A mí, lo que me dieron los libros de Mario Vargas Llosa fue una disciplina lectora. No recuerdo en qué momento tomé aquel ejemplar de La ciudad y los perros, pero sin duda fue animado por la lectura de P, quien alababa, cada que podía, el inicio de la novela -Cuatro -dijo el jaguar. Con eso me bastó para adentrarme en esas tramas caudalosas de MMV. Las distintas perspectivas de los personajes, los narradores en distintos sitios, la trama entreverada, la confusión de quien hablaba y sobre todo la brutalidad en los actos de la novela me produjeron una sensación de estar en casa, es decir, de leer a alguien que iba a ser para mí. Años después, el maestro C, me lo dijo: -Tienes que buscar a tus maestros propios. Y, aunque no he escrito nada, ni por asomo a lo que MMV ha hecho, de alguna manera está en mi ideal de escritura escribir una novela que sea así, aunque no lo haya hecho ni lo haya intentado. De ese calibre aunque no se parezca a nada de eso. Por esas fechas, inicio del siglo XXI, me iba los sábados a leer a un restaurante por la zona de La Fe. Llegaba a las diez de la mañana y leía de tirón hasta la 1:30, 2:00, cuando por lo general entraba al cine en la misma plaza. Y leer a MMV fue parte de mi rutina. Sólo lo leía los sábados. Y así, tras terminar La ciudad y los perros, decidí tener mi temporada MMV. Leí, en ese año y medio, antes de irme a la cdmx, La casa verde, Conversación en la catedral, La tía Julia y el Escribidor, Historia de Mayta, Los jefes, los cachorros, Pantaleón y las visitadoras, hasta que llegué a La guerra del fin del mundo y entonces todo terminó. ¿Cómo ser el mismo después de leer esa novela ancha, amplia, profunda, esa red de narradores, esa voluntad mayúscula de escritura? Dice Capote que existe una diferencia entre escribir mal y escribir bien, pero es posible caminar ese trayecto, pero la diferencia entre escribir bien y hacer arte, es insondable. Me quedó claro, entonces, y no es una victimización de parte mía, que yo iba a intentar hacer arte, pero lo más probable es que me quedaré entre escribir bien e intentar hacer arte, que también sé que no todos lo desean, menos en estos tiempos de productos editoriales en pos de venta. Y eso me ayudó a amar más la novela. La tengo como una aspiración en mi oficio. Luego, más tarde, me leí La fiesta del Chivo y ahí terminé mi ciclo de lecturas de MMV. No he vuelto a leerlo desde entonces. Ni sus novelas nuevas. Me quiero quedar con el MMV de entonces y mi yo de entonces: un tipo solitario, callado, lector, con ciertas aspiraciones que hoy se han cumplido. Hoy lamento su fallecimiento. Poco me importaron, con el paso de los años, sus chismes literarios, su vida como persona, yo a la única que le había prestado atención era a su vida como autor. A sus novelas. Y, con sus novelas, me acompañó por años, me dio la disciplina para leer, que agradezco. Que vaya en paz, le digo. Nosotros, los lectores, también estamos en paz no con uno ni dos, sino con varias de sus obras. Es lo mejor que, como lectores, podemos desearle a quienes han escrito y, cómo lo han escrito, las historias que nos dan escena y camino en el mundo.
Me sobrevivo en vela, mereciendo que al corazón me apunten al matarme. Bonifaz Nuño También escribo para recordar.
lunes, abril 14, 2025
sábado, abril 12, 2025
lunes, abril 07, 2025
domingo, abril 06, 2025
Todo este camino ha estado sembrado de dudas. Y creo que uno no merece ser castigado, coaccionado o apurado por eso. La duda es una fragilidad. La duda es como una enfermedad de la que sólo se sale con el tiempo y con reflexión. Y sin embargo, mientras ocurre, todos los futuros son pasos en falso. Todos los futuros están alimentandos por la ansiedad de que no sean posibles. ¿Y si debo hacer esto y no lo otro? ¿Y si rompo el silencio? Dudas. El año pasado me leyeron el tarot. Yo, que nunca había ido a eso, fui dos veces. La primera ocasión con un hombre en una casa abierta al mercado de los domingos en el barrio. Lo que más recuerdo de esa lectura era que no estaba obligado a tomar ninguna decisión. Eso me tranquilizó, pero no me ayudó cuando unos días después me encontré ante mi momento más triste del año. Luego, el diciembre, me volvieron a leer el tarot y lo que más recuerdo de esa lectura fue mi pregunta de: ¿Y si no tomo las decisiones correctas, aunque me tarde, pero encontraré la luz? Si pospongo cortar un lazo, si regreso a donde dije que me iría. Si abrazo con fuerza la oportunidad nueva que se me ofrece. U ofrecía. No contaba con que un par de semanas después de esa lectura, aquella oportunidad que veía perdida volvería con fuerza. Antier, D, me dijo con su habitual asertividad: "no funcionó porque los jugadores siguen en el mismo sitio". Pero, al mismo tiempo, estaba cansado de forzarlo todo. Necesitaba paz, necesitaba hacer un alto. Y lo he hecho. Por quinta vez, creo, me he ido. He optado por alejarme y por tener paz. Pero a veces, me digo, ¿dónde está el coraje? Mi coraje, por supuesto, para arrebatar mi futuro. ¿Dónde está ese futuro? Me da miedo no resolverlo, pero voy a mi ritmo, ¿qué más? Hacerlo al ritmo de los otros solo me produce ansiedad. Aunque ahora son las dudas. Nada cambia. Espero que pronto lo haga. Hoy encontré también una pequeña almohada que me dieron y que, como fetiche, mantuve cerca hace meses. Me recordaba días lindos. Fuertes. Entrañables, donde ese futuro al que quería ir estaba claro, luminoso, asequible, hasta que descubrí que debía, antes, aprender ciertas cosas, valerme por mi mismo, es decir, recuperar ciertas cosas. En terapia lo dije: "le dije que necesitaba estar solo para aprender y no repetir viejos patrones". Es honesto, me dijo. Pero tal vez, solo tal vez, apurar el tiempo ha contaminado todo. De nuevo, las dudas.
jueves, abril 03, 2025
martes, abril 01, 2025
lunes, marzo 31, 2025
Tres lecciones de 500 pesos
domingo, marzo 23, 2025
martes, marzo 18, 2025
lunes, marzo 17, 2025
Traigo ansiedad, porque algo que ha sido ininterrumpido desde enero, hoy no sucedió. Cuando, la única vez que yo intenté algo así, rápido recibí una llamada para cuestionarme el porqué del cortón. Y eso derivó en una larga conversación que no terminó bien. Como producto de lo ocurrido, he estado escribiendo frases sueltas en post it. Frases con las que pretendo aclarar el motivo, con las que pretendo darme ánimos, y que me llevan a cuestionarme: ¿en realidad estoy tan mal? ¿En realidad estoy tan necesitado de esa atención? En estos momentos me cuestiono y me pregunto si hice algo mal, si se mal interpretó algo que puse, en apariencia, para dar espacio, que pareciera que era un desdén a la conversación. Pero me queda claro que no quiero este tipo de ansiedad para mi vida. Por otro lado, también hoy resolví algo que había salido mal en la semana y que me dio mucha tranquilidad y me dio fuerza. Eso, justo eso diría mi terapeuta: ¿qué te hace fuerte? No los otros, no. Si no lo que radica en ti. ¿O me estarán aplicando una especie de narcicismo? Me suben a las estrellas, y luego empiezan los silencios. Debo estar alerta. Creo que esta idea me puede dar tranquilidad para enfrentar la noche. Mi segunda noche solo en esta casa que no había podido habitar desde octubre, pero que ahora me estoy haciendo la fuerza que me dejaron estos días. Fui muy feliz. Sí, con mi felicidad cauta y apagada, pero ahora esas imágenes ya son las de este sitio. Aquí donde nació mi familia, aquí también queda un registro de estos meses turbulentos y ambiguos.
lunes, marzo 10, 2025
jueves, marzo 06, 2025
miércoles, marzo 05, 2025
lunes, marzo 03, 2025
domingo, marzo 02, 2025
Estos días, en que mi estado de ánimo es muy variable, me pregunto cuál es mi centro, lo que me mantiene enfocado o al menos me da esperanza. Y eso es, creo, que el tiempo pasa. Que no siempre debo tomar yo todas las decisiones. Que a veces sólo queda esperar. Al menos eso me ha dicho la terapeuta: también no hacer nada es hacer. Así que espero, intento avanzar y poner límites poco a poco, aunque con eso me lleve tremendas tundas porque, al mismo tiempo, no tengo las herramientas o más bien, los patrones de acciones que desarrollé a lo largo de tantos años siguen activas. Aunque también, no todo es culpa mía, por supuesto. Con frecuencia me dicen: "recuerda que las otras personas también son adultas y deciden cómo deben sentirse". Aún así no es fácil. A menudo me pregunto también, si las decisiones que he tomado en mi último año año y medio fueron las correctas. Sin duda, las actitudes de los últimos cuatro años no fueron las mejores, pero ¿en realidad estaba taaan mal? ¿No necesitaba algo de comprensión? Llega un punto en donde ya no encuentras el momento donde la telaraña se torció. Eso es cierto. En donde, tras buscar e indagar en tu pasado no sabes en qué momento tomaste la decisión que te llevó a este presente y te descubres con las manos quemadas y sólo el dolor o la ansiedad te permiten, más que tomar algo, estarlo soltando sin dejar que se te caigan. Justo eso. Creo que esa es otra de las imágenes de este tiempo: malabarear con sentimientos, responsabilidades, actitudes, acciones, reacciones, que caen sobre tus manos quemadas. Así son los días. Así es el presente.
miércoles, febrero 26, 2025
Hacíamos colecciones. Si alguien decía un poema sobre la luz, entonces les pedía a alguien que buscara otro poema sobre la luz, a alguien más que trajera un espejo para reflejarla, otro debía contar una historia donde la luz fuera su recuerdo más bonito, otra persona debía hacer un dibujo donde la luz fuera lo más importante. Después, reunidos, compartíamos nuestros hallazgos, la luz vuelta poesía, color, sonido, memoria. A veces, sin embargo, lo que nos motivaba era algo triste, como una tarde que leímos Las muertas de María Ribera. Entonces, buscamos poemas, pero también historias de desaparecidas. Les pedí que hiciéramos un mapa, y en el mapa, en cada estado, nombres de hombres y mujeres desaparecidas. Y poemas que los recordaran, versos, porque cada desaparecido tiene también el derecho de sonar como un poema de amor. Eso hacíamos en Salas de lectura, cuando era docente, cuando de cierta manera era feliz con los libros.
lunes, febrero 17, 2025
¿Por qué me resisto a habitar esta casa? El otro día me hicieron esa pregunta y me parece, tiene muchas respuestas. Todas ellas importantes. La primera es que no logro despojarla de su aura de la casa de los abuelos. Ayer, mientras hablaba con alguien por teléfono, le conté que en este lugar velaron al menos a cuatro familiares o tal vez, si es que no he investigado mucho más. También aquí se casaron mis primos mayores y en el patio hubo fiesta y música. En el sitio que tentativamente es mi recámara, se encontraba la cocina donde mis abuelos cenaron, donde se reunió la familia grande, por decirlo de alguna manera. Tenía la estufa en la esquina, la pared renegrida por los años de uso de la llama y el aceite. Una mesa circular, de fórmica de imitación de mármol. La puerta y la pared de madera, que rozaba el suelo al abrirse. En la siguiente habitación, de piso de tierra, con tubos de pvc que la recorrían, se hallaban camas sobre bloques, donde dormían mis primas y en las paredes colgaban serruchos, bolsas de clavos que servían de clósets. Si algo he quitado estos días es justo eso. clavos de las paredes. En donde ahora es el recibidor, mis abuelos tenían la tele, los sillones. Ahí recibían a las visitas, ahí miraban las noticias, las funciones de lucha libre, las películas de los domingos. Tengo un recuerdo de una navidad, helada. Entro a esa habitación con mi regalo, un camioncito a control remoto que no duró ni un día y me encuentro a mis abuelos sentados, con las cobijas en los pies, un calentador de gas, con ladrillos en su interior. En la televisión pasaban El imperio contraataca y yo pasé a la cocina a comer algo, pero no recuerdo si tamales o qué. En esa misma habitación murió mi tía Martha. Luego, en donde ahora tengo la oficina, la televisión, los libreros, era el dormitorio. Aquí, justo en este sitio donde escribo esto, estaba la cama donde mi por última vez vivo a mi abuelo. Llevaba un gorro en la cabeza, una camisa a cuadros café con negro y crema, saludaba a unas sobrinas. Yo me fui a casa de mi otra abuela y cuando volví él ya no estaba. El patio ha tenido tantos cambios, pero ahí se sentaban a beber mis tías, ahí hubo una frutería de un primo político. Mucho tiempo fue estacionamiento de un bellísimo mustang rojo, que era el orgullo de mi abuelo, hasta que lo tuvo que vender. Donde ahora tengo el sanitario, fue el cobertizo de trabajo de mi abuelo. El cuarto del fondo fue corral, porque mi abuela vendía chivos cuando recién llegaron a vivir aquí, luego un cuarto. Yo lo recuerdo como cuarto de mi tío Rubén. Entraba ahí a jugar con sus perfumes y cremas de afeitar, me escondía en los juegos. Luego fue cuarto de mis primos mayores, después la casa donde vivió otra con su esposo y tres hijos. En ese sitio pequeño había cocina, camas, enseres de trabajo. Ahora que lo pinté, apenas este fin de semana, como en el otro espacio de la casa, también quité clavos, maderas, borré los rastros de mis sobrinas en las paredes, sus nombres escritos con letra nerviosa, manchas de aerosol, en fin. Y aunque mi abuela me nombró albacea de esta casa, para cuidarla y protegerla, pero en realidad se la dejó a mi papá, es como demasiada casa, demasiados recuerdos los que me hacen, aunque ya tiene mucho de mi estilo y sentido, no poder estar aquí en las noches, como si la casa me dijera que aun no puedo habitarla. Que tal vez nunca podré, aunque es cierto también que ya viví aquí un par de años. Esa cocina primigena, después fue un cuarto que le renté a mi tía, cansado de vivir hacinado con mis hermanos. De las otras cuestiones, ya habrá tiempo para decir.
sábado, febrero 08, 2025
jueves, febrero 06, 2025
miércoles, febrero 05, 2025
martes, febrero 04, 2025
miércoles, enero 29, 2025
Tal vez uno nunca termina de aprender de sus errores. Acabo de cometer uno que me dije no iba a ocurrir más y helo aquí, de nuevo lo he hecho. No quiero castigarme de más, pero sí anotar que lo he vuelto a hacer, minar la seguridad de alguien con mi desdén. Y es que, al mismo tiempo, no estaba en modo de hacer lo que se me sugería. Ha sido un día largo y me encuentro entre enfermo y fastidiado, pero aún así lo he hecho. Hace mucho tiempo, cuando recién empezaba en esto de la vida, un compañero de un taller llevó un cuento del que rescato, pasados tantos años, la frase de "uno cree saltar la piedra que pateó solo para darse cuenta que va a patear otra más grande", o "uno se topa con la misma piedra, pero más grande". Esa era la frase. A veces me pregunto, cuándo empezaré a ser un adulto de verdad. Que sabe lo que quiere, que lo exige, que se muestra como desea, que se enfrenta a las cosas, que es gentil, etcétera, etcétera. Dice I que es una mentira, producto de nuestra educación evangélica. Pero hay evangélicos que son unas calañas de personas. En fin, que lo he vuelto a hacer. Tal vez me estoy castigando demasiado. Esa podría ser una frase para una playera: "Tal vez me castigo demasiado". Se vendería mucho, pero eso sí, requiere de, quien la use, mucho sentido crítico.
martes, enero 21, 2025
700 post
Inicié este blog hace tantos años que leerlo es como entrar a un espacio de la ficción; sí, de la ficción de nuestras propias vidas. En esa época los blogs surgían como un espacio real de intercambio y como buenos exploradores toda una generación nos fuimos a colonizarlo. No nos conocíamos entre nosotros, pero conocíamos nuestros blogs. Nos acompañaba nuestra escritura como un daemon que nos reflejaba mejor que cualquier libro que pudiéramos leer. Había, y eso no existe en las redes sociales que surgieron después, una honestidad rabiosa. Era fácil al hablar de ti, salirse de la máscara. Es decir: éramos como éramos. Mostrábamos lo que éramos. No había medias tintas. No existía la cultura del filtro como lo existe ahora. Escribíamos para ser, no para mostrarnos como otros. La escritura, aunque mentira, está compuesta de la verdad. Se asoma lo que somos aunque no lo queramos. Los videos no, acaso los podcast sean lo más cercano a esto. Escribo esto porque este post es el número 700. De aquí surgieron amigos y complicidades, incluso un libro del que ahora reniego. Era otra época. No sé si más clara o más ingenua. El primer post de este blog fue un cuento de una pareja que está por separarse. El atardecer se despliega ante ellos con su sonora belleza, pero donde él ve esperanza mientras lo contempla, ella mira inacción y poca decisión en él. Al final cada quien se va por su lado. Supongo que incluso ahora, esa diferencia de miras ha regido mi vida. Donde yo he visto algo, mi ex pareja miró otra cosa. Y así.
En enero del 2005 mi vida era otra. Vivía entonces en un cuarto en el depa de una dentista de la que no sé nada al día de hoy. Trabajaba en el ILCE. Todas las mañanas salía del edificio y caminaba un kilómetro y medio para tomar el micro que me dejaba en las torres Zafiro, frente a TV Azteca. Compraba una torta de jamón o un sándwich y un atole con una señora que ponía su puesto al salir del elevador y me sentaba ocho horas a trabajar en la edición de libros digitales de la SEP. Cerca estaban todos los del proyecto de ENCICLOMEDIA del gobierno de Fox y de algunos me hice buen amigo aunque más de mis compañeros del ILCE. Fuimos a beber varias veces, a Six flags, organizamos fiestas espectaculares. Total, todos teníamos 26, 27 años. Yo aún no me enamoraba de con quien estuve brevemente a mediados de ese año. Y vivía en una soledad inquieta. Veía chicas y me emocionaba, pero nunca lograba dar el primer paso. Me concentraba en escribir. Creo que estaban por darme una beca, de las más significativas que he tenido y gozaba de otra en ese momento, de hecho escribia el que a la postre fue mi segundo libro, pero en ese 11 de enero aun no. Así que nadaba en el dulce trabajo de escribir, de leer, de trabajar.
A las tres de la tarde hacía el camino a casa. Abordaba un micro -a veces comía unas quesadillas en un mercadillo cercano, o carnitas en un puesto antes de cruzar el puente de Periférico-. A veces llegaba a Perisur, al cine, o para comer en la zona de restaurantes, o leía en el Sanborns. Luego llegaba a casa, subía los cuatro pisos, me encerraba en el cuarto, leía, miraba televisión, escribía por las tardes. En ocasiones iba con la dentista a casa de sus padres, porque su familia me había adoptado, o salía con ella y su novio, un tipo del que no era tan fan. Quién sabe qué se habrán hecho, en dónde estarán de su camino en este momento. A lo mejor se acordarán de mi en ocasiones.
Ese año la casa en la que estábamos tenía una cocina con repisa y puertas y ventanillas de madera. A veces, cuando salía, al volver cenaba tacos de pastor en un puesto junto al centro cívico o miraba televisión antes de dormir. O tal vez ya me había enamorado. Sí, creo que fue justo el año anterior que tuve una relación con una mujer mayor, que no tan sutilmente decidió terminar la relación cuando era ella quien la había iniciado. pero claro, era un mocoso de ¿27, 28 años? Iba al taller de escritura los miércoles. Contaba con algunos amigos defeños. Y escribía mi segundo libro. Y pensaba que era un tipo genial, tímido, sí, pero genial.
Y me dije, voy a escribir cuentos cortos en este blog. Y lo hice. Escribía en la oficina, en los cafés internets de su tiempo, tan bulliciosos, tan comunitarios, tan emblemáticos. Eran como la otra versión de los Arcade Club. Decenas de personas ante su computadora, en los chats room, en los blogs, en sus mails, con el messanger en su época dorada. Me dije, escribiré. Tendré un blog sobre escritura y cuentos y me aficioné tanto que terminé haciendo tres, el segundo con escritos más personales. Uno tercero, con reseñas de libros.
Y ahora, 20 años después, llego al post 700. Me pasé por 11 días de celebrarlo bien, en su vigésimo aniversario. Larga vida a mí, claro, para poder seguir escribiendo en este blog que ahora no pretende volveremos escritor, sino solo darme tinta electrónica para recordarme, porque ahora solo escribo para recordar.
miércoles, enero 15, 2025
Si una casa no tiene el concepto "estar" no es una casa. Una casa es la cama, pero también el sitio donde te acomodas a comer frente a ti mismo, haya televisión o no frente a eso, una mesilla para colocar un libro que se lee a mordiditas, mientras se lleva la cuchara a la boca con algo caliente. Pienso que eso es lo que le falta a mi casa, el concepto "estar en casa". No sé si es la falta de puertas, que evitarían el vendaval jaurío en mi recámara y en el sanitario, o la falta de agua caliente. Alguna vez me mudé y, sin agua, sentía que le faltaba sangre a la casa. Ahí estaban los ductos, las mangueras, pero secas. Esta casa tiene agua, luz, pero le falta el sitio en donde me pueda acomodar. Dormitar. Oír música. Eso. De mi vida personal, ya mejor ni comento.
domingo, enero 05, 2025
Hay muchas cosas que no entiendo en mi presente, pero las acepto. No voy a luchar contra ellas. Simplemente voy a fluir con responsabilidad sobre lo que me corresponde resolver o vivir. Intentando, en el proceso, no hacerle más daño a nadie. Ser claro con lo que quiero, con lo que puedo ofrecer, con lo que deseo obtener. Hoy hablé todo el día con A. Empezamos a las once de la mañana en un café en la zona del Obispado, en Monterrey y terminamos bebiendo cerveza en el Barrio hasta que nos corrieron. Con mucha naturalidad nos pusimos al día, hablamos con una franqueza inédita, puesto que en el pasado habíamos intercambiado solo saludos de cortesía y necesidades editoriales por resolver. Creo que, en suma, no habíamos hablado entre nosotros más de 20 minutos en total, en nuestros encuentros previos, aunque esos minutos sin duda eran significativos. Pero hoy fue como un evento catártico para ambos. Ella contó lo que deseaba contarme de su vida y los últimos días de I, yo hablé de mis procesos de duelo y el intentar hacer un mapa claro de ambos. En algún punto me dijo: es que yo no tenía solo un proceso de duelo, eran como siete al mismo tiempo, y me dije, caray, pues entonces yo llevo muchos más a cuestas y no me había dado cuenta: el de dos futuros, el de dos parejas, el de dos casas, el de una familia, en fin. Uno responde, dijo A, como mejor puede al calor de los sucesos, con al menos sentir que lo hicimos lo mejor que pudimos debería bastar para no ser tan duros con nosotros. pero mejor no pensar en eso. O más bien, sí pensar en eso, pero acomodarlo como mejor se pueda hacer. Al final llegamos a la conclusión de que solo resta crecer, aprender sobre lo vivido, que la gente no tiene ninguna obligación por estar con nosotros, y que, cuando se van, hay que agradecer su paso por nuestra vida. O cuando los dejas ir. O cuando los dañas. Porque uno también hace daño. Uno también tiene la culpa. Sin duda hay dolor en el proceso. Yo intento ser empático la mayoría de las veces, pero siempre se puede. Algún día escribiré, sin duda, el resultado de mi vida en estos meses pasados. Y la vida de I y A, y las relaciones opresivas y dolorosas, y la esperanza, y el terminar relaciones de muchos años y el dar o no dar segundas oportunidades. Será mi otra novela de mi vida: la que tal vez sólo mediane la ficción pueda al fin responder y dejar atrás, como la anterior. Que tuve qué escribir todo mi dolor en esas 220 páginas hasta que saqué toda la podredumbre que traía. Yo siempre digo eso: escribo porque tengo preguntas que solo una historia puede decirme. Sin embargo, ahora mismo sigo muy involucrado. Y tal vez será así, cuando lo haga, como una charla entre dos personas que se cuentan las zonas más difíciles de su vida y cómo, al calor de la cerveza, pueden tener el ánimo de seguir adelante.
jueves, enero 02, 2025
un día voy a "destruir" mi cuerpo.
miércoles, enero 01, 2025
He pasado estos días con el taladro, el desarmador, el martillo, tornillos y taquetes a mi alrededor. Limpio la casa. Paso el trapo sobre el polvo que se acumula rápido sobre los muebles. Compré uno que requerirá mucha ayuda para armarlo, el resto los he solucionado de manera propia. Pasé el año nuevo, la víspera, solo en la casa, con los perros en el sillón dormidos, aunque pensaba que estarían alterados por los cohetes que los vecinos truenan estos días. Casi a las 12 salí y me senté en la piedra cuadrada que ha estado afuera de esta casa por más de 80 años, cuando mi abuelo la mandó traer de quién sabe dónde, y miré la noche. La carnicería estaba ya con las cortinas metálicas abajo, después de despachar a cientos de personas que hicieron fila durante el día para sus cenas de año nuevo. El señor que vende fierro viejo oía música tropical y alrededor de su montón de fierros, muebles desastrados y ropa acumulada, irradiaba su luz un foco industrial que iluminaba su esquina. Entonces, ahí, en silencio, oré por mí, por quien estuvo conmigo unos meses y decidió irse, por quien estuvo conmigo por años y debí irme, por los cambios, por mis padres, por mis hermanos. Después fui a casa y abracé a mis papás quienes estaban solos, porque este año nuevo no vinieron ninguno de mis hermanos, y volví a casa a seguir trabajando en la limpieza. Hoy, todo el día he hecho lo mismo, mientras veo las tres películas de El Hobbit. Yo también quisiera hacer un recuento de todo lo que viví en el año pero me parece tan insulso. No quiero ni ponerle adjetivos. Ahora sé que, ese optimismo de las semanas pasadas de que todo estaba bien y que podía salir adelante eran como un golpe de adrenalina necesario para llegar a estas fechas y pasar de ellas, pero una vez pasadas mi reserva de adrenalina se ha vaciado y tengo que encarar el vacío y de nuevo los futuros que no serán. Y paso saliva. Un vecino acaba de tronar otro cohete de esos grandes, los perros se alteran, yo no sé qué falta de neuronas tienen en la cabeza para que crean que tronar cohetes es algo que todos disfrutamos. En fin. Feliz año nuevo.