Pantaleón y las visitadoras, hasta que llegué a La guerra del fin del mundo y entonces todo terminó. ¿Cómo ser el mismo después de leer esa novela ancha, amplia, profunda, esa red de narradores, esa voluntad mayúscula de escritura? Dice Capote que existe una diferencia entre escribir mal y escribir bien, pero es posible caminar ese trayecto, pero la diferencia entre escribir bien y hacer arte, es insondable. Me quedó claro, entonces, y no es una victimización de parte mía, que yo iba a intentar hacer arte, pero lo más probable es que me quedaré entre escribir bien e intentar hacer arte, que también sé que no todos lo desean, menos en estos tiempos de productos editoriales en pos de venta. Y eso me ayudó a amar más la novela. La tengo como una aspiración en mi oficio. Luego, más tarde, me leí La fiesta del Chivo y ahí terminé mi ciclo de lecturas de MMV. No he vuelto a leerlo desde entonces. Ni sus novelas nuevas. Me quiero quedar con el MMV de entonces y mi yo de entonces: un tipo solitario, callado, lector, con ciertas aspiraciones que hoy se han cumplido. Hoy lamento su fallecimiento. Poco me importaron, con el paso de los años, sus chismes literarios, su vida como persona, yo a la única que le había prestado atención era a su vida como autor. A sus novelas. Y, con sus novelas, me acompañó por años, me dio la disciplina para leer, que agradezco. Que vaya en paz, le digo. Nosotros, los lectores, también estamos en paz no con uno ni dos, sino con varias de sus obras. Es lo mejor que, como lectores, podemos desearle a quienes han escrito y, cómo lo han escrito, las historias que nos dan escena y camino en el mundo. 

sábado, abril 12, 2025

Llego a casa después de estar muchos días fuera. Los perros me lloran después de tanto sin vernos. Les abrazo, les beso la frente. El mueble que esperaba está ya también, aun envuelto en su cartón de embalaje. Observo la casa en silencio y entonces, también, los pensamientos que he dejado atrás me alcanzan. Aunque no los he dejado del todo. Me han acompañado. Estaban en el avión, en el trayecto en la pequeña camioneta a las comunidades en la sierra. En el rostro de la niña de mejillas rojas y piel pálida que me entregó su libro para que lo firmara y puse su nombre y pasé el dedo sobre la escritura como si lo pasara realmente por las mejillas de quien me hizo recordar. Estaban esos pensamientos en el túnel de la TAPO, y mientras me protegía del sol con la cortina del autobús y mientras esperaba, impaciente, la llegada del avión de regreso a casa. Estaban en el bosque de niebla y en la neblina densa que nos escondía al ir hacia Altotonga. No he dejado de pensar en ella, pero al mismo tiempo, me queda claro que lo que soy, lo que ofrezco ahora, es solo una incapacidad para compartir bien la vida, que sólo puedo darle pedacitos y esto no está bien ni para ella ni para mí. Así que nada. Es mejor ser justo y no vender humo, que ya lo hice en las últimas semanas cuando me di cuenta que debía tomar distancia. Y sin embargo, no es fácil. Aquí están los pensamientos, no solo los pensamientos sino la necesidad de escribirlos, de decirlo, aquí estoy y te pienso. Eres presencia en la ausencia. Pero un día las cosas estarán mejor. 

lunes, abril 07, 2025

Desperté agradecido. Por las cosas pequeñas y las grandes, por las que se mantienen con estabilidad y las que desestabilizan. Por los amigos, claro, y las amigas. Por tener algunas cosas claras. Porque los nubarrones nos permiten ver de qué espíritu estamos hechos. Y desperté leyendo poesía. Así, de manera aleatoria, como me leía ella.  Y encontré estos versos sueltos: Nadie sabe qué fue del Fénix/ si alguna vez vuelve a su ceniza/ le gusta recordar otros momentos. Somos féniz y ceniza al mismo tiempo. Recuerdos para otros momentos.

domingo, abril 06, 2025

 Todo este camino ha estado sembrado de dudas. Y creo que uno no merece ser castigado, coaccionado o apurado por eso. La duda es una fragilidad. La duda es como una enfermedad de la que sólo se sale con el tiempo y con reflexión. Y sin embargo, mientras ocurre, todos los futuros son pasos en falso. Todos los futuros están alimentandos por la ansiedad de que no sean posibles. ¿Y si debo hacer esto y no lo otro? ¿Y si rompo el silencio? Dudas. El año pasado me leyeron el tarot. Yo, que nunca había ido a eso, fui dos veces. La primera ocasión con un hombre en una casa abierta al mercado de los domingos en el barrio. Lo que más recuerdo de esa lectura era que no estaba obligado a tomar ninguna decisión. Eso me tranquilizó, pero no me ayudó cuando unos días después me encontré ante mi momento más triste del año. Luego, el diciembre, me volvieron a leer el tarot y lo que más recuerdo de esa lectura fue mi pregunta de: ¿Y si no tomo las decisiones correctas, aunque me tarde, pero encontraré la luz? Si pospongo cortar un lazo, si regreso a donde dije que me iría. Si abrazo con fuerza la oportunidad nueva que se me ofrece. U ofrecía. No contaba con que un par de semanas después de esa lectura, aquella oportunidad que veía perdida volvería con fuerza. Antier, D, me dijo con su habitual asertividad: "no funcionó porque los jugadores siguen en el mismo sitio". Pero, al mismo tiempo, estaba cansado de forzarlo todo. Necesitaba paz, necesitaba hacer un alto. Y lo he hecho. Por quinta vez, creo, me he ido. He optado por alejarme y por tener paz. Pero a veces, me digo, ¿dónde está el coraje? Mi coraje, por supuesto, para arrebatar mi futuro. ¿Dónde está ese futuro? Me da miedo no resolverlo, pero voy a mi ritmo, ¿qué más? Hacerlo al ritmo de los otros solo me produce ansiedad. Aunque ahora son las dudas. Nada cambia. Espero que pronto lo haga. Hoy encontré también una pequeña almohada que me dieron y que, como fetiche, mantuve cerca hace meses. Me recordaba días lindos. Fuertes. Entrañables, donde ese futuro al que quería ir estaba claro, luminoso, asequible, hasta que descubrí que debía, antes, aprender ciertas cosas, valerme por mi mismo, es decir, recuperar ciertas cosas. En terapia lo dije: "le dije que necesitaba estar solo para aprender y no repetir viejos patrones". Es honesto, me dijo. Pero tal vez, solo tal vez, apurar el tiempo ha contaminado todo. De nuevo, las dudas.

jueves, abril 03, 2025

Encontré una manera de honrar y de cerrar esto. Creo que es una manera digna de decir adiós. Creo que es importante saber decir adiós, aunque para unas personas es más fácil que para otras. Aunque a algunas personas se les diga adiós con más facilidad que a otras. Esos adioses que significan "te tendré presente", "buen viaje, sé feliz". A veces esos adiós son la cosa más honesta y posible de decir para el bien de uno.  No creo que uno nos prepare para los siguientes, pero de alguna forma toda nuestra vida es un entrenamiento para decir adiós.

