miércoles, agosto 13, 2025

El otro día mientras hacía una serie en el gimnasio puse atención en las venas de mis brazos. Y pensé las veces que, de niño, me inyectaron y las buscaron para canalizarme sueros y otras medicinas. Una ocasión, en particular, me picaron en la mano con tan mal tino que la enfermera la rompió. No tardó la sangre en hacer una bolita bajo la piel. Después me inyectaron en la otra mano y pasó lo mismo. Luego en la vena por encima del codo. Lo mismo. Del otro lado. Igual. Al final me pasaron el suero por las venas de los pies. Estuve con los pies en alto para que pudiera fluir la medicina y el suero. Pero cuántas veces no me han inyectado. Una temporada fui altamente enfermizo y casi cada semana me ponían suero. La última vez fue el año pasado, cuando mi cuerpo dijo basta a una temporada de estrés, viajes y cortisol alto. La enfermera me puso el contenido completo de una jeringa de omeprazol. Yo, que pensaba que solo iba por un pequeño cansancio. A veces nos excedemos. Yo vivo en el exceso. Diviértete, me dicen. Vive la vida. Pues bueno, creo que cada quien la vive como puede. En fin, me estoy yendo. Las venas. Quien sabe cuántas picaduras más les faltan.

domingo, julio 13, 2025

Nunca olvidaré el verano del 92, me parece, cuando mi tío Roberto decidió ofrecer sus servicios para podar el pasto crecido del parque de la colonia La Purísima. Los vecinos lo conocían porque, como todos en mi familia, tuvo que pasar por la aduana obligatoria de ayudarle a vender el periódico a mi abuelo. Mientras él se mantuvo sobrio, su empleo o, la forma como había decidido ganarse la vida, no era un problema para nadie en la familia, pero cuando volvió al alcoholismo, que dejó pendiente durante todos esos años se comulgó con el evangelismo, todo su trabajo se vino abajo, como él, y fue necesario echarle el hombro para sostenerlo. Pero mi familia es una familia de gente curiosa. Y mi tío Roberto no se quedaba atrás. Tengo miles de anécdotas de él, no todas buenas, porque he ido descubriendo, con el paso de los años, su valemadrismo y su procrastinación, que no pocas veces nos puso en peligro. Pero, lo que además le cuadraba bien, era que era realmente trabajador. Un tipo de que se entregaba a su trabajo y que no era raro que dieran las ocho y él aún estuviera atendiendo a clientes que lo veían llegar como a un salvador que les iba a arreglar el aire acondicionado que, en una ciudad como Monterrey, es casi obligatorio tener. Más ahora, aunque en esos años, no había tantos. Sin embargo, también había sus épocas flacas y, en una de ellas, decidió ofrecerse con los vecinos de la Purísima para podar el césped del parque central, que era demasiado grande, casi 100 metros de ancho por unos 300 de largo, más grande que dos canchas de futbol. Y mi tío, bueno, mi tío pensaba que iba a segar aquello a punta de machete y claro, con su mano de obra especial o estrella, si lo quieren llamar así: sus sobrinos. Aquello fue un infierno. Cómo se nos cansaron los brazos, quién sabe cuántas bolsas y más bolsas negras llenamos con la brizna, con el hierbazal. Y cómo nos tardamos. Por supuesto, aquello fue debut y despedida. Nunca más volvimos a desbrozar un campo y a mi tío, afortunadamente, nunca más se le ocurrió ofrecer esos servicios. A veces lo veíamos sentado en una banquita, mirándonos trabajar. En la sombra, además. Sí, nos explotó esas semanas, esos sábados. ¿Y para qué? Meses después, pues mi abuelo estacionaba su coche en la madrugada junto a ese parque, vi cómo todo lo que habíamos quitado había vuelto a aparecer, más verde, más vivo, más rebelde. De esto debe existir una lección, pero no la encuentro ahora o no la quiero buscar. Hoy, que pasé frente a la plaza, ya muy arreglada, con senderos, juegos, canchas bien delimitadas -entonces era solo un cuadrado de maleza rebelde-, pensé en los sitios en donde nos hundimos por una breve temporada, en las luchas de la nada que nos convocan a veces estar en el lugar equivocado, en el momento equivocado y, esto es acaso lo más importante, sin la herramienta adecuada para poder el césped.

lunes, junio 09, 2025

Estoy muy orgulloso de mamá. No es porque antes no lo estuviera, pero agradable cuando también descubres en ellos, en tus padres, que aprenden cosas nuevas, que adquieren nuevas actitudes ante el mundo. Todos tenemos una imagen de nuestros padres que no suele cambiar mucho. Es decir, conocemos sus límites, entendemos sus acciones, sabemos hasta donde pueden ir o llegar. Y, cuando dan un paso más para allá no lo dan solo ellos, sino que también te llevan consigo.
Y algo así pasó estos días. En la calle donde viven mis papás y ahora yo también, suele ponerse un mercado los viernes por la noche. Una de las vecinas se dedica a vender fayuca y artículos de segunda mano y se pone frente a su casa y usa la banqueta de la casa de mis padres para poner tendederos y mesas y tener más metros de venta. A cambio, mi mamá puede tender la ropa en el techo de la vecina, porque ella no tiene manera, la casa cuenta con un cubo de luz nada más, y también tiene derecho a una ventana que da al mismo techo y por ahí se cuela el aire que en temporadas de calor es una bendición.
Pero no sólo eso: entre ambas ha habido una complicidad de años, vecinas al fin y al cabo de toda la vida, pero también ha habido un encaje: la vecina casi casi utilizaba a mamá para todo: que le pedía que recibiera paquetes, que le diera algo de comida, que le pasara la luz cuando se la cortaban, que llamara por teléfono, etcétera, todo a cambio de tender la ropa y también, de la ventana.
Todo se empezó a terminar desde hace meses, cuando mi hermana dejó su carro frente a la casa y la vecina no podía ponerse en la banqueta ni colocar más mesas de venta. Poco a poco su enfurecimiento crecía, hasta que terminó por increpar a mi mamá quien reculó y le pidió a mi hermana que se llevara el coche para que la vecina pusiera su negocio. En la familia nos quejamos, pero tampoco nos interesamos demasiado.
El viernes pasado finalmente la bomba explotó y puse de mi parte para que eso ocurriera. Salí de la ciudad y dejé mi coche frente a la casa, ya que en la otra está demasiado lejos y preví que si algo le hacían al coche no habría nadie enfrente para escuchar lo que fuera que le hicieran, así que dejé la camioneta en el despiadado y solicitado lugar. Así que el viernes, cuando la vecina vio que nadie iba a mover la camioneta explotó en furia y le prohibió a mi madre volver a tender en el techo de su casa. Sorprendida y triste, todavía pidió permiso para subir a quitar los tendederos. Se lo dieron. Cuando bajó, enojada aun, la vecina fue a increparla a la casa. Un cuñado vio eso y salió a hablar con ella, que esas no eran formas de tratar a alguien que, dicha la verdad, la ha apoyado toda la vida. La vecina escuchó todo delante de su hja mayor, mi cuñado no fue violento, solo dijo lo necesario y sin alzar la voz. La vecina, creo, esperaba apoyo de su hija mayor y, al no obtenerla, fue con su hija la menor y le dijo que mi cuñado había intentado golpearla.
Bueno, ahí empezó el desaguisado que terminó con gritos en la calle entre la hija menor de la vecina y mi hermana menor, y al final, indignación, muchas palabras, muchas amenazas de partirse la madre y mi madre con una crisis de ansiedad que la llevó al hospital. Mamá ya está mejor, y ya sabe que debe poner sus límites y hoy que llegué a verla encontré que había puesto sus tendederos en el patio. Me dio mucha ternura y fui y la abracé y la felicité. Puso límites!! Y al hacerlo, caray, también me enseña incluso a esta edad, a ponerlos.

viernes, mayo 02, 2025

Mi abuelo construía bicicletas de formas caprichosas. Iba de puesto en puesto, de tiradero de metales en tiradero, aprovechaba las oportunidades en talleres de bicicletas para pepenar, comprar en rebaja o rescatar manubrios, asientos, cuadros, mazas, cadenas y frenos a los que luego les daba formas caprichosas. Nunca empataba una cosa con la otra, pero esas bicicletas funcionaban para lo que se requerían. Así, de su imaginación germinaron otros recuerdos: la de mis primos y yo en busca de la bicicleta perfecta: no la que compraríamos sino la que él hiciera. Las sacaba a cuenta gotas, pero cada cierto tiempo nos entregaba una. Él me intentó enseñar a andar en la primera que tuve: una de cuadro de competencia, con manubrio de bici de entrega de pan y asiento de repartidor de periódicos. Me soltó en la calle y, como era demasiado grande para mí, no tardé en perder el equilibrio y caer. Me hice un chichón inmenso. En la cama, dolido, mientras me ponían vaporub, vi a mi abuelo en la entrada de la casa, apenado por el tremendo golpe que me había dado. Se notaba contrito y se regañaba por habersele hecho fácil soltarme así, y yo con las piernas tan cortas. A más cosas jugué con mis primos con esas bicicletas inesperadas y felices, a las que les puse el apodo, muchos, pero muchos años después, de las Franky, porque nunca sabías cómo iban a hacer. Ojalá aún quedara alguna, pero todas desaparecieron. Yo creo que están también con él, en ese cielo que forman los recuerdos y a los que podemos, de vez en cuando transportarnos, si la memoria es buena o si, como en este caso, escribimos sobre eso.

jueves, abril 24, 2025

Han sido días de cierta incertidumbre, pero también de una verdad: de que no era el momento. Y de que antes debo estar en paz con alguien más. Aún así no ha sido fácil. Lo que he perdido es cierto. Ese mundo que se me ofrecía se ha perdido, por impaciencia, por inmadurez, por lo que sea, pero esa ventana ya se ha cerrado. Pero tampoco estoy huérfano. Es decir. Hay tantas cosas a mi alrededor por las cuales estar feliz y luchar. Me estoy concentrando en ellas. Y hablo. Y acepto mis errores. Tampoco me castigo de más. Han sido días de estar en casa, con mis padres y mis sobrinas y al menos una hermana. Los otros permanecen y pertenecen ya a sus otras vidas. No hay queja. Bueno, un poco sí, pero ya hablaré con ellos. Además, no tengo modo de decir o exigir su presencia cuando he sido yo el que antes no estaba. Era como vivir en el sin lugar. Como no estar en un sitio. Como si me hubiera instalado en un lugar en donde aparentaba estar, pero no estaba y culpaba a otros por esa situación. En fin. Hablo. Escribo de modo críptico. Yo me entiendo. Y saldré de esto. Ya es hora de dormir.

miércoles, abril 23, 2025

No voy a desaprender nada de lo que aprendí contigo. Y es mejor ya hacerme a la idea de que nuestro tiempo terminó. Que ni tú ni yo aprendimos lo suficiente de nosotros y del otro para estar juntos, pero que en el tiempo que nos correspondió estarnos sí nos compartimos cosas que serán parte de nuestra historia. Seguiré dándole a mis perritos aceite de lavanda para tranquilizarlos y seré más cuidadoso con lo que comparta de mí en otras redes, haré el aceite de romero para el cabello e intentaré ser ese tipo bueno que creías ver en mí. Leeré poesía con más cuidado, así, haciendo la prueba del poema. Y otras cosas que no compartiré aquí. Que tú estuvieras fue un regalo en una vida que hacía tiempo estaba dormida, no por carencia de talentos sino por abandono. Aunque no estoy en paz con mis decisiones, voy a ver a dónde me conducen. Y seguro aparecerás por aquí cada cierto tiempo, y está bien. Yo no creo en el contacto cero porque en determinados casos solo mutila lo que puede seguir floreciendo. Y lo que aprendí contigo merece florecer. Convertirse en un gran árbol que le dé sombra, frescura y belleza a mi vida.

jueves, abril 17, 2025

Hoy me pusieron el tallador de granito, el típico de las casas mexicanas. Pero más allá de eso. El que estuvo tirado en el patio de la casa de mi abuela quien sabe por cuántos años. Décadas. Aunque no lo recuerdo en mi infancia, pero ahí estuvo. Y cuando supe que viviría aquí una temporada, me dije: debo estar mejor cuando se ponga. Y sí, hoy se ha puesto. No estoy mejor, dicho sea de paso, pero las cosas han evolucionado, y eso sólo es una buena noticia. Han cambiado. Aunque ahora recuerdo lo triste que estuve ese sábado en Madrid, que me obligué a caminar para no pensar en mi situación de ese momento. Caminé y caminé y caminé. Solo. Entre el bullicio, por el templo de De Bod hasta salir a la Almudena, luego por la calle de los coreanos hasta salir a un costado de El Callao. Mañana deberé estar mejor, pensaba, solo tengo que pasar esta noche. Y aunque al día siguiente fue peor, en fin. Ha pasado el tiempo. El tallador está instalado. 

lunes, abril 14, 2025

A mí, lo que me dieron los libros de Mario Vargas Llosa fue una disciplina lectora. No recuerdo en qué momento tomé aquel ejemplar de La ciudad y los perros, pero sin duda fue animado por la lectura de P, quien alababa, cada que podía, el inicio de la novela -Cuatro -dijo el jaguar. Con eso me bastó para adentrarme en esas tramas caudalosas de MMV. Las distintas perspectivas de los personajes, los narradores en distintos sitios, la trama entreverada, la confusión de quien hablaba y sobre todo la brutalidad en los actos de la novela me produjeron una sensación de estar en casa, es decir, de leer a alguien que iba a ser para mí. Años después, el maestro C, me lo dijo: -Tienes que buscar a tus maestros propios. Y, aunque no he escrito nada, ni por asomo a lo que MMV ha hecho, de alguna manera está en mi ideal de escritura escribir una novela que sea así, aunque no lo haya hecho ni lo haya intentado. De ese calibre aunque no se parezca a nada de eso. Por esas fechas, inicio del siglo XXI, me iba los sábados a leer a un restaurante por la zona de La Fe. Llegaba a las diez de la mañana y leía de tirón hasta la 1:30, 2:00, cuando por lo general entraba al cine en la misma plaza. Y leer a MMV fue parte de mi rutina. Sólo lo leía los sábados. Y así, tras terminar La ciudad y los perros, decidí tener mi temporada MMV. Leí, en ese año y medio, antes de irme a la cdmx, La casa verde, Conversación en la catedral, La tía Julia y el Escribidor, Historia de Mayta, Los jefes, los cachorros, Pantaleón y las visitadoras, hasta que llegué a La guerra del fin del mundo y entonces todo terminó. ¿Cómo ser el mismo después de leer esa novela ancha, amplia, profunda, esa red de narradores, esa voluntad mayúscula de escritura? Dice Capote que existe una diferencia entre escribir mal y escribir bien, pero es posible caminar ese trayecto, pero la diferencia entre escribir bien y hacer arte, es insondable. Me quedó claro, entonces, y no es una victimización de parte mía, que yo iba a intentar hacer arte, pero lo más probable es que me quedaré entre escribir bien e intentar hacer arte, que también sé que no todos lo desean, menos en estos tiempos de productos editoriales en pos de venta. Y eso me ayudó a amar más la novela. La tengo como una aspiración en mi oficio. Luego, más tarde, me leí La fiesta del Chivo y ahí terminé mi ciclo de lecturas de MMV. No he vuelto a leerlo desde entonces. Ni sus novelas nuevas. Me quiero quedar con el MMV de entonces y mi yo de entonces: un tipo solitario, callado, lector, con ciertas aspiraciones que hoy se han cumplido. Hoy lamento su fallecimiento. Poco me importaron, con el paso de los años, sus chismes literarios, su vida como persona, yo a la única que le había prestado atención era a su vida como autor. A sus novelas. Y, con sus novelas, me acompañó por años, me dio la disciplina para leer, que agradezco. Que vaya en paz, le digo. Nosotros, los lectores, también estamos en paz no con uno ni dos, sino con varias de sus obras. Es lo mejor que, como lectores, podemos desearle a quienes han escrito y, cómo lo han escrito, las historias que nos dan escena y camino en el mundo. 

lunes, abril 07, 2025

Desperté agradecido. Por las cosas pequeñas y las grandes, por las que se mantienen con estabilidad y las que desestabilizan. Por los amigos, claro, y las amigas. Por tener algunas cosas claras. Porque los nubarrones nos permiten ver de qué espíritu estamos hechos. Y desperté leyendo poesía. Así, de manera aleatoria, como me leía ella.  Y encontré estos versos sueltos: Nadie sabe qué fue del Fénix/ si alguna vez vuelve a su ceniza/ le gusta recordar otros momentos. Somos féniz y ceniza al mismo tiempo. Recuerdos para otros momentos.

domingo, abril 06, 2025

 Todo este camino ha estado sembrado de dudas. Y creo que uno no merece ser castigado, coaccionado o apurado por eso. La duda es una fragilidad. La duda es como una enfermedad de la que sólo se sale con el tiempo y con reflexión. Y sin embargo, mientras ocurre, todos los futuros son pasos en falso. Todos los futuros están alimentandos por la ansiedad de que no sean posibles. ¿Y si debo hacer esto y no lo otro? ¿Y si rompo el silencio? Dudas. El año pasado me leyeron el tarot. Yo, que nunca había ido a eso, fui dos veces. La primera ocasión con un hombre en una casa abierta al mercado de los domingos en el barrio. Lo que más recuerdo de esa lectura era que no estaba obligado a tomar ninguna decisión. Eso me tranquilizó, pero no me ayudó cuando unos días después me encontré ante mi momento más triste del año. Luego, el diciembre, me volvieron a leer el tarot y lo que más recuerdo de esa lectura fue mi pregunta de: ¿Y si no tomo las decisiones correctas, aunque me tarde, pero encontraré la luz? Si pospongo cortar un lazo, si regreso a donde dije que me iría. Si abrazo con fuerza la oportunidad nueva que se me ofrece. U ofrecía. No contaba con que un par de semanas después de esa lectura, aquella oportunidad que veía perdida volvería con fuerza. Antier, D, me dijo con su habitual asertividad: "no funcionó porque los jugadores siguen en el mismo sitio". Pero, al mismo tiempo, estaba cansado de forzarlo todo. Necesitaba paz, necesitaba hacer un alto. Y lo he hecho. Por quinta vez, creo, me he ido. He optado por alejarme y por tener paz. Pero a veces, me digo, ¿dónde está el coraje? Mi coraje, por supuesto, para arrebatar mi futuro. ¿Dónde está ese futuro? Me da miedo no resolverlo, pero voy a mi ritmo, ¿qué más? Hacerlo al ritmo de los otros solo me produce ansiedad. Aunque ahora son las dudas. Nada cambia. Espero que pronto lo haga. Hoy encontré también una pequeña almohada que me dieron y que, como fetiche, mantuve cerca hace meses. Me recordaba días lindos. Fuertes. Entrañables, donde ese futuro al que quería ir estaba claro, luminoso, asequible, hasta que descubrí que debía, antes, aprender ciertas cosas, valerme por mi mismo, es decir, recuperar ciertas cosas. En terapia lo dije: "le dije que necesitaba estar solo para aprender y no repetir viejos patrones". Es honesto, me dijo. Pero tal vez, solo tal vez, apurar el tiempo ha contaminado todo. De nuevo, las dudas.

jueves, abril 03, 2025

Encontré una manera de honrar y de cerrar esto. Creo que es una manera digna de decir adiós. Creo que es importante saber decir adiós, aunque para unas personas es más fácil que para otras. Aunque a algunas personas se les diga adiós con más facilidad que a otras. Esos adioses que significan "te tendré presente", "buen viaje, sé feliz". A veces esos adiós son la cosa más honesta y posible de decir para el bien de uno.  No creo que uno nos prepare para los siguientes, pero de alguna forma toda nuestra vida es un entrenamiento para decir adiós.

martes, abril 01, 2025

El flypi que te compré
la cafetera que te traje
el viaje que hice de vuelta
el tejuino que compartimos
el sol a su punto
el libro que te peleé
el mor dicho muchas veces
el perro una y otra vez
los perros
la casa abandonada
el pozole de res
cuyo nombre siempre olvido
son esas cosas
que conforman el paisaje
de lo perdido.

lunes, marzo 31, 2025

Tres lecciones de 500 pesos

Llegué a San Luis Potosí por la noche del jueves, después de dos días de trabajo arduo en nueve escuelas de la zona de San Miguel de Allende y Dolores, así como de encuentro virtuales con alumnos de preparatoria de la Fundación León. Venía cansado, después de madrugar, sumada una cuestión emocional y sentimental que no hace más que reproducir sus vicios y que espero, pronto se ordene. Pero aún así, venía con el ánimo bajo. Pero también venía cargado de regalos y de buenos gestos, entre ellos un casco espacial hecho a mi medida y una cajita de cartón, aun con moño, en donde guardaba otras cosas. En la taquilla de taxis una mujer ya mayor, con lentes con mucha graduación, me despachó rápido y no me vendió ningún boleto porque no tenía cambio de un billete de 500. Pregunte en los taxis, me ordenó. Fui con uno de ellos y me dijo que tampoco tenía, que no me podía llevar. Entonces me di cuenta que no traía la cajita conmigo. Asustado, volví a la taquilla, que tenía una pequeña repisa, para ver si ahí la había dejado. Cuando le pregunté a la despachadora sólo se alzó de hombros y dijo: "yo no soy responsable de lo que pone la gente ahí". En efecto, tenía razón, pero uno espera un poco de colaboración en los momentos de desconcierto. Salí al estacionamiento, pensando que ya la había perdido y, con ella, todos esos bonitos gestos y artefactos que me habían regalado los niños de San Miguel cuando la vi a la orilla de una cuneta y la recogí. Fastidiado, me dije, ya quiero llegar al hotel. Así que abordé un taxi atendido por un muchacho, pero antes le alerté que sólo traía un billete de 500 pesos y debía tener cambio. Debí alertarme desde que me empezó a decir "rey para acá", "rey para allá". Y más, cuando me dijo, "el centro está cerrado. Voy a tener que dar una vuelta larga". Hasta eso, avisó. Conozco los caminos al centro de San Luis y me dije, qué tanto puede salir, ya con llegar, está bien. Todo el camino, el taxista me habló de rey y de rey, como si la cháchara me fuera a despistar. Un par de veces, para presionar, le sugerí algunos cambios en la ruta, pero se mantuvo firme. Bueno, yo acepté, me dije. Para incomodarlo, cosa que no logré, lo empecé a cuestionar por el camino, pero él, firme, dijo que el centro estaba bloqueado y debía entrar por otro lado. "Ahorita lo vas a ver, rey". Al fin nos dirigimos al centro y, ya impaciente, noté que dio una vuelta en U en donde no debía y que se alejaba de nuevo del hotel. Hasta aquí, me dije. Ahora sí, sentía que se estaba burlando de mí. No porque antes no lo supiera, pero en lo que yo podía conceder, no estaba que se extendiera más de cierta cantidad. "Déjame aquí", le dije, porque de pronto me di cuenta que estaba en una situación de riesgo en la que yo solo me había puesto. "Claro, rey, disculpame, rey". Bajé las maletas y revisé que no dejara nada y entonces saqué el billete de 500 pesos. Y me dije, rápidamente, si le pago la corrida se irá como si nada. Y tomé la siguiente descisión. Le dije, "ten los 500, ya mentiste mucho por tenerlos, te los ganaste". "Gracias, rey", respondió y se fue, quiero creer que un día entenderá lo que sucedió y lo que intenté hacer conmigo, pero algo me dice que no. Irá timando gente, asustando gente, por unos pesos que nunca le van a alcanzar. o tal vez sí los necesitaba, en fin. Sí, perdí dinero, pero creo que gané otra cosa.
Fui al cajero, entonces al día siguiente, y me volvieron a dar tres billetes de 500 pesos. Quería ir al museo de la máscara. Cuando llegué había un concurso de oratoria. El guardia en la entrada me dijo: "son 20 pesos". Saqué el billete y me contestó: "Uy, no, joven, no tenemos cambio". Me quedé perplejo, es decir, teóricamente, es un servidor público. "¿Entonces, no me va a dejar entrar?" Negó con la cabeza. Por un momento, créanme, vacilé con la idea de ir a buscar cambio, no sé, comprar un refresco, algo, alguna cosa en la tienda, para poder pagarle y entonces me dije que esa no era mi responsabilidad, que debía ser tratado no con exceso de cortesía, pero sí que debía ser atendido. "¿En serio no me va a dejar pasar si no me puede cobrar?", le pregunté. "Es que sí hay que pagar". Debo aclarar en este punto el lamentable estado de los museos de San Luis Potosí. Hay abandono en esos lugares, polvo, agua estancada, cosas que no funcionan, me parece que sólo se salva el Museo Federico Silva y el MAC. Los demás, incluso el Leonora Carrington, se ven desolados y tristes. El guardia era una representación de eso. Le dejé el billete y le dije: "A la salida me da el cambio, porque no es mi responsabilidad conseguirle el vuelto". Al final me regresaron mis 480 pesos. Quiero creer que el guardia aprendió algo, pero yo creo que no. Y no, no perdí dinero, pero creo que gané otra cosa.
Finalmente, ayer, por la mañana, salí a caminar por el centro, rumbo al mercado Hidalgo. Los andadores estaban desolados. Un par de policías comían su tamal y atole en una esquina. De pronto di la vuelta en la calle de González Ortega y me apareció un muchacho frágil, delgado, sucio, con la mirada de extraviada. Me abordó, me preguntó si le podía dar algo de dinero. Me negué y le respondí: "No traigo". Y en ese momento recordé, que un día atrás, había comido en esa calle, en casa de unos amigos muy queridos, que contaba con habitación y amistades en ese sitio y que no necesitaba mentir. ¿Qué me hacía mentir a un chico como él? Pude haber dicho "no quiero". "Ahora no". Etcétera. Pero mentí: dije: "No tengo". Y sí, sí tenía. Ya había dado varios pasos, dejándolo atrás y me detuve. Me regresé. Abrí la cartera y le entregué el último billete de 500. El chico abrió mucho los ojos, se inclinó y santiguó el billete. "Espero que te sirva y un día te los ganes de otra forma", le dije, pero él ya se iba, asombrado. Y sí, pues, perdí dinero, pero creo que al final, gané otra cosa. Algo mucho más valioso que el dinero en estos tres lances, en estas tres lecciones de 500 pesos. 

lunes, marzo 10, 2025

No sé en qué momento empecé a ir con mi papá al cine. Realmente no lo tengo registrado, y ahora es una de las cosas favoritas que le gusta hacer conmigo. Hoy, que acabo de llegar, le dije que si íbamos y rápido se metió a bañar para ir juntos. Tuvo un día largo, consulta en la clínica, luego fue a caminar, pero estaba aburrido. Además, no estaré en casa por muchos fines de semana, creo que hasta finales o mediados de abril. Así que me lo llevo al cine, a mirar la vida desde la pantalla, pero la vida de cerca, también, lado a lado.

jueves, marzo 06, 2025

Sigo reproduciendo un patrón. Me dicen que algo hago mal, pero como no guardo la evidencia, acepto sin chistar mi error y sigo adelante, aunque no sepa bien a bien qué pasó. Ofrezco, según yo, resistencia, pero cedo. Luego me dan mi recompensa. Qué espanto.

miércoles, febrero 26, 2025

 Hacíamos colecciones. Si alguien decía un poema sobre la luz, entonces les pedía a alguien que buscara otro poema sobre la luz, a alguien más que trajera un espejo para reflejarla, otro debía contar una historia donde la luz fuera su recuerdo más bonito, otra persona debía hacer un dibujo donde la luz fuera lo más importante. Después, reunidos, compartíamos nuestros hallazgos, la luz vuelta poesía, color, sonido, memoria. A veces, sin embargo, lo que nos motivaba era algo triste, como una tarde que leímos Las muertas de María Ribera. Entonces, buscamos poemas, pero también historias de desaparecidas. Les pedí que hiciéramos un mapa, y en el mapa, en cada estado, nombres de hombres y mujeres desaparecidas. Y poemas que los recordaran, versos, porque cada desaparecido tiene también el derecho de sonar como un poema de amor. Eso hacíamos en Salas de lectura, cuando era docente, cuando de cierta manera era feliz con los libros.

sábado, febrero 08, 2025

Resulta curioso cómo adoptas autores para tu canon personal. Al principio sólo conoces de él o de ella una obra, una referencia vaga, por lo general, sobre tal o cual obra que anida en tu cerebro de lector y sabes que tendrás un libro suyo. Es casi como una predestinación. Tal poema. Tal historia. Tal libro. Y lo compras. Sabes que hay algo para ti ahí, en ese nombre de autor que resuena. Y luego compruebas que realmente sí te gusta, que al leerlo no desaparece esa curiosidad que se vuelve en interés, en seducción, en complicidad. Eso me ha sucedido desde hace un año o más, con la obra de Vicente Herrasti, un narrador mexicano nacido en los 60 y con una obra breve, más no escueta, en donde su mayor apuesta es olvidarse de la contemporaneidad para construir espacios que lindan en los tiempos pasados con una maestría que es como un abrazo. Tal vez, tal vez, tampoco es un autor para las masas. Hace tiempo me invitaron a presentar a un autor español, de como dicen ellos, de super ventas. Estaba muy preocupado porque debía leer cuatro obras suyas para tener la conversación con él ante un auditorio que imaginaba colmado de seguidores. La carga laboral no me dejó avanzar y faltando un día abrí sus libros, preocupado. Para mi sorpresa me encontré una prosa líquida, párrafos muy breves, diálogos ligeros con poca sustancia, aunque se entreveían los lugares comunes de cierto tipo de literatura ligera, que apuesta más por la repetición de ideas ya aceptadas sobre la muerte, el amor y la tristeza. Suspiré aliviado. En dos o tres horas ya sabía de qué iba aquello y que no necesitaba en realidad preocuparme. No sé si pudiera hacer eso con la obra de Herrasti. En Las muertes de Gengi, por ejemplo, se introduce en la vida de cuatro personas que giran alrededor de este célebre libro japonés. Cada historia se escribe con calma y soltura. El conocimiento de la literatura japonesa y de ese libro en particular es asombrosa. Hay un montón de escenas sobre lo místico, la violencia, la soledad, un desarrollo gradual y profundo de los personajes. De pronto te da la sensación de que Herrasti, como un buen jugador de ajedrez, que no sé si lo sea, prepara una escena a la que quiere llegar con más de 50 páginas de anticipación. Y esa paciencia da buenas recompensas a quien lee. En La muerte del filósofo, nos lleva a la muerte de Gorgias, el sofista de Leontinos y el periplo de Akorna, el esclavo a su servicio. Por aquí o por allá salpica el conocimiento de la cultura griega, de la vida cotidiana de su tiempo, en fin. Una muestra de saber sostener con maestría los tiempos pasados. Ahota leo Fue, que me recuerda el inicio de La muerte de Virgilio y, cómo esa novela, está ubicada en la Roma Imperial. Van apenas 50 páginas y los personajes giran alrededor de la muerte misteriosa de un pasajero ya entrado en años. Me faltan como 450 páginas más de lectura, pero sé que serán dichosas. Luego iré por Diorama, que tengo en una primera edición de Joaquín Mortiz, ese célebre sello literario, me parece, ya desaparecido tras la compra por parte de Planeta. Tenemos qué hablar un día de cómo esos sellos se compran para desaparecer. Seguiré leyendo a Herrasti, luego vuelvo aquí, para mí, con noticias de los dos libros.

martes, enero 21, 2025

700 post

 Inicié este blog hace tantos años que leerlo es como entrar a un espacio de la ficción; sí, de la ficción de nuestras propias vidas. En esa época los blogs surgían como un espacio real de intercambio y como buenos exploradores toda una generación nos fuimos a colonizarlo. No nos conocíamos entre nosotros, pero conocíamos nuestros blogs. Nos acompañaba nuestra escritura como un daemon que nos reflejaba mejor que cualquier libro que pudiéramos leer. Había, y eso no existe en las redes sociales que surgieron después, una honestidad rabiosa. Era fácil al hablar de ti, salirse de la máscara. Es decir: éramos como éramos. Mostrábamos lo que éramos. No había medias tintas. No existía la cultura del filtro como lo existe ahora. Escribíamos para ser, no para mostrarnos como otros. La escritura, aunque mentira, está compuesta de la verdad. Se asoma lo que somos aunque no lo queramos. Los videos no, acaso los podcast sean lo más cercano a esto. Escribo esto porque este post es el número 700. De aquí surgieron amigos y complicidades, incluso un libro del que ahora reniego. Era otra época. No sé si más clara o más ingenua. El primer post de este blog fue un cuento de una pareja que está por separarse. El atardecer se despliega ante ellos con su sonora belleza, pero donde él ve esperanza mientras lo contempla, ella mira inacción y poca decisión en él. Al final cada quien se va por su lado. Supongo que incluso ahora, esa diferencia de miras ha regido mi vida. Donde yo he visto algo, mi ex pareja miró otra cosa. Y así. 

En enero del 2005 mi vida era otra. Vivía entonces en un cuarto en el depa de una dentista de la que no sé nada al día de hoy. Trabajaba en el ILCE. Todas las mañanas salía del edificio y caminaba un kilómetro y medio para tomar el micro que me dejaba en las torres Zafiro, frente a TV Azteca. Compraba una torta de jamón o un sándwich y un atole con una señora que ponía su puesto al salir del elevador y me sentaba ocho horas a trabajar en la edición de libros digitales de la SEP. Cerca estaban todos los del proyecto de ENCICLOMEDIA del gobierno de Fox y de algunos me hice buen amigo aunque más de mis compañeros del ILCE. Fuimos a beber varias veces, a Six flags, organizamos fiestas espectaculares. Total, todos teníamos 26, 27 años. Yo aún no me enamoraba de con quien estuve brevemente a mediados de ese año. Y vivía en una soledad inquieta. Veía chicas y me emocionaba, pero nunca lograba dar el primer paso. Me concentraba en escribir. Creo que estaban por darme una beca, de las más significativas que he tenido y gozaba de otra en ese momento, de hecho escribia el que a la postre fue mi segundo libro, pero en ese 11 de enero aun no. Así que nadaba en el dulce trabajo de escribir, de leer, de trabajar. 

A las tres de la tarde hacía el camino a casa. Abordaba un micro -a veces comía unas quesadillas en un mercadillo cercano, o carnitas en un puesto antes de cruzar el puente de Periférico-. A veces llegaba a Perisur, al cine, o para comer en la zona de restaurantes, o leía en el Sanborns. Luego llegaba a casa, subía los cuatro pisos, me encerraba en el cuarto, leía, miraba televisión, escribía por las tardes. En ocasiones iba con la dentista a casa de sus padres, porque su familia me había adoptado, o salía con ella y su novio, un tipo del que no era tan fan. Quién sabe qué se habrán hecho, en dónde estarán de su camino en este momento. A lo mejor se acordarán de mi en ocasiones.

Ese año la casa en la que estábamos tenía una cocina con repisa y puertas y ventanillas de madera. A veces, cuando salía, al volver cenaba tacos de pastor en un puesto junto al centro cívico o miraba televisión antes de dormir. O tal vez ya me había enamorado. Sí, creo que fue justo el año anterior que tuve una relación con una mujer mayor, que no tan sutilmente decidió terminar la relación cuando era ella quien la había iniciado. pero claro, era un mocoso de ¿27, 28 años? Iba al taller de escritura los miércoles. Contaba con algunos amigos defeños. Y escribía mi segundo libro. Y pensaba que era un tipo genial, tímido, sí, pero genial.

Y me dije, voy a escribir cuentos cortos en este blog. Y lo hice. Escribía en la oficina, en los cafés internets de su tiempo, tan bulliciosos, tan comunitarios, tan emblemáticos. Eran como la otra versión de los Arcade Club. Decenas de personas ante su computadora, en los chats room, en los blogs, en sus mails, con el messanger en su época dorada. Me dije, escribiré. Tendré un blog sobre escritura y cuentos y me aficioné tanto que terminé haciendo tres, el segundo con escritos más personales. Uno tercero, con reseñas de libros.

Y ahora, 20 años después, llego al post 700. Me pasé por 11 días de celebrarlo bien, en su vigésimo aniversario. Larga vida a mí, claro, para poder seguir escribiendo en este blog que ahora no pretende volveremos escritor, sino solo darme tinta electrónica para recordarme, porque ahora solo escribo para recordar.

miércoles, enero 15, 2025

Si una casa no tiene el concepto "estar" no es una casa. Una casa es la cama, pero también el sitio donde te acomodas a comer frente a ti mismo, haya televisión o no frente a eso, una mesilla para colocar un libro que se lee a mordiditas, mientras se lleva la cuchara a la boca con algo caliente. Pienso que eso es lo que le falta a mi casa, el concepto "estar en casa". No sé si es la falta de puertas, que evitarían el vendaval jaurío en mi recámara y en el sanitario, o la falta de agua caliente. Alguna vez me mudé y, sin agua, sentía que le faltaba sangre a la casa. Ahí estaban los ductos, las mangueras, pero secas. Esta casa tiene agua, luz, pero le falta el sitio en donde me pueda acomodar. Dormitar. Oír música. Eso. De mi vida personal, ya mejor ni comento. 

jueves, enero 02, 2025

un día voy a "destruir" mi cuerpo.

Eso pensaba hace años, cuando me aparecían de imprevisto en la tele rostros y cuerpos esculpidos por el gimnasio. Sería bueno, pensaba entonces, en un día iniciar mi fase de destrucción de mi cuerpo, amoldarlo a lo que los músculos bien tonificados pueden decir de mí. Pero no lo hacía, claro. Pasaba de largo, porque, qué flojera hacer ejercicio, ir al gimnasio, tener una rutina de pesas, cardio, peso muerto. Así que seguía en mi natural estado de paz sedentaria. Pero era más joven, claro; 33, 36 años. Mi cuerpo reaccionaba en paz a la ingesta de carbohidratos, grasas, al caminar pausado, al estar frente al televisor, al subir las escaleras. Pero los años continuaron. La pausa también. El sedentarismo. Tuve mis escapadas inesperadas de picos altos de demanda física, como caminar kilómetros y kilómetros en viajes a ciudades europeas donde nunca sales de un amplio cuadrante, como cargar cajas de libros en ferias, pero no era lo mismo. Luego, una tarde me caí y mi rodilla resintió el golpe. Desde entonces, subir escaleras era un poco más complicado. Pero no cambié. Y seguí en mi ingesta normal de comida, saturado. Subí un montón de kilos, los bajé, los volví a subir. 
De pronto, el año antepasado, dos ideas y un hecho me hicieron considerar algo más. Las ideas, una, apareció en tik tok, dicha al parecer, por Sócrates -cosa que dudo mucho-, y que decía, palabras más, palabras menos, qué lástima que un hombre no sepa nunca cómo podría haber sido su cuerpo trabajando con la disciplina del acondicionamiento físico. La segunda fue: la gente puede comprar lo que quiera, menos un cuerpo bien trabajado. Y el hecho fue que, acostumbrado a tomar aviones, no siempre los abordo por las puertas tradicionales, en ocasiones debo subir escalerillas. Y fue una temporada de subir penosamente las escaleras que me dije, no puede ser que, a mi edad, esté batallando con estas cosas. Realmente era lamentable. Subía escalón por escalón, un pie primero, aferrarse al pasamanos para que el otro pie no resintiera la subida. La respiración agitada. No podía seguir así.
Así que hace un año me inscribí en el smartfit. Entré con 125 kilos y la peor condición física de mi vida. En la elíptica no podía ni dar un par de pedaleadas sin que mi rodilla se resintiera. En la caminadora, aguantaba 10 minutos a velocidad lenta, tal vez por cierto acondicionamiento por mis años como corredor en mi juventud. Todo lo demás, en lo mínimo. Me subí a la bicicleta y me estaba desmayando. No lograba hacer ni una sentadilla, tenía que sentarme en un cuadrado y aferrarme a una columna. Extensiones de femorales, trabajo de tríceps, espalda, todo me causaba escozor.
Poco a poco tomé fuerza, mis músculos se adaptaron, pero seguí comiendo confiado en el hecho de que hacía ejercicio. Iba tres días a la semana, cuatro cuando mucho. Esto no va a funcionar si no hago dieta, me dije, cuando descubrí que sí, estaba más fuerte, pero había subido tres kilos. Al principio O me acompañaba, pero dejó de ir a los meses, pero me mantuve. Después, cuando decidí hacer dieta también, M me acompañó todas las noches por mensajes. Era como el momento para hablar con ella, aunque todo el día lo hacía, pero me acompañaba en esa hora y media de ejercicio. Eso me impulsó a ser más constante, porque de pronto, a mis deseos iniciales, se sumó también el espacio de diálogo y el tener a alguien con quien compartir ese tiempo.
Luego, a partir de octubre, que todo cambió, también dejé de ir al gimnasio a diario, y cuando iba ya no lo hacía por el ejercicio en sí, sino para respirar, para mantenerme cuerdo, para sentir que había algo de estabilidad en mi vida. Fue duro, además, volver en silencio a los equipos. Y aunque ahora ya no vivía a cuatro kilómetros de la sucursal a la que iba, sino a 28, aun así recorría media ciudad para hacer ejercicio con la misma gente, con el mismo entrenador. ¿Cuándo terminará esto?, me preguntaba, pero me puse una fecha para ir soltando. 
Hoy fui a mi nuevo gimnasio, frente a Cintermex. Hice pierna, justo eso que no podía hacer al principio. De julio a octubre, bajé 18 kilos, subí algunos en esta recta final del año, pero no volví a mi condición original. Pero ahora puedo hacer ejercicio con mucho más peso, casi 100 sentadillas, 70 kilos con el femoral, 50 con la extensión de pierna -al principio no pude hacer ni dos flexiones, sin peso añadido-.
Estoy decidido a terminar lo que inicié el año pasado. Por salud, por retrasar las enfermedades de la vejez, por dignidad propia, por, como dijo falsamente Sócrates, ver cómo podrá ser mi cuerpo en su mejor condición. Ahora estoy solo también, mejor para saber cuál es mi verdadera fuerza de voluntad.
Al terminar caminé un poco por Cintermex, a oscuras, con algunas personas que salían a esta hora del parque. Les tomé fotos a lo lejos. Las luces navideñas parpadeaban en los árboles y la luz bien valía esperar. Me gusta el nuevo gimnasio, aunque el nuevo yo aun no alcance a gustarme, pero todo se irá acomodando.

miércoles, enero 01, 2025

He pasado estos días con el taladro, el desarmador, el martillo, tornillos y taquetes a mi alrededor. Limpio la casa. Paso el trapo sobre el polvo que se acumula rápido sobre los muebles. Compré uno que requerirá mucha ayuda para armarlo, el resto los he solucionado de manera propia. Pasé el año nuevo, la víspera, solo en la casa, con los perros en el sillón dormidos, aunque pensaba que estarían alterados por los cohetes que los vecinos truenan estos días. Casi a las 12 salí y me senté en la piedra cuadrada que ha estado afuera de esta casa por más de 80 años, cuando mi abuelo la mandó traer de quién sabe dónde, y miré la noche. La carnicería estaba ya con las cortinas metálicas abajo, después de despachar a cientos de personas que hicieron fila durante el día para sus cenas de año nuevo. El señor que vende fierro viejo oía música tropical y alrededor de su montón de fierros, muebles desastrados y ropa acumulada, irradiaba su luz un foco industrial que iluminaba su esquina. Entonces, ahí, en silencio, oré por mí, por quien estuvo conmigo unos meses y decidió irse, por quien estuvo conmigo por años y debí irme, por los cambios, por mis padres, por mis hermanos. Después fui a casa y abracé a mis papás quienes estaban solos, porque este año nuevo no vinieron ninguno de mis hermanos, y volví a casa a seguir trabajando en la limpieza. Hoy, todo el día he hecho lo mismo, mientras veo las tres películas de El Hobbit. Yo también quisiera hacer un recuento de todo lo que viví en el año pero me parece tan insulso. No quiero ni ponerle adjetivos. Ahora sé que, ese optimismo de las semanas pasadas de que todo estaba bien y que podía salir adelante eran como un golpe de adrenalina necesario para llegar a estas fechas y pasar de ellas, pero una vez pasadas mi reserva de adrenalina se ha vaciado y tengo que encarar el vacío y de nuevo los futuros que no serán. Y paso saliva. Un vecino acaba de tronar otro cohete de esos grandes, los perros se alteran, yo no sé qué falta de neuronas tienen en la cabeza para que crean que tronar cohetes es algo que todos disfrutamos. En fin. Feliz año nuevo.