martes, abril 01, 2025

El flypi que te compré
la cafetera que te traje
el viaje que hice de vuelta
el tejuino que compartimos
el sol a su punto
el libro que te peleé
el mor dicho muchas veces
el perro una y otra vez
los perros
la casa abandonada
el pozole de res
cuyo nombre siempre olvido
son esas cosas
que conforman el paisaje
de lo perdido.

lunes, marzo 31, 2025

Tres lecciones de 500 pesos

Llegué a San Luis Potosí por la noche del jueves, después de dos días de trabajo arduo en nueve escuelas de la zona de San Miguel de Allende y Dolores, así como de encuentro virtuales con alumnos de preparatoria de la Fundación León. Venía cansado, después de madrugar, sumada una cuestión emocional y sentimental que no hace más que reproducir sus vicios y que espero, pronto se ordene. Pero aún así, venía con el ánimo bajo. Pero también venía cargado de regalos y de buenos gestos, entre ellos un casco espacial hecho a mi medida y una cajita de cartón, aun con moño, en donde guardaba otras cosas. En la taquilla de taxis una mujer ya mayor, con lentes con mucha graduación, me despachó rápido y no me vendió ningún boleto porque no tenía cambio de un billete de 500. Pregunte en los taxis, me ordenó. Fui con uno de ellos y me dijo que tampoco tenía, que no me podía llevar. Entonces me di cuenta que no traía la cajita conmigo. Asustado, volví a la taquilla, que tenía una pequeña repisa, para ver si ahí la había dejado. Cuando le pregunté a la despachadora sólo se alzó de hombros y dijo: "yo no soy responsable de lo que pone la gente ahí". En efecto, tenía razón, pero uno espera un poco de colaboración en los momentos de desconcierto. Salí al estacionamiento, pensando que ya la había perdido y, con ella, todos esos bonitos gestos y artefactos que me habían regalado los niños de San Miguel cuando la vi a la orilla de una cuneta y la recogí. Fastidiado, me dije, ya quiero llegar al hotel. Así que abordé un taxi atendido por un muchacho, pero antes le alerté que sólo traía un billete de 500 pesos y debía tener cambio. Debí alertarme desde que me empezó a decir "rey para acá", "rey para allá". Y más, cuando me dijo, "el centro está cerrado. Voy a tener que dar una vuelta larga". Hasta eso, avisó. Conozco los caminos al centro de San Luis y me dije, qué tanto puede salir, ya con llegar, está bien. Todo el camino, el taxista me habló de rey y de rey, como si la cháchara me fuera a despistar. Un par de veces, para presionar, le sugerí algunos cambios en la ruta, pero se mantuvo firme. Bueno, yo acepté, me dije. Para incomodarlo, cosa que no logré, lo empecé a cuestionar por el camino, pero él, firme, dijo que el centro estaba bloqueado y debía entrar por otro lado. "Ahorita lo vas a ver, rey". Al fin nos dirigimos al centro y, ya impaciente, noté que dio una vuelta en U en donde no debía y que se alejaba de nuevo del hotel. Hasta aquí, me dije. Ahora sí, sentía que se estaba burlando de mí. No porque antes no lo supiera, pero en lo que yo podía conceder, no estaba que se extendiera más de cierta cantidad. "Déjame aquí", le dije, porque de pronto me di cuenta que estaba en una situación de riesgo en la que yo solo me había puesto. "Claro, rey, disculpame, rey". Bajé las maletas y revisé que no dejara nada y entonces saqué el billete de 500 pesos. Y me dije, rápidamente, si le pago la corrida se irá como si nada. Y tomé la siguiente descisión. Le dije, "ten los 500, ya mentiste mucho por tenerlos, te los ganaste". "Gracias, rey", respondió y se fue, quiero creer que un día entenderá lo que sucedió y lo que intenté hacer conmigo, pero algo me dice que no. Irá timando gente, asustando gente, por unos pesos que nunca le van a alcanzar. o tal vez sí los necesitaba, en fin. Sí, perdí dinero, pero creo que gané otra cosa.
Fui al cajero, entonces al día siguiente, y me volvieron a dar tres billetes de 500 pesos. Quería ir al museo de la máscara. Cuando llegué había un concurso de oratoria. El guardia en la entrada me dijo: "son 20 pesos". Saqué el billete y me contestó: "Uy, no, joven, no tenemos cambio". Me quedé perplejo, es decir, teóricamente, es un servidor público. "¿Entonces, no me va a dejar entrar?" Negó con la cabeza. Por un momento, créanme, vacilé con la idea de ir a buscar cambio, no sé, comprar un refresco, algo, alguna cosa en la tienda, para poder pagarle y entonces me dije que esa no era mi responsabilidad, que debía ser tratado no con exceso de cortesía, pero sí que debía ser atendido. "¿En serio no me va a dejar pasar si no me puede cobrar?", le pregunté. "Es que sí hay que pagar". Debo aclarar en este punto el lamentable estado de los museos de San Luis Potosí. Hay abandono en esos lugares, polvo, agua estancada, cosas que no funcionan, me parece que sólo se salva el Museo Federico Silva y el MAC. Los demás, incluso el Leonora Carrington, se ven desolados y tristes. El guardia era una representación de eso. Le dejé el billete y le dije: "A la salida me da el cambio, porque no es mi responsabilidad conseguirle el vuelto". Al final me regresaron mis 480 pesos. Quiero creer que el guardia aprendió algo, pero yo creo que no. Y no, no perdí dinero, pero creo que gané otra cosa.
Finalmente, ayer, por la mañana, salí a caminar por el centro, rumbo al mercado Hidalgo. Los andadores estaban desolados. Un par de policías comían su tamal y atole en una esquina. De pronto di la vuelta en la calle de González Ortega y me apareció un muchacho frágil, delgado, sucio, con la mirada de extraviada. Me abordó, me preguntó si le podía dar algo de dinero. Me negué y le respondí: "No traigo". Y en ese momento recordé, que un día atrás, había comido en esa calle, en casa de unos amigos muy queridos, que contaba con habitación y amistades en ese sitio y que no necesitaba mentir. ¿Qué me hacía mentir a un chico como él? Pude haber dicho "no quiero". "Ahora no". Etcétera. Pero mentí: dije: "No tengo". Y sí, sí tenía. Ya había dado varios pasos, dejándolo atrás y me detuve. Me regresé. Abrí la cartera y le entregué el último billete de 500. El chico abrió mucho los ojos, se inclinó y santiguó el billete. "Espero que te sirva y un día te los ganes de otra forma", le dije, pero él ya se iba, asombrado. Y sí, pues, perdí dinero, pero creo que al final, gané otra cosa. Algo mucho más valioso que el dinero en estos tres lances, en estas tres lecciones de 500 pesos. 

domingo, marzo 23, 2025

Fui a un colegio a dar una charla. Al final se formaron los y las chicas para la firma de sus libros. Iba más o menos a la mitad, cuando una chica me dijo:
-Me cayó mejor el escritor que vino ayer.
Levanté la mirada y le sonreí.
-¿Quién era?
Y me dijo el nombre. Así que le contesté:
-Ahhhh, es él, pero si es un tipazo, yo también soy su fan, ya coincidimos en eso.
Luego se fue y leyó la dedicatoria y se puso a platicar con sus compañeros.
De todo hay en estas salidas, de todo.

martes, marzo 18, 2025

Leí en un sitio bonito, un buen libro y compré burritos a los hermanos del Alcance Victoria. Ya que se acabe el día y así estamos a mano por lo de ayer.

lunes, marzo 17, 2025

Traigo ansiedad, porque algo que ha sido ininterrumpido desde enero, hoy no sucedió. Cuando, la única vez que yo intenté algo así, rápido recibí una llamada para cuestionarme el porqué del cortón. Y eso derivó en una larga conversación que no terminó bien. Como producto de lo ocurrido, he estado escribiendo frases sueltas en post it. Frases con las que pretendo aclarar el motivo, con las que pretendo darme ánimos, y que me llevan a cuestionarme: ¿en realidad estoy tan mal? ¿En realidad estoy tan necesitado de esa atención? En estos momentos me cuestiono y me pregunto si hice algo mal, si se mal interpretó algo que puse, en apariencia, para dar espacio, que pareciera que era un desdén a la conversación. Pero me queda claro que no quiero este tipo de ansiedad para mi vida. Por otro lado, también hoy resolví algo que había salido mal en la semana y que me dio mucha tranquilidad y me dio fuerza. Eso, justo eso diría mi terapeuta: ¿qué te hace fuerte? No los otros, no. Si no lo que radica en ti. ¿O me estarán aplicando una especie de narcicismo? Me suben a las estrellas, y luego empiezan los silencios. Debo estar alerta. Creo que esta idea me puede dar tranquilidad para enfrentar la noche. Mi segunda noche solo en esta casa que no había podido habitar desde octubre, pero que ahora me estoy haciendo la fuerza que me dejaron estos días. Fui muy feliz. Sí, con mi felicidad cauta y apagada, pero ahora esas imágenes ya son las de este sitio. Aquí donde nació mi familia, aquí también queda un registro de estos meses turbulentos y ambiguos.

lunes, marzo 10, 2025

No sé en qué momento empecé a ir con mi papá al cine. Realmente no lo tengo registrado, y ahora es una de las cosas favoritas que le gusta hacer conmigo. Hoy, que acabo de llegar, le dije que si íbamos y rápido se metió a bañar para ir juntos. Tuvo un día largo, consulta en la clínica, luego fue a caminar, pero estaba aburrido. Además, no estaré en casa por muchos fines de semana, creo que hasta finales o mediados de abril. Así que me lo llevo al cine, a mirar la vida desde la pantalla, pero la vida de cerca, también, lado a lado.
Se viene semana intensa, pero creo que he ido acomodando ideas y decisiones, a ver qué pasa.

jueves, marzo 06, 2025

Sigo reproduciendo un patrón. Me dicen que algo hago mal, pero como no guardo la evidencia, acepto sin chistar mi error y sigo adelante, aunque no sepa bien a bien qué pasó. Ofrezco, según yo, resistencia, pero cedo. Luego me dan mi recompensa. Qué espanto.

miércoles, marzo 05, 2025

A todos nos habitan nuestros mitos fundacionales: aquellas historias que nos reafirman como personas, que nos dan momentos de fe y esperanza, que nos dicen quienes hemos sido o qué hemos sido. Y la rápida mirada a esa historia nos permite reconocernos, pero también es importante querer ver. Estos meses, ya largos meses en los que he estado a la deriva. Porque esa es la palabra. Tampoco he sido una víctima, quiero aclararlo. También he empuñado las armas y he hecho mal a personas amadas, supongo que producto de la misma tiniebla. Bueno, pues en estos meses he buscado cierto refugio en estas páginas, en esta escritura, pero también en la memoria. Creo que, en el futuro, seré el único lector de estas páginas y sin duda me harán bien. Bueno, el caso es que entre esos mitos fundacionales de mi vida hay uno que mi madre recuerda cada cierto tiempo. Y sí, hoy, marzo del 2025, mis padres están vivos. Papá duerme de costado, apaciblemente, en el pequeño cuarto con la ventana que da a la casa de Florinda y mamá me ha hecho el desayuno y luego me ha contado la vieja historia de siempre. Cuando yo tenía 20 años, una tarde, regresé derrotado a casa: mi pareja de ese entonces me había dejado por otro, el empleo que ansiaba tener, en el gobierno, iba para rato que me dieran una plaza y ya llevaba cuatro meses trabajando gratis en la secretaría de transporte. Por mi mano pasaban las altas, bajas y cambios de placas de taxistas. En la escuela me iba mal, estaba harto de vivir en casa, durmiendo en un cajoncito de madera porque no había más sitio para mí. Esa noche me asomé al puente que cruza por debajo de Ruiz Cortines y Pino Suárez y vacilé en tirarme. Cuando llegué a casa me puse a ver la televisión. Mamá estaba con mi hermana pequeña y me dijo que fuera a orar con ella, pero le dije que no. Pero, mientras ella oraba, algo en mi corazón se conmovió (como esta mañana) y me acerqué a ella y la acompañé en oración. Creo que dije al señor: estoy cansado, ya no puedo, me entrego a ti. Luego volví a ver la tele, más tranquilo. Porque orar ayuda. Revelar que no podemos también. Lo curioso es que tras ese día todas las cosas empezaron a cambiar para bien. Ahora, pues sigo a la deriva, pero también veo pedacitos de costa a lo lejos. En fin, solo quería contarme esto hoy. Estoy seguro que lo que haya, allá adelante, será digno de vivir.

lunes, marzo 03, 2025

 Ayer me di cuenta de algo: esta casa, la rapidez con la que intento terminarla, es la medida, no de mi avance, sino de mi tristeza. Donde todos ven salud, yo solo veo tiempo de frustración, de ansiedad, de desesperación, callar las voces a punta de martillo, taladro, escoba, trapeador, pintura, albañilería. Estoy sin ni un quinto y lleno de deudas, pero sin poder dormir aquí. Y los perros no ayudan. Son voces en la madrugada, cuando ladran con desesperación. Hoy, en la madrugada, me despertaron. Bajé de la otra casa, caminé hasta afuera de la otra, sin animarme a entrar. Así estuvieron cinco, siete minutos más, los cuatro en un coro infernal. A lo mejor encontraron un ratón, porque los hay y se pelearon por él. O entre ellos. Que viven en guerra. En fin. No queda más que continuar. Un día a la vez.

domingo, marzo 02, 2025

Estos días, en que mi estado de ánimo es muy variable, me pregunto cuál es mi centro, lo que me mantiene enfocado o al menos me da esperanza. Y eso es, creo, que el tiempo pasa. Que no siempre debo tomar yo todas las decisiones. Que a veces sólo queda esperar. Al menos eso me ha dicho la terapeuta: también no hacer nada es hacer. Así que espero, intento avanzar y poner límites poco a poco, aunque con eso me lleve tremendas tundas porque, al mismo tiempo, no tengo las herramientas o más bien, los patrones de acciones que desarrollé a lo largo de tantos años siguen activas. Aunque también, no todo es culpa mía, por supuesto. Con frecuencia me dicen: "recuerda que las otras personas también son adultas y deciden cómo deben sentirse". Aún así no es fácil. A menudo me pregunto también, si las decisiones que he tomado en mi último año año y medio fueron las correctas. Sin duda, las actitudes de los últimos cuatro años no fueron las mejores, pero ¿en realidad estaba taaan mal? ¿No necesitaba algo de comprensión? Llega un punto en donde ya no encuentras el momento donde la telaraña se torció. Eso es cierto. En donde, tras buscar e indagar en tu pasado no sabes en qué momento tomaste la decisión que te llevó a este presente y te descubres con las manos quemadas y sólo el dolor o la ansiedad te permiten, más que tomar algo, estarlo soltando sin dejar que se te caigan. Justo eso. Creo que esa es otra de las imágenes de este tiempo: malabarear con sentimientos, responsabilidades, actitudes, acciones, reacciones, que caen sobre tus manos quemadas. Así son los días. Así es el presente.

miércoles, febrero 26, 2025

 Hacíamos colecciones. Si alguien decía un poema sobre la luz, entonces les pedía a alguien que buscara otro poema sobre la luz, a alguien más que trajera un espejo para reflejarla, otro debía contar una historia donde la luz fuera su recuerdo más bonito, otra persona debía hacer un dibujo donde la luz fuera lo más importante. Después, reunidos, compartíamos nuestros hallazgos, la luz vuelta poesía, color, sonido, memoria. A veces, sin embargo, lo que nos motivaba era algo triste, como una tarde que leímos Las muertas de María Ribera. Entonces, buscamos poemas, pero también historias de desaparecidas. Les pedí que hiciéramos un mapa, y en el mapa, en cada estado, nombres de hombres y mujeres desaparecidas. Y poemas que los recordaran, versos, porque cada desaparecido tiene también el derecho de sonar como un poema de amor. Eso hacíamos en Salas de lectura, cuando era docente, cuando de cierta manera era feliz con los libros.

lunes, febrero 17, 2025

¿Por qué me resisto a habitar esta casa? El otro día me hicieron esa pregunta y me parece, tiene muchas respuestas. Todas ellas importantes. La primera es que no logro despojarla de su aura de la casa de los abuelos. Ayer, mientras hablaba con alguien por teléfono, le conté que en este lugar velaron al menos a cuatro familiares o tal vez, si es que no he investigado mucho más. También aquí se casaron mis primos mayores y en el patio hubo fiesta y música. En el sitio que tentativamente es mi recámara, se encontraba la cocina donde mis abuelos cenaron, donde se reunió la familia grande, por decirlo de alguna manera. Tenía la estufa en la esquina, la pared renegrida por los años de uso de la llama y el aceite. Una mesa circular, de fórmica de imitación de mármol. La puerta y la pared de madera, que rozaba el suelo al abrirse. En la siguiente habitación, de piso de tierra, con tubos de pvc que la recorrían, se hallaban camas sobre bloques, donde dormían mis primas y en las paredes colgaban serruchos, bolsas de clavos que servían de clósets. Si algo he quitado estos días es justo eso. clavos de las paredes. En donde ahora es el recibidor, mis abuelos tenían la tele, los sillones. Ahí recibían a las visitas, ahí miraban las noticias, las funciones de lucha libre, las películas de los domingos. Tengo un recuerdo de una navidad, helada. Entro a esa habitación con mi regalo, un camioncito a control remoto que no duró ni un día y me encuentro a mis abuelos sentados, con las cobijas en los pies, un calentador de gas, con ladrillos en su interior. En la televisión pasaban El imperio contraataca y yo pasé a la cocina a comer algo, pero no recuerdo si tamales o qué. En esa misma habitación murió mi tía Martha. Luego, en donde ahora tengo la oficina, la televisión, los libreros, era el dormitorio. Aquí, justo en este sitio donde escribo esto, estaba la cama donde mi por última vez vivo a mi abuelo. Llevaba un gorro en la cabeza, una camisa a cuadros café con negro y crema, saludaba a unas sobrinas. Yo me fui a casa de mi otra abuela y cuando volví él ya no estaba. El patio ha tenido tantos cambios, pero ahí se sentaban a beber mis tías, ahí hubo una frutería de un primo político. Mucho tiempo fue estacionamiento de un bellísimo mustang rojo, que era el orgullo de mi abuelo, hasta que lo tuvo que vender. Donde ahora tengo el sanitario, fue el cobertizo de trabajo de mi abuelo. El cuarto del fondo fue corral, porque mi abuela vendía chivos cuando recién llegaron a vivir aquí, luego un cuarto. Yo lo recuerdo como cuarto de mi tío Rubén. Entraba ahí a jugar con sus perfumes y cremas de afeitar, me escondía en los juegos. Luego fue cuarto de mis primos mayores, después la casa donde vivió otra con su esposo y tres hijos. En ese sitio pequeño había cocina, camas, enseres de trabajo. Ahora que lo pinté, apenas este fin de semana, como en el otro espacio de la casa, también quité clavos, maderas, borré los rastros de mis sobrinas en las paredes, sus nombres escritos con letra nerviosa, manchas de aerosol, en fin. Y aunque mi abuela me nombró albacea de esta casa, para cuidarla y protegerla, pero en realidad se la dejó a mi papá, es como demasiada casa, demasiados recuerdos los que me hacen, aunque ya tiene mucho de mi estilo y sentido, no poder estar aquí en las noches, como si la casa me dijera que aun no puedo habitarla. Que tal vez nunca podré, aunque es cierto también que ya viví aquí un par de años. Esa cocina primigena, después fue un cuarto que le renté a mi tía, cansado de vivir hacinado con mis hermanos. De las otras cuestiones, ya habrá tiempo para decir.

sábado, febrero 08, 2025

Resulta curioso cómo adoptas autores para tu canon personal. Al principio sólo conoces de él o de ella una obra, una referencia vaga, por lo general, sobre tal o cual obra que anida en tu cerebro de lector y sabes que tendrás un libro suyo. Es casi como una predestinación. Tal poema. Tal historia. Tal libro. Y lo compras. Sabes que hay algo para ti ahí, en ese nombre de autor que resuena. Y luego compruebas que realmente sí te gusta, que al leerlo no desaparece esa curiosidad que se vuelve en interés, en seducción, en complicidad. Eso me ha sucedido desde hace un año o más, con la obra de Vicente Herrasti, un narrador mexicano nacido en los 60 y con una obra breve, más no escueta, en donde su mayor apuesta es olvidarse de la contemporaneidad para construir espacios que lindan en los tiempos pasados con una maestría que es como un abrazo. Tal vez, tal vez, tampoco es un autor para las masas. Hace tiempo me invitaron a presentar a un autor español, de como dicen ellos, de super ventas. Estaba muy preocupado porque debía leer cuatro obras suyas para tener la conversación con él ante un auditorio que imaginaba colmado de seguidores. La carga laboral no me dejó avanzar y faltando un día abrí sus libros, preocupado. Para mi sorpresa me encontré una prosa líquida, párrafos muy breves, diálogos ligeros con poca sustancia, aunque se entreveían los lugares comunes de cierto tipo de literatura ligera, que apuesta más por la repetición de ideas ya aceptadas sobre la muerte, el amor y la tristeza. Suspiré aliviado. En dos o tres horas ya sabía de qué iba aquello y que no necesitaba en realidad preocuparme. No sé si pudiera hacer eso con la obra de Herrasti. En Las muertes de Gengi, por ejemplo, se introduce en la vida de cuatro personas que giran alrededor de este célebre libro japonés. Cada historia se escribe con calma y soltura. El conocimiento de la literatura japonesa y de ese libro en particular es asombrosa. Hay un montón de escenas sobre lo místico, la violencia, la soledad, un desarrollo gradual y profundo de los personajes. De pronto te da la sensación de que Herrasti, como un buen jugador de ajedrez, que no sé si lo sea, prepara una escena a la que quiere llegar con más de 50 páginas de anticipación. Y esa paciencia da buenas recompensas a quien lee. En La muerte del filósofo, nos lleva a la muerte de Gorgias, el sofista de Leontinos y el periplo de Akorna, el esclavo a su servicio. Por aquí o por allá salpica el conocimiento de la cultura griega, de la vida cotidiana de su tiempo, en fin. Una muestra de saber sostener con maestría los tiempos pasados. Ahota leo Fue, que me recuerda el inicio de La muerte de Virgilio y, cómo esa novela, está ubicada en la Roma Imperial. Van apenas 50 páginas y los personajes giran alrededor de la muerte misteriosa de un pasajero ya entrado en años. Me faltan como 450 páginas más de lectura, pero sé que serán dichosas. Luego iré por Diorama, que tengo en una primera edición de Joaquín Mortiz, ese célebre sello literario, me parece, ya desaparecido tras la compra por parte de Planeta. Tenemos qué hablar un día de cómo esos sellos se compran para desaparecer. Seguiré leyendo a Herrasti, luego vuelvo aquí, para mí, con noticias de los dos libros.

jueves, febrero 06, 2025

A veces creo que antes escribía mejor o que tenía mejores motivos para hacerlo. Era muy joven y sólo quería aprender a contar bien una historia. No sabía cómo hacerlo, pero era mi meta. Contar bien una historia: aunque sea una, me decía. Me obsesioné algunos años con escribir un cuento redondo. Uno que realmente valiera la pena. Uno que, al mostrarlo en el taller de P, no me lo regresaran todo tachoneado y con sugerencias para alterar la trama, la profundidad de los personajes, etcétera. Y qué difícil era escribir un buen cuento. ¡Cuántas cosas por ponderar!: la trama, el lenguaje, la ambientación, la atmósfera, los diálogos, el desenvolvimiento de la acción, la sorpresa del final, la magia del inicio, la lógica del pensamiento, en fin: crear vida. Al principio no podía pasar de cuentos de tres páginas. Tres páginas eran mi tope. Tras ellas, me decía, estaba el verdadero talento. No recuerdo ahora mismo mis cuentos de tres páginas, pero sí el primero de cuatro y cinco páginas: uno del que ya he hablado aquí, sobre un amante de la vida en la sabana. Luego escribí otro, que alguna gente me celebró en mi primer libro: Arqueros de Babilonia, que escribí casi como un homenaje a mi infancia. En algún punto logré pasar a las siete páginas y escribí un cuento del que estuve muy orgulloso por mucho tiempo: Ovidio Monterroso, por la estrategia de narrar tres veces el inicio, alterando la temporalidad. Y es que en esos años tenía fija la idea de jugar con las estructuras narrativas: los flash back, las líneas temporales. En mi primer libro hay mucho de ello: en La cuesta de los tirados cuento la historia hacia atrás, en una clara alusión a Viaje a la semilla de Carpentier y puede que de Cortázar. Esos años escribía como poseso. Gané tres veces el premio de Literatura Joven Universitaria: primero un segundo lugar con Ovidio Monterroso, después un tercero con un relato vampiresco ambientado en la segunda guerra mundial, o más bien, canibalesco. Finalmente gané el primer sitio con uno que se llama La trama, me parece, y que ese sí es un homenaje a Cortázar. Copia al principio, dice el refrán. Y el relato va sobre un hombre que mira por el bosque y llega a una casona y luego es un soldado francés en el ejército de Maximiliano. Curiosamente, al hacer mi primer libro, decidí no incluir estos dos. Había uno más, de un inmortal, que había visto el incendio de El Partenón. Es curioso cómo descartas tus primeros cuentos de los que consideras, sí son mucho mejores. A veces por detalles, pura subjetividad. O porque no embonan. Mi primer libro tiene puros cuentos fantásticos: un hombre que ve los billetes premiados de los rascaditos, el de Ovidio Monterroso, tiene un par de cuentos realistas: una mujer que se pone un vestido hermoso para ir a ver a su marido en la cárcel, de oficinistas, un empleado que echa de cabeza a su jefe, el cuento infantil de Arqueros de Babilonia, uno igual, de una pareja que huye a los Estados Unidos en un coche del año, un valiant 64 y de pronto se encuentra con un automóvil futurista y uno que me gustaba mucho, donde un tipo comparaba a su esposa con Ana Guevara: sí, era esa época en la que sí amábamos a Ana Guevara. Cuidé mucho ese puñito de cuentos, los revisaba a detalle, los pulía, los volvía a revisar. Eran mis cuentos y estaba muy orgulloso de ellos, aunque notaba que era poco tonales, de dulce, chile y de manteca. Cada uno tan diferente, como de varias etapas de mi escritura primeriza. Al final los mandé a un premio, que gané. El libro se publicó y, como muchos primeros libros, pasó sin pena ni gloria aunque hice varias presentaciones y grandes fiestas después de esos eventos: la mejor con los chicos de la Fundación. Años después un editor los volvió a publicar en una edición inglés-español. Al libro le fue igual: pasó sin pena ni gloria. De hecho un par de traductoras mexicanas jóvenes que estaban muy en boga en ese tiempo, por experimentales, raras o porque el medio les daba cierta aura de genialidad, no quisieron traducir el libro y yo, la verdad es que lo esperaba. Pero, eran mis primeros cuentos, ni modo de hacerles el feo y con cuánta ansiedad quería que estuvieran bien escritos y cuántas veces los reescribí, los apaleé, revisé, mordí, confeccioné, pulí, desbasté, con la poca capacidad de auto crítica que tenía entonces. Un amigo autor me dijo, al releer uno de ellos. ¿otra vez este cuento? Y yo, pues sí. Pero ya él dijo: está bien, así se hace el oficio. Pues eso, como que extraño los días que quería hacer el oficio. Los primeros cuentos. El primer escritor que intenté ser. Cuando ahora lo veo, me digo, ese tipo sí tenía agallas.

miércoles, febrero 05, 2025

Mientras limpiaba la bodega, en donde tengo cajas y cajas con libros que me han regalado o comprado, aparecieron los tre tomos del Inventario de José Emilio Pacheco. Además, en la pasada FIL Monterrey pude presentar las reediciones que editorial Planeta ha hecho de sus libros emblemáticos, ahora en el sello Tusquets. Qué trabajo. Qué entrega hacia la escritura. Me pregunto si actualmente existe gente que se arroja a la escritura y al arte con esa vehemencia-demencia. Claro, escribidores hay y somos muchos, pero mantener la claridad, la inteligencia, la lectura a ese ritmo y nivel, solo unos pocos. Me gusta mirar en ocasiones esa fotografía de José Emilio Pacheco en una oficina, con libros a su diestra y siniestra. Viste un traje negro, con corbata del mismo color y sus lentes de pasta le dan un aire poco señorial. Un inventario al día. Sí. Y conozco poca gente que lo haya leído todo. Me haré el propósito de leerlo.

martes, febrero 04, 2025

Mi madre me entregó la máquina de escribir eléctrica que me compré con el dinero que me dieron producto del premio de literatura universitaria que me había ganado y que permanecía olvidada desde el 2000. No funciona, como es evidente, pero una sensación de curiosidad me corrió por la espina dorsal al verla. Es una Olivetti ET Personal 510-II. Antes de ella yo escribía a mano. Me sentaba a la mesa de la cocina, pegada a la pared de block sin zarpear y escribía con una letra menuda y desfachatada en mis libretas. Ahí escribí mis primeros cuentos. Uno, en particular, lamento haberlo perdido. En él contaba la historia de un amante del mundo animal, específicamente de la sabana africana, que decide escapar del camión que lo lleva de excursión para entrar en contacto con la sabana real hasta que se lo comen los leones. Era un cuento de unas cuatro páginas, de los primeros que pude escribir de esa extensión. Los escribía a mano y luego los pasaba a letra de molde en esa máquina, que también me sirvió para hacer tareas. Luego, en el 2000 me compré mi primera computadora, pero no tengo un recuerdo de eso. Sólo que la tuve. Le instalé el age of empire y escribí en ella mi primera novela fallida. No volví a escribir a máquina. Me hice un escritor de pantalla con una comodidad que aun hoy me agrada. Sucede que, al escribir, la velocidad de mi pensamiento es mucho más rápida de lo que podía avanzar con la máquina de escribir eléctrica, con el tiempo consabido para detenerte a limpiar el texto de las erratas que hacían su mugrero en mi línea de texto perfecta. No sé si voy a arreglar la máquina, ¿igual y sí? Para tener algo en qué entretenerme más adelante. Podría poner la hoja de papel e intentar escribir algo. Ahora que fui a Nueva York visité el Whitney y tenían una exposición ¿o era el Moma? El caso es que tenían una exposición de los viejos teléfonos de disco. Tomabas el auricular y oías un poema que después podías mecanografiar. ¿No es bonita la palabra mecanografiar? Supongo que en algún momento de la historia, utilizar esa palabra era sinónimo del futuro. Como los teléfonos. Como las máquinas de escribir eléctricas. Como los blogs a los que ya nadie entra. Los viejos vivimos también en nuestras viejas tecnologías que nos asombraron y nos hicieron sentir que éramos parte del futuro. Hoy solo somos la llave para los antiguos misterios de la escritura. Solo una cosa permanece inalterable: quien escribe a mano siempre estará un paso adelante. Quienes dibujan sobre el papel siguen siendo los primeros exploradores de la palabra y los últimos también.

miércoles, enero 29, 2025

 Tal vez uno nunca termina de aprender de sus errores. Acabo de cometer uno que me dije no iba a ocurrir más y helo aquí, de nuevo lo he hecho. No quiero castigarme de más, pero sí anotar que lo he vuelto a hacer, minar la seguridad de alguien con mi desdén. Y es que, al mismo tiempo, no estaba en modo de hacer lo que se me sugería. Ha sido un día largo y me encuentro entre enfermo y fastidiado, pero aún así lo he hecho. Hace mucho tiempo, cuando recién empezaba en esto de la vida, un compañero de un taller llevó un cuento del que rescato, pasados tantos años, la frase de "uno cree saltar la piedra que pateó solo para darse cuenta que va a patear otra más grande", o "uno se topa con la misma piedra, pero más grande". Esa era la frase. A veces me pregunto, cuándo empezaré a ser un adulto de verdad. Que sabe lo que quiere, que lo exige, que se muestra como desea, que se enfrenta a las cosas, que es gentil, etcétera, etcétera. Dice I que es una mentira, producto de nuestra educación evangélica. Pero hay evangélicos que son unas calañas de personas. En fin, que lo he vuelto a hacer. Tal vez me estoy castigando demasiado. Esa podría ser una frase para una playera: "Tal vez me castigo demasiado". Se vendería mucho, pero eso sí, requiere de, quien la use, mucho sentido crítico.

martes, enero 21, 2025

700 post

 Inicié este blog hace tantos años que leerlo es como entrar a un espacio de la ficción; sí, de la ficción de nuestras propias vidas. En esa época los blogs surgían como un espacio real de intercambio y como buenos exploradores toda una generación nos fuimos a colonizarlo. No nos conocíamos entre nosotros, pero conocíamos nuestros blogs. Nos acompañaba nuestra escritura como un daemon que nos reflejaba mejor que cualquier libro que pudiéramos leer. Había, y eso no existe en las redes sociales que surgieron después, una honestidad rabiosa. Era fácil al hablar de ti, salirse de la máscara. Es decir: éramos como éramos. Mostrábamos lo que éramos. No había medias tintas. No existía la cultura del filtro como lo existe ahora. Escribíamos para ser, no para mostrarnos como otros. La escritura, aunque mentira, está compuesta de la verdad. Se asoma lo que somos aunque no lo queramos. Los videos no, acaso los podcast sean lo más cercano a esto. Escribo esto porque este post es el número 700. De aquí surgieron amigos y complicidades, incluso un libro del que ahora reniego. Era otra época. No sé si más clara o más ingenua. El primer post de este blog fue un cuento de una pareja que está por separarse. El atardecer se despliega ante ellos con su sonora belleza, pero donde él ve esperanza mientras lo contempla, ella mira inacción y poca decisión en él. Al final cada quien se va por su lado. Supongo que incluso ahora, esa diferencia de miras ha regido mi vida. Donde yo he visto algo, mi ex pareja miró otra cosa. Y así. 

En enero del 2005 mi vida era otra. Vivía entonces en un cuarto en el depa de una dentista de la que no sé nada al día de hoy. Trabajaba en el ILCE. Todas las mañanas salía del edificio y caminaba un kilómetro y medio para tomar el micro que me dejaba en las torres Zafiro, frente a TV Azteca. Compraba una torta de jamón o un sándwich y un atole con una señora que ponía su puesto al salir del elevador y me sentaba ocho horas a trabajar en la edición de libros digitales de la SEP. Cerca estaban todos los del proyecto de ENCICLOMEDIA del gobierno de Fox y de algunos me hice buen amigo aunque más de mis compañeros del ILCE. Fuimos a beber varias veces, a Six flags, organizamos fiestas espectaculares. Total, todos teníamos 26, 27 años. Yo aún no me enamoraba de con quien estuve brevemente a mediados de ese año. Y vivía en una soledad inquieta. Veía chicas y me emocionaba, pero nunca lograba dar el primer paso. Me concentraba en escribir. Creo que estaban por darme una beca, de las más significativas que he tenido y gozaba de otra en ese momento, de hecho escribia el que a la postre fue mi segundo libro, pero en ese 11 de enero aun no. Así que nadaba en el dulce trabajo de escribir, de leer, de trabajar. 

A las tres de la tarde hacía el camino a casa. Abordaba un micro -a veces comía unas quesadillas en un mercadillo cercano, o carnitas en un puesto antes de cruzar el puente de Periférico-. A veces llegaba a Perisur, al cine, o para comer en la zona de restaurantes, o leía en el Sanborns. Luego llegaba a casa, subía los cuatro pisos, me encerraba en el cuarto, leía, miraba televisión, escribía por las tardes. En ocasiones iba con la dentista a casa de sus padres, porque su familia me había adoptado, o salía con ella y su novio, un tipo del que no era tan fan. Quién sabe qué se habrán hecho, en dónde estarán de su camino en este momento. A lo mejor se acordarán de mi en ocasiones.

Ese año la casa en la que estábamos tenía una cocina con repisa y puertas y ventanillas de madera. A veces, cuando salía, al volver cenaba tacos de pastor en un puesto junto al centro cívico o miraba televisión antes de dormir. O tal vez ya me había enamorado. Sí, creo que fue justo el año anterior que tuve una relación con una mujer mayor, que no tan sutilmente decidió terminar la relación cuando era ella quien la había iniciado. pero claro, era un mocoso de ¿27, 28 años? Iba al taller de escritura los miércoles. Contaba con algunos amigos defeños. Y escribía mi segundo libro. Y pensaba que era un tipo genial, tímido, sí, pero genial.

Y me dije, voy a escribir cuentos cortos en este blog. Y lo hice. Escribía en la oficina, en los cafés internets de su tiempo, tan bulliciosos, tan comunitarios, tan emblemáticos. Eran como la otra versión de los Arcade Club. Decenas de personas ante su computadora, en los chats room, en los blogs, en sus mails, con el messanger en su época dorada. Me dije, escribiré. Tendré un blog sobre escritura y cuentos y me aficioné tanto que terminé haciendo tres, el segundo con escritos más personales. Uno tercero, con reseñas de libros.

Y ahora, 20 años después, llego al post 700. Me pasé por 11 días de celebrarlo bien, en su vigésimo aniversario. Larga vida a mí, claro, para poder seguir escribiendo en este blog que ahora no pretende volveremos escritor, sino solo darme tinta electrónica para recordarme, porque ahora solo escribo para recordar.

miércoles, enero 15, 2025

Si una casa no tiene el concepto "estar" no es una casa. Una casa es la cama, pero también el sitio donde te acomodas a comer frente a ti mismo, haya televisión o no frente a eso, una mesilla para colocar un libro que se lee a mordiditas, mientras se lleva la cuchara a la boca con algo caliente. Pienso que eso es lo que le falta a mi casa, el concepto "estar en casa". No sé si es la falta de puertas, que evitarían el vendaval jaurío en mi recámara y en el sanitario, o la falta de agua caliente. Alguna vez me mudé y, sin agua, sentía que le faltaba sangre a la casa. Ahí estaban los ductos, las mangueras, pero secas. Esta casa tiene agua, luz, pero le falta el sitio en donde me pueda acomodar. Dormitar. Oír música. Eso. De mi vida personal, ya mejor ni comento. 

domingo, enero 05, 2025

Hay muchas cosas que no entiendo en mi presente, pero las acepto. No voy a luchar contra ellas. Simplemente voy a fluir con responsabilidad sobre lo que me corresponde resolver o vivir. Intentando, en el proceso, no hacerle más daño a nadie. Ser claro con lo que quiero, con lo que puedo ofrecer, con lo que deseo obtener. Hoy hablé todo el día con A. Empezamos a las once de la mañana en un café en la zona del Obispado, en Monterrey y terminamos bebiendo cerveza en el Barrio hasta que nos corrieron. Con mucha naturalidad nos pusimos al día, hablamos con una franqueza inédita, puesto que en el pasado habíamos intercambiado solo saludos de cortesía y necesidades editoriales por resolver. Creo que, en suma, no habíamos hablado entre nosotros más de 20 minutos en total, en nuestros encuentros previos, aunque esos minutos sin duda eran significativos. Pero hoy fue como un evento catártico para ambos. Ella contó lo que deseaba contarme de su vida y los últimos días de I, yo hablé de mis procesos de duelo y el intentar hacer un mapa claro de ambos. En algún punto me dijo: es que yo no tenía solo un proceso de duelo, eran como siete al mismo tiempo, y me dije, caray, pues entonces yo llevo muchos más a cuestas y no me había dado cuenta: el de dos futuros, el de dos parejas, el de dos casas, el de una familia, en fin. Uno responde, dijo A, como mejor puede al calor de los sucesos, con al menos sentir que lo hicimos lo mejor que pudimos debería bastar para no ser tan duros con nosotros. pero mejor no pensar en eso. O más bien, sí pensar en eso, pero acomodarlo como mejor se pueda hacer. Al final llegamos a la conclusión de que solo resta crecer, aprender sobre lo vivido, que la gente no tiene ninguna obligación por estar con nosotros, y que, cuando se van, hay que agradecer su paso por nuestra vida. O cuando los dejas ir. O cuando los dañas. Porque uno también hace daño. Uno también tiene la culpa. Sin duda hay dolor en el proceso. Yo intento ser empático la mayoría de las veces, pero siempre se puede.  Algún día escribiré, sin duda, el resultado de mi vida en estos meses pasados. Y la vida de I y A, y las relaciones opresivas y dolorosas, y la esperanza, y el terminar relaciones de muchos años y el dar o no dar segundas oportunidades. Será mi otra novela de mi vida: la que tal vez sólo mediane la ficción pueda al fin responder y dejar atrás, como la anterior. Que tuve qué escribir todo mi dolor en esas 220 páginas hasta que saqué toda la podredumbre que traía. Yo siempre digo eso: escribo porque tengo preguntas que solo una historia puede decirme. Sin embargo, ahora mismo sigo muy involucrado. Y tal vez será así, cuando lo haga, como una charla entre dos personas que se cuentan las zonas más difíciles de su vida y cómo, al calor de la cerveza, pueden tener el ánimo de seguir adelante.

jueves, enero 02, 2025

un día voy a "destruir" mi cuerpo.

Eso pensaba hace años, cuando me aparecían de imprevisto en la tele rostros y cuerpos esculpidos por el gimnasio. Sería bueno, pensaba entonces, en un día iniciar mi fase de destrucción de mi cuerpo, amoldarlo a lo que los músculos bien tonificados pueden decir de mí. Pero no lo hacía, claro. Pasaba de largo, porque, qué flojera hacer ejercicio, ir al gimnasio, tener una rutina de pesas, cardio, peso muerto. Así que seguía en mi natural estado de paz sedentaria. Pero era más joven, claro; 33, 36 años. Mi cuerpo reaccionaba en paz a la ingesta de carbohidratos, grasas, al caminar pausado, al estar frente al televisor, al subir las escaleras. Pero los años continuaron. La pausa también. El sedentarismo. Tuve mis escapadas inesperadas de picos altos de demanda física, como caminar kilómetros y kilómetros en viajes a ciudades europeas donde nunca sales de un amplio cuadrante, como cargar cajas de libros en ferias, pero no era lo mismo. Luego, una tarde me caí y mi rodilla resintió el golpe. Desde entonces, subir escaleras era un poco más complicado. Pero no cambié. Y seguí en mi ingesta normal de comida, saturado. Subí un montón de kilos, los bajé, los volví a subir. 
De pronto, el año antepasado, dos ideas y un hecho me hicieron considerar algo más. Las ideas, una, apareció en tik tok, dicha al parecer, por Sócrates -cosa que dudo mucho-, y que decía, palabras más, palabras menos, qué lástima que un hombre no sepa nunca cómo podría haber sido su cuerpo trabajando con la disciplina del acondicionamiento físico. La segunda fue: la gente puede comprar lo que quiera, menos un cuerpo bien trabajado. Y el hecho fue que, acostumbrado a tomar aviones, no siempre los abordo por las puertas tradicionales, en ocasiones debo subir escalerillas. Y fue una temporada de subir penosamente las escaleras que me dije, no puede ser que, a mi edad, esté batallando con estas cosas. Realmente era lamentable. Subía escalón por escalón, un pie primero, aferrarse al pasamanos para que el otro pie no resintiera la subida. La respiración agitada. No podía seguir así.
Así que hace un año me inscribí en el smartfit. Entré con 125 kilos y la peor condición física de mi vida. En la elíptica no podía ni dar un par de pedaleadas sin que mi rodilla se resintiera. En la caminadora, aguantaba 10 minutos a velocidad lenta, tal vez por cierto acondicionamiento por mis años como corredor en mi juventud. Todo lo demás, en lo mínimo. Me subí a la bicicleta y me estaba desmayando. No lograba hacer ni una sentadilla, tenía que sentarme en un cuadrado y aferrarme a una columna. Extensiones de femorales, trabajo de tríceps, espalda, todo me causaba escozor.
Poco a poco tomé fuerza, mis músculos se adaptaron, pero seguí comiendo confiado en el hecho de que hacía ejercicio. Iba tres días a la semana, cuatro cuando mucho. Esto no va a funcionar si no hago dieta, me dije, cuando descubrí que sí, estaba más fuerte, pero había subido tres kilos. Al principio O me acompañaba, pero dejó de ir a los meses, pero me mantuve. Después, cuando decidí hacer dieta también, M me acompañó todas las noches por mensajes. Era como el momento para hablar con ella, aunque todo el día lo hacía, pero me acompañaba en esa hora y media de ejercicio. Eso me impulsó a ser más constante, porque de pronto, a mis deseos iniciales, se sumó también el espacio de diálogo y el tener a alguien con quien compartir ese tiempo.
Luego, a partir de octubre, que todo cambió, también dejé de ir al gimnasio a diario, y cuando iba ya no lo hacía por el ejercicio en sí, sino para respirar, para mantenerme cuerdo, para sentir que había algo de estabilidad en mi vida. Fue duro, además, volver en silencio a los equipos. Y aunque ahora ya no vivía a cuatro kilómetros de la sucursal a la que iba, sino a 28, aun así recorría media ciudad para hacer ejercicio con la misma gente, con el mismo entrenador. ¿Cuándo terminará esto?, me preguntaba, pero me puse una fecha para ir soltando. 
Hoy fui a mi nuevo gimnasio, frente a Cintermex. Hice pierna, justo eso que no podía hacer al principio. De julio a octubre, bajé 18 kilos, subí algunos en esta recta final del año, pero no volví a mi condición original. Pero ahora puedo hacer ejercicio con mucho más peso, casi 100 sentadillas, 70 kilos con el femoral, 50 con la extensión de pierna -al principio no pude hacer ni dos flexiones, sin peso añadido-.
Estoy decidido a terminar lo que inicié el año pasado. Por salud, por retrasar las enfermedades de la vejez, por dignidad propia, por, como dijo falsamente Sócrates, ver cómo podrá ser mi cuerpo en su mejor condición. Ahora estoy solo también, mejor para saber cuál es mi verdadera fuerza de voluntad.
Al terminar caminé un poco por Cintermex, a oscuras, con algunas personas que salían a esta hora del parque. Les tomé fotos a lo lejos. Las luces navideñas parpadeaban en los árboles y la luz bien valía esperar. Me gusta el nuevo gimnasio, aunque el nuevo yo aun no alcance a gustarme, pero todo se irá acomodando.

miércoles, enero 01, 2025

He pasado estos días con el taladro, el desarmador, el martillo, tornillos y taquetes a mi alrededor. Limpio la casa. Paso el trapo sobre el polvo que se acumula rápido sobre los muebles. Compré uno que requerirá mucha ayuda para armarlo, el resto los he solucionado de manera propia. Pasé el año nuevo, la víspera, solo en la casa, con los perros en el sillón dormidos, aunque pensaba que estarían alterados por los cohetes que los vecinos truenan estos días. Casi a las 12 salí y me senté en la piedra cuadrada que ha estado afuera de esta casa por más de 80 años, cuando mi abuelo la mandó traer de quién sabe dónde, y miré la noche. La carnicería estaba ya con las cortinas metálicas abajo, después de despachar a cientos de personas que hicieron fila durante el día para sus cenas de año nuevo. El señor que vende fierro viejo oía música tropical y alrededor de su montón de fierros, muebles desastrados y ropa acumulada, irradiaba su luz un foco industrial que iluminaba su esquina. Entonces, ahí, en silencio, oré por mí, por quien estuvo conmigo unos meses y decidió irse, por quien estuvo conmigo por años y debí irme, por los cambios, por mis padres, por mis hermanos. Después fui a casa y abracé a mis papás quienes estaban solos, porque este año nuevo no vinieron ninguno de mis hermanos, y volví a casa a seguir trabajando en la limpieza. Hoy, todo el día he hecho lo mismo, mientras veo las tres películas de El Hobbit. Yo también quisiera hacer un recuento de todo lo que viví en el año pero me parece tan insulso. No quiero ni ponerle adjetivos. Ahora sé que, ese optimismo de las semanas pasadas de que todo estaba bien y que podía salir adelante eran como un golpe de adrenalina necesario para llegar a estas fechas y pasar de ellas, pero una vez pasadas mi reserva de adrenalina se ha vaciado y tengo que encarar el vacío y de nuevo los futuros que no serán. Y paso saliva. Un vecino acaba de tronar otro cohete de esos grandes, los perros se alteran, yo no sé qué falta de neuronas tienen en la cabeza para que crean que tronar cohetes es algo que todos disfrutamos. En fin. Feliz año nuevo